“No me procupa el grito de los violentos, de los deshonestos, de los corruptos,
de los sin ética, pero lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”
MartinLuther King.
La posmodernidad de ese tránsito cultural ubicado entre mediados del siglo XX y nuestros días, está más llena de contradicciones que ninguna otra época y ha sido arena de lucha de la racionalidad, del naturalismo de vanguardia en el arte, de los derechos civiles y culturales, del mercado como modelo económico con productividad acelerada y enormes emisiones de gases invernadero que trastocan la ecología, de la legalización de las drogas, de múltiples dilemas bioéticos, como celulas madre, clonación, eutanasia, aborto y de la propia globalización que ha transformado el concepto de frontera, escamoteando la identidad de muchas de nuestras naciones, que se han dividido ahora en centrales y periféricas, o bien como el presidente de Corea del Sur las clasificó en la reciente reunión del G20 “The rule makers” y” The rule takers”.
Cómo conciliar los derechos culturales de naciones donde se ha efectuado la clitoridectomía a 150 millones de niñas porque lo “ordena” su religión, o donde se venden en el Itsmo de Tehuantepec niñas de 10 años porque sus padres no pueden mantenerlas; con los derechos humanos que emanaron de una revolucion (la Francesa) que está por cumplir un cuarto de milenio y que la mayoría de las naciones modernas los incorporaron dentro de sus derechos civiles. Este choque entre derechos humanos, civiles y culturales se continúa dando en 2/3 de la población mundial, siendo la simbiosis de pobreza e ignorancia su causa más evidente. Lo anterior nos está alejando cada vez más, de lo que Engelhardt ha denominado “El lenguaje Universal de la Moral”, también llamado principismo, que no es otra cosa que una ética universal basada en principios y valores sin anclajes religiosos ni ideológicos (izquierdas o derechas) y donde los individuos deberán estar guiados por los siguientes fines: Autonomía, Beneficiencia, Solidaridad y Justicia Social.
Fue esta posmodernidad la que propulsó la subcultura de las drogas que cada día incrementa el número de actos delictivos en todo el planeta y donde ni siquiera la capital de Estados Unidos se ha sustraido de este flagelo, como lo demuestran estadísticas recientes que reportan a uno de cada diez adolecentes usando drogas y uno de cada cinco adultos consumiéndolas ilegalmente en el Distrito de Columbia. (Reportedel NBC noviembre 9/ 2010). Lo anterior derivado en parte, de haber abierto la puerta a la industria de la mariguana médica (que el año pasado produjo 14 billones de dólares sólo en California, como consecuencia de un abuso de prescripciones médicas con dudosa justificación) hace 13 años, cuando se legalizó esta substancia para uso médico en el D.C. y doce estados de la unión Americana, “beneficiando” a casi 400 mil usuarios legales con programas que aprueban su uso médico e incluyen diagnósticos que van desde un simple calambre muscular hasta migraña que la padece el 3% de la población mundial o un dolor intenso de cualquier etiología.
Es una paradoja que la economía de Mercado, oferta y demanda está creando un Mercado de 400 billones de dólares (el séptimo después del de Armas, Salud, Servicios, Energia, Inmobiliario y Manofacturero) con el consumo de drogas, y no es la mano invisible de Adam Smith, sino la visible del narcotráfico la causa de esto. Lo anterior ha empujado a las naciones basadas en el mercado a pedir mayor intervención del Estado para proteger la seguridad del individuo, aumentando este, su propio monopolio, el de la violencia para contrarestar la delincuencia. Lo anterior ha llevado agobiernos a justificar suprimir las garantias individuales, como fue tristemente observado en Nueva Orleáns después del huracán Katrina, ciudad que fue testigo de homicidios por policías, cuando se permitió (aparentemente no se declaró) la Ley Marcial el 31 de Agosto del 2005, para contener “saqueos”. Afortunadamente el Estado de derecho imperante en EstadosUnidos llevó al encarcelamiento a los perpetradores.
Por tanto, los ciudadanos debemos tener una clara idea sobre esta demencial contradicción de legalizar las drogas, para no ser engañados por políticos, comentaristas y “académicos” que gustan declararse “progresistas” o de izquierda y probablemente algunos estén vinculados con grupos de interés, como empresarios que canalizan enormes sumas de dinero para su legalización, como el especulador George Soros o el co-fundador de You Tube S. Parker, o compañías farmacéuticas como GW Farmaceutical y políticos para congraciarse con los 16.7 millones de usuarios que representan el 10% de la población mundial de consumidores de enervantes que año con año se incrementan en un O.5% de acuerdo al “National Survey on Drugs 2009” de Estados Unidos. Para ello han utilizado premisas falsas, al considerala una droga blanda casi inocua y poco adictiva, citando para ello artículos descontextualizados para apoyar su legalización como cuando mencionan el publicado por “The Lancet” Vol. 374/ 2009. En dicho artículo un profesor de Salud Pública de Australia ha mencionado que los efectos de la mariguana como factor de peligro en la población “son modestos” comparados con el alcohol y por tanto se debe respaldar su despenalización. En la misma revista “The Lancet”, pero en el año 2007, un eminente Psiquiatra de la Universidad de Yale manifestó que 800 casos de ezquizofrenia se pudieron haber evitado si se hubiera reducido el uso de mariguana en adolecentes, toda vez que puede enmascarar o agudizar los síntomas de esta enfermedad; soslayando, por otra parte, los grupos pro-legalización, que en todos los foros académicos, se ha establecido como un hecho, que los adolescentes que la consumen tendrán trastornos cognitivos y una mayor incidencia de psicosis, o que las madres que la fuman durante la gestación darán a luz productos de bajo peso, a través de altas concentraciones de monóxido de carbon sobre el feto en desarrollo, y podrán padecer al crecer, no sólo trastornos cognitivos sino además deficiencias sensoriales (visión y audición), como lo declaró recientemente La Dra. Regina M Benjamin (Surgeon General de U.S.A).
La ciencia no admite dogmas y los que hemos leído esta prestigiosa publicación Britanica “The Lancet” por más de 40 años sabemos que sus articulistas se han equivocado varias veces. Además, la prevaricación silogística de que, si la mariguana causa menos daño que el alcohól, o es menos adictiva que el tabaco, es dable legalizarla, es tan falaz como decir que debemos aceptar la pena de muerte, al fin y al cabo con inyección letal, es menos traumática que la silla eléctrica.
Para concluir diremos que la Ley Fedral para las drogas en Estados Unidos ha dejado vigente (después de un breve titubeo en el 2008) lo estipulado en 1985 que “La mariguana mantiene a la fecha su status de substancia controlada Tipo I cuyo potencial de daño y abuso es similar al de la heroína y LSD”. Conclusión respaldada por un creciente número de Bioeticistas, Psicofarmacólogos, Nerocientíficos, Neurólogosy Psiquiatras.
En suma no podemos dejar en manos inconcientes este debate, y debemos agregar que detrás del hedonismo de Ecce Homo postmoderno que desea “recreación” con estupefacientes para alterar sus percepciones, no sólo hay tragedia, violencia y muerte sino también una degradación cultural que erosiona día a día la convivencia social cuando se vive inmerso en el terror. Lo más patético de este mercado clandestino es su operador, el narcotraficante, ese “héroe de lo absurdo”, quien con susubcultura de narcocorridos, moda y veneración a la santa muerte ha coptado a miles de marginados como un joven de 18 años que abordó a Héctor (teto) Murgía, Alcalde de Juárez, y le dijo ” Teto ustedes los políticos no saben nada, no entienden lo que es vivir sin futuro ni esperanza, preferimos vivir bien plantados un año y no el resto de nuestras vidas de rodillas” (The Wall Street Journal Mary.O’Grady). Es esta multitud de jóvenes sin esperanza, lo que continúa alejándonos cada vez más, de eso que hemos llamado humanismo, empujándonos irremediablemente a la decadencia que es sinónimo de corrupción, desmoralización y desesperanza.