NUEVA YORK .- “Era julio y hacía tanto calor que se podía freír un huevo sobre Park Avenue. Salí a hacer unos mandados y, encerrado en el taxi para no dejar escapar el aire acondicionado, escuchaba distraído por la radio que la guerra en Irak iba peor que nunca, que Bush estaba haciendo todo lo que Bush estaba haciendo -y aclaro que en mi grupo casi todos pensamos igual, no hay más que un par de republicanos-, y entonces tuve la idea: ¡la pregunta del año sólo podía ser sobre qué es optimista uno!”.
Sentado en su magnífico despacho sobre Central Park, con los desfiles del día de San Patricio que alborotaban la entrada, John Brockman, escritor, editor y agente detrás de casi todos los grandes best sellers científicos de los últimos años (como los libros de Richard Dawkins, Jared Diamond y Nassim Taleb, entre otros) cuenta así cómo nació la idea para su última compilación, titulada, evidentemente ” What are you optimistic about ?”
En ella, una buena parte de los pensadores hoy más destacados (el músico Brian Eno, el pionero de la inteligencia artificial Marvin Minsky, el decodificador del genoma humano Craig Venter, el premio Nobel George Smoot y el escritor Ray Kurtzweil entre muchos otros) contestan a qué miran con esperanza. Brockman les pidió específicamente que “sorprendieran” en sus respuestas, y vaya que lo lograron.
Por ejemplo, aunque la paz mundial y la cura del cáncer tienen un lugar de privilegio, muchos pusieron sus fichas en temas aparentemente menores, como la supervivencia de la amistad, o en historias como la del nuevo hospital de niños de Londres, en cuyo reglamento se estipula que quienes limpian el exterior de sus vidrios deben hacerlo vestidos de superhéroes. Los chicos en cama -muchos de ellos gravemente enfermos- se deleitan al ver a Superman o al Hombre Araña colgando a pocos centímetros de ellos y, aparentemente, para los empleados de limpieza se trata también de uno de los mejores momentos de la semana.
Además hay inesperados toques de humor, como en la opinión del filósofo alemán Thomas Metzinger, quien no ve hoy a ningún país dispuesto a rescatar los ideales de la Ilustración, base de los valores democráticos de los que depende la civilización. Pero aclara que es optimista respecto de que va a estar errado en sus negros pronósticos. Como tantas otras veces, señala, porque después de todo Metzinger tampoco creía en la vida de pareja y confiesa que la experiencia le demostró lo contrario.
Todas las respuestas fueron publicadas originariamente en www.edge.org , el sitio web que reúne a estos grandes pensadores y del cual Brockman también es editor.
La Fundación Edge, cuyo objeto fue definido como “una expresión colectiva de maravilla ante el mundo animado e inanimado… un extraordinario coloquio permanente” por el escritor Ian McEwan en The Telegraph y que según The New York Times “da hoy la visión de la ciencia del mañana”, desde hace unos años que propone una pregunta que luego es editada en forma de libro. En la página online ya se puede ir viendo el material para el próximo libro, que saldrá en diciembre, con un tema que, como siempre, dará para el debate: “¿Sobre qué ha cambiado de idea?”.
Brockman, además, ha escrito y editado libros como By the Late John Brockman ; The Third Culture ; Digerati: Encounters with the Cyber Elite ; The New Humanists: Science at the Edge ; Curious Minds: How a Child Becomes a Scientist ; Intelligent Thought: Science versus the Intelligent Design Movement . Unica persona cuyo perfil fue publicado tanto en el suplemento de Arte como el de Ciencia de The New York Times , Brockman dialogó con LA NACION sobre los entretelones de su extraordinaria producción.
-¿Cómo y cuándo nació todo?
-En realidad fue en 1971, como un proyecto de arte conceptual de mi amigo y colaborador James Lee Byars. El creía que uno no podía ir a Harvard, encerrarse en una biblioteca y leer millones de libros, sino que había otra manera de conseguir una síntesis del pensamiento contemporáneo: juntar a las cien mentes más brillantes del momento, encerrarlas en un cuarto y pedirles que se hicieran entre sí las preguntas que se hacían a sí mismos. Como no tenía el dinero para encararlo solo, lo que hizo en vez fue conseguir el teléfono de las cien personas que él consideraba las más inteligentes del mundo y se puso a discar. Cuando explicó de qué se trataba, setenta de ellas le cortaron inmediatamente. Pero se aprende de los fracasos. Diez años más tarde yo armé lo que se llamó el Reality Club. Era un grupo formado por los principales artistas y científicos del momento, que nos juntábamos periódicamente en la Academia de las Ciencias de Nueva York -o en cualquier restaurante chino- a discutir sobre la base de que las preguntas son las respuestas. La popularización de Internet a mediados de los noventa permitió una implementación seria del gran diseño de Byars y ése fue el origen de Edge. Para cada edición aniversario hemos presentado una pregunta que se me ocurre a mí o a mis colaboradores así, de la nada, y la mandamos para que los grandes pensadores la respondan. Otras preguntas han sido “En qué cree pero que no puede probar” y “Cuál es su idea peligrosa”, por ejemplo.
-¿Cuán difícil fue conseguir las respuestas para este último libro?
-Bueno, casi todos los que opinan son científicos, lo cual los suele hacer optimistas por naturaleza. Después de todo es gente que se levanta y se pone a trabajar pensando que va a hacer algo bueno para la humanidad. Es muy contrario al pesimismo que tradicionalmente se encuentra en los típicos humanistas, digamos el grupo de intelectuales alrededor de The New York Review of Books, que piensan siempre que todo anda mal y va a ir peor. Cuando era joven, tenía un pie en el mundo literario y otro en el artístico, y me tomaban en serio en ambos. Pero me di cuenta de que yo quería estar con los científicos, y el arte era lo más cercano. Después de todo fue Robert Rauschenberg el que primero me dio a leer sobre los nuevos enfoques sobre el universo, y el músico y artista plástico John Cage sobre la cibernética. Y, claro, todos estaban leyendo a McLuhan. Su idea era que la tecnología era la que iba a acabar con las divisiones en el sentido de que podría traer bienestar para todos. Así que ésa fue la dirección que yo quise tomar desde entonces.
-¿Siempre quiso divulgar ciencia apta para todo público?
-Los libros que edito con preguntas son sin fines de lucro y muy accesibles. Pero como agente represento a personas sobre las que hay que saber algo antes de empezar a leer sus trabajos. Si uno quiere leer un libro de Marvin Minsky, por ejemplo, hay que saber qué es lo que Minsky ha leído, de dónde parte. Sé que suena elitista, pero la realidad es que muy pocas personas hacen el pensamiento por todas las demás. La mayor parte de las personas nunca tuvo una idea, son personas que leen los diarios (o ni los leen) y se ponen las ideas de otros como quien se pone ropa. No es fácil tener una idea, pero quien la tiene es el tipo de persona que yo busco representar.
-¿Pero las ideas nuevas no están en journals académicos más que en libros?
-Hubo un momento en el siglo pasado, durante los años 20 y 30, en el cual los críticos literarios se volvieron los intelectuales públicos por excelencia, porque secuestraron la palabra intelectual para sí. Se suponía, entonces, que los críticos literarios aprenderían sobre las ciencias para comunicárselo al público. Después de todo, Darwin y Huxley habían sido grandes best sellers , pero no ocurrió. Los científicos, entonces, empezaron a escribir directamente para el público y también para sus pares, manteniendo una conversación pública a través de los libros. El tema con los journals es que, como muchas de las cosas más nuevas son interdisciplinarias, no entraban dentro de los estrechos parámetros de las publicaciones académicas. Así que hubo mucho nuevo y sólido que se encontró y encuentra en los libros directamente.
-¿Qué contacto tiene con los científicos de la Argentina?
-Casi nulo. Pero estoy muy interesado en el país, que ahora suena por todas partes. Hasta The New York Times tuvo recientemente una gran nota sobre Buenos Aires. Una vez, sin embargo, di una conferencia junto con Borges. ¿Cuánto mejor que eso puede ser cualquier mente científica?
Por Juana Libedinsky
El perfil Escritor, editor y agente
John Brockman nació el 16 de febrero de 1941 en Boston, Massachusetts. Reconocido editor, agente literario y escritor especializado en literatura científica, se educó en la Universidad de Columbia; está casado y tiene un hijo (Max, de 26 años).
Fundación Edge
En 1973 fundó su agencia literaria, Brockman Inc. Más tarde creó la Fundación Edge, punto de encuentro de reconocidos pensadores. Su último libro se titula What are you optimistic about?
foto: Tobia Everke