Es probable que el presidente Felipe Calderón esté pensando ahora mismo que su invitación al Papa, en el período justo del arranque de los procesos electorales federales sexenales, le va a proporcionar a su persona y a su partido político (PAN), el número de votos necesarios para lograr la continuidad de su organismo político y poder vivir con tranquilidad después de que sea despojado de la inmunidad jurídica que se adquiere en México con un cargo público.

De tal forma que la enorme cifra de muertos ocasionada por su torpe actuación bajo el dominio total del gobierno de los Estados Unidos, más el crecimiento desmesurado de la economía criminal, vistos con los ojos de una nueva administración, lo lleguen a convertir en un personaje perseguido y odiado por los mexicanos, tal como ha acontecido con otros presidentes en el pasado inmediato.

Asimismo, la visión del mundo de los más importantes medios de comunicación masiva en México, la opinión de los organismos empresariales, más la de un gran sector de la sociedad civil comparten los memes culturales del catolicismo mexicano más radical y piensan que la Constitución laica del País debe ajustarse a sus particulares creencias, arrogándose el derecho de definir el tipo de conciencia ética que debe ser aceptada por la ley.

Con la clara idea de dar mayor capacidad de actuación en el campo de la vida política nacional a las fórmulas eclesiales más radicales y fieles a los poderes fácticos, el presidente Calderón confiesa con orgullo que su padre biológico fue un funcionario de bajo rango en la organización de la comunidad cristera, por lo que la selección de el Estado de Guanajuato para recibir al Papa no sólo fue por razones de seguridad, sino como consecuencia de su más puro mesianismo y megalomanía.

Dado este momento coyuntural en la vida política del país mexicano es de importancia vital que los organismos políticos y todo tipo de organismos ciudadanos convoquen ahora mismo a un debate sobre la legitimidad de imponer una visita papal en un momento crítico para el futuro inmediato de México, después de que han actuado dos presidentes que no supieron respetar la condición laica constitucional en la vida política de México, además de la protección que se brindó a la intervención de la política norteamericana en los asuntos internos de la nación mexicana.

Ahora mismo la edad mítica de la mente del mexicano está viviendo aún su condición de pueblo dominado por los poderes fácticos de una clase social superior, mientras se revive de pronto el mito de la Colonia, cuando una nación europea impuso al pueblo mexicano una religión que estaba basada en la historia de un complicado ente mitológico tridimensional que mediante su muerte, precedida de un calvario sadomasoquista, lograba la salvación de las almas de quiénes por relaciones del mismo mito habían nacido manchados por un pecado original cometido por un ancestro con treinta generaciones de antigüedad, con la amenaza de lanzar al fuego eterno a quiénes no aceptasen la complicada normatividad que exigía su mitología.

Por otra parte, es obvio que la gran mayoría los nuevos dirigentes de todos los partidos políticos mexicanos actuales han sido creados dentro de este viejo mito colectivo de la religión cristiana, ya que en su mayoría son generaciones recientes que recibieron su educación fundamental en colegios privados confesionales y ya no podrán cambiar su visión del mundo, condenando a México a seguir siendo una Colonia del Vaticano en su formación intelectual y en un patio trasero para los desechos de los Estados Unidos y para los productos alimenticios y farmacéuticos que son rechazados por la FDA y la OSHA.

Quizá la lección más importante que dejará esta visita del Papa a México en plenos procesos electorales es que nadie podrá quejarse de que la nación mexicana no logrará un avance significativo en las próximas décadas, como ya sucede con muchas naciones subdesarrolladas de América Latina, Asia y África que han logrado desvincularse de la presión que ejercen sus colonizadores y sus líderes religiosos. También es posible que las clases medias y pobres de todas las naciones del mundo alcancen a comprender que tanto las estructuras financieras, como las religiosas, políticas y sociales tienen como principal objetivo preservar la dominación de las élites que están en la cima del poder, sin importarles las ideologías, las mitologías, las etnias o la conciencia moral de sus subordinados.

Otra lección sobre este maquiavélico plan de la presente visita del Papa es que no será posible cambiar los métodos de dominación de los poderes fácticos en la mayoría de los países del mundo hasta que no se logre una profunda reforma del sistema educativo, sobre todo durante los primeros años de vida de los niños, cuando todas las enseñanzas penetran en su mente y se quedan grabadas para siempre. Aunque esta nueva visión del mundo puede tardar en llegar a México y a las naciones cuya geopolítica, cultura colectiva y mezclas étnicas estén controladas por una nación extranjera poderosa y una complejidad mítico-religiosa que conduce a una visión sado-masoquista de la sociedad y a un temor y sumisión permanente hacia la nación vecina que lo domina durante casi dos siglos, tal como ha sucedido con la nación mexicana.

Por fortuna, ya existen dos naciones del mundo actual (Corea y Finlandia) que han realizado esos cambios fundamentales de la educación básica que condenan el adoctrinamiento mítico y religioso, mientras enseñan a los niños el verdadero camino del conocimiento a través del uso del pensamiento crítico desde la más tierna infancia.

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