Aunque los boletines que se difundieron durante el secuestro y posterior liberación de Diego Fernández sugieren la participación de un movimiento guerrillero denominado Tendencia Democrática Revolucionaria, al que se le considera como producto de una escisión del EPR; los diferentes boletines e informaciones que filtraron a través de la prensa han sido incongruentes, más la nula aplicación de los fondos millonarios obtenidos por los secuestros en el avituallamiento de su guerrilla hacen pensar que estos supuestos revolucionarios han renunciado por completo a sus ideales utópicos de igualdad y libertad para dedicarse solamente a la parte rentable de su actividad criminal y ahora mismo son tan ricos y poderosos como aquellos a quiénes solían denostar.
Si se realiza un análisis elemental de los secuestros que se acredita este grupo, existen grandes analogías en el método operativo, la región del País donde se realizan y la forma en que comunican sus exigencias; no obstante, persiste en todas ellas una expresión muy confusa e incoherente de su ideología. Pero si se hace un recuento de lo que han obtenido durante los diez años que tienen de operar no se logra determinar en donde se ha invertido el dinero que obtuvieron con los secuestros ya que no existe ninguna promoción de su movimiento, ni se conoce que hayan surgido nuevas células. Ahora se han transformado en simples secuestradores con una alta tecnología para realizar secuestros donde eligen con mucho cuidado a sus víctimas, de modo que se le pueda dar un matiz político o aducir una causa social.
Al margen de esta sospechosa inactividad y confusión ideológica de la supuesta guerrilla multimillonaria, surgen otros elementos que vuelven aún más compleja la red que envuelve a este evento, avivando aún más la situación de inseguridad y de temor que ahora acosa a la sociedad mexicana. Una enorme duda sobre el secuestro de Diego Fernández surge cuando la supuesta víctima no cumple con el perfil sintomático de una víctima común, sino parece regresar de unas plácidas vacaciones. En lugar de acrecentar sus fobias, estar obsesionado, deprimido y paranoico, Diego se percibe más saludable y muestra con orgullo el milagro divino de haber desarrollado en sólo 7 meses dos de las más importantes virtudes cristianas, al perdonar a sus enemigos y expresarles un sentimiento de amor fraternal que era ajeno a su persona antes del secuestro. Hasta su retórica agresiva se ha vuelto eufemística y aderezada con un negro humor que tampoco se le conocía.
Otra duda surge cuando se esconde el origen del dinero y la forma de pago a los secuestradores; también se sospecha de otra irregularidad en el secuestro al publicarse la información de su médico de cabecera sobre la salud de Diego, donde se expresa que no podía subsistir sin una dosis diaria de medicamentos especiales, no se explicó además como pudieron saber los secuestradores que Diego tenía inserto en su cuerpo un chip para conocer su localización, tampoco se explica la autocensura que realizó el medio televisivo ni la suspensión de todas las actividades de investigación y persecución de los delincuentes por parte de las fuerzas policiales y las armadas que ahora atienden ese tipo de delitos del ámbito federal y finalmente la contradicción en un individuo que se ostenta como hombre de leyes, al no presentar ninguna denuncia aún contra sus secuestradores. Quizá porque sus captores no le arrancaron ni un cabello para enviarlo como testimonio a quiénes tenían que pagar el rescate.
Existen muchas especulaciones con relación a este secuestro, pero quizá la que más inquiete es la posibilidad de que esta acción haya sido planeada por células criminales que tienen alguna relación con el secuestrado o con los grupos afines a Diego, como pudieran ser algunos facciones radicales del clero mexicano, de su mismo partido, de organismos criminales que quieren participar en la política interna de México o de cualquier organismo fascista de los que está lleno el País, incluyendo a la supuesta economía legal de los grandes capitalistas. Pero lo que más sorprende es la minuciosidad en la planeación, en el proceso de divulgación de una ideología caótica, en la complicidad de los medios de comunicación masiva, preferentemente el televisivo y por supuesto en la calculada liberación con varios días de anticipación y la obtención exacta e inmediata de los recursos que solicitaban los secuestradores con mucha cortesía y formalidad.
La participación de cualquiera de los grupos, pandillas y facciones que pudieran estar detrás de este inusual evento supondría un grado de tecnificación que no es común en la nación mexicana, por lo que no debe descartarse la hipótesis de que este evento mediático y de diversión pudiera haber sido elaborado en alguna de las múltiples oficinas de espionaje que ha instalado el Gobierno de los Estados Unidos en México. Justamente para distraer la atención de todos los mexicanos concentrada en los problemas de seguridad que se han derivado de una política de persecución al narco con las Fuerzas Armadas que fue impuesta a México por Washington.
Claro está que la respuesta de la diplomacia norteamericana sería la de siempre: todo es cuestión que esa hipótesis pueda probarse. Yo ripostaría diciendo que se pruebe que mi hipótesis carece de fundamentos.