Reseña del escrito “Monterrey, una ciudad sin artistas”. Parte II.

En esta segunda parte del escrito “Monterrey, una ciudad sin artistas”, Alfonso Elizondo continúa su análisis crítico sobre el panorama artístico de Monterrey, enfocándose en las décadas de 1960 y 1970. El autor describe un ambiente desfavorable para el desarrollo artístico local, donde los artistas talentosos eran forzados a emigrar para encontrar reconocimiento y éxito.

Elizondo señala que la mayoría de las escuelas de artes y humanidades en Monterrey estaban semidesiertas, y aquellos artistas con verdadera vocación se veían obligados a buscar oportunidades en otras ciudades más receptivas al arte. Los artistas que decidieron quedarse en Monterrey raramente alcanzaban el éxito, incluso si poseían un talento extraordinario. El autor critica la tardía apreciación del arte local, que solo comenzó a ser valorado cuando artistas regiomontanos ya habían sido reconocidos a nivel nacional, y los coleccionistas locales comenzaron a ver en el arte una forma de inversión y prestigio social.

Elizondo también aborda la influencia de la escuela francesa del siglo XIX y del expresionismo alemán en la plástica mexicana, destacando cómo figuras como Diego Rivera, Clemente Orozco, Rufino Tamayo y David Alfaro Siqueiros incorporaron elementos de las etnias aborígenes mexicanas en sus obras, lo que les otorgó un lugar distinguido en las artes plásticas a nivel mundial. Sin embargo, el autor argumenta que la esencia de estos artistas seguía siendo fundamentalmente europea y no representaba fielmente la mitología latinoamericana.

En cuanto a los artistas plásticos regiomontanos, Elizondo menciona que aunque algunos regresaban a Monterrey para vender sus obras, raramente obtenían reconocimiento en su ciudad natal. Los artistas de otras regiones de México, con estilos más alineados con la plástica mexicana reconocida internacionalmente, encontraban mayor éxito en Monterrey.

El escrito también critica la preferencia de los coleccionistas regiomontanos por artistas extranjeros o nacionales que imitaban a los grandes iconos de la Plástica Mexicana, en lugar de valorar a los artistas locales. Elizondo describe cómo esta tendencia refleja una imitación más amplia de las costumbres, modas e ideologías norteamericanas en Monterrey.