Neofascismo del siglo XXI

Una característica muy notoria del capitalismo globalizado del siglo 21 es la expansión dramática de la población marginada y excluida de la repartición de ganancias del sistema económico, aún cuando este enorme sector de la población mundial alcanza casi una tercera parte del total de seres humanos vivientes en el Planeta. Cuando los actuales dueños del poder mundial han tratado de asegurar el control social de esta enorme masa humana se han generado los proyectos neofascistas que promovieron el tránsito del Estado de ‘bienestar social’ hacia el de ‘control social’. Como una consecuencia de ese afán de control de la clase dominante, el sistema de Estados policiales crece cada día y se vuelve mas violento.

Las crisis económicas reiterativas que inducen los dueños del capital mundial han incrementado su poder y se han ido legitimando mediante la generación de conflictos y crisis políticas vertiginosas que pretenden solucionar mediante el uso de la violencia policial y de legislaciones coercitivas para los grupos de personas del más bajo nivel económico. El Estado ha dejado de funcionar como el factor fundamental de cohesión en la sociedad y en consecuencia se va descomponiendo el orden social. En la misma proporción, pero en sentido inverso ha crecido la economía global capitalista y su lógica de acumulación de riquezas se extiende a todos los aspectos de la vida social y doméstica creando un paradigma universal de consumo desenfrenado de bienes materiales.

Este fenómeno social se ha acelerado a partir del 2008 y el sistema capitalista ha ido abandonando a grandes sectores de la población humana que viven atrapados en el ciclo letal del capitalismo financiero que acumula, explota y excluye a los más pobres. Este nuevo ciclo del capitalismo actual ya no intenta incorporar a esta población excedente, sino que pretende aislarlos y prevenir cualquier forma de rebelión, criminalizando a los desposeídos y acosándolos con los sistemas policiales hasta llegar en algunos casos a los extremos del genocidio.

Para lograr esos propósitos de marginación social, el Estado moderno recurre a diferentes mecanismos de exclusión forzada, como los encarcelamientos en masa, nuevos sistemas carcelarios disfrazados de agencias de empleo, la dominación policial, la manipulación de los espacios urbanos y de las rutas de transporte, la emisión de leyes de corte criminal contra migrantes y el diseño de campañas ideológicas que seducen mediante la invitación al consumo de todo tipo de frivolidades y de fantasías.

Este fascismo del siglo 21 es muy diferente al del siglo pasado, sobre todo por la enorme capacidad de los grupos dominantes para controlar a los medios de comunicación masiva, la producción de espectáculos que combinan los mensajes simbólicos de los poderosos con las imágenes digitales que solo tratan de expresar la grandeza de un poder invencible y necesario de forma abstracta; así como el control de los medios judiciales para legitimar todo tipo de fuerza coercitiva, además del enorme poder económico necesario para determinar los resultados electorales y establecerse como una fuerza legítima que no rompe con la democracia electoral ni con el orden constitucional.

Aun cuando nadie quiere dar el calificativo de fascista al Estado norteamericano, existen todas las condiciones y procesos que caracterizan al fascismo. Casi todas las acciones bélicas, diplomáticas y políticas que han realizado sus gobiernos de las tres últimas décadas acreditan esa tendencia maligna. Desde la invasión de Gaza por Israel, la limpieza étnica de Palestina, la Guerra del Golfo Pérsico que fue una masacre donde se destruyeron los primeros monumentos de la civilización humana en Meopotamia, la invasión de Iraq para apoderarse del petróleo más barato y abundante del mundo, al margen de los organismos internacionales que encabezaban el orden mundial y ahora han desaparecido, la invasión de Afganistán para controlar los cultivos de opio que iban a China y una de las rutas de los hidrocarburos de los Montes Urales que iban hacia China y la India, los genocidios del Congo y de Sri Lanka, la ocupación de Haití e infinidad de crímenes de corte fascista durante los últimos treinta años.

A pesar de esta cruenta y malvada actitud de los dirigentes políticos de los Estados Unidos desde que terminó la bipolaridad política mundial hacia fines de los ochentas, no existe, por ahora ninguna nación o grupo de naciones que pueda combatir este nuevo fascismo del siglo 21. Las únicas soluciones propuestas han sido de pensadores revolucionarios y progresistas que siguen inspirados en el pensamiento de los últimos marxistas sobrevivientes como Robinson y Chomsky en los Estados Unidos, quiénes aún consideran posible la redistribución de la riqueza mundial mediante una rebelión generalizada de las bases trabajadoras de todo el mundo.

Aunque es indudable la trascendencia del marxismo durante todo el siglo 20, a partir de la aparición de el lenguaje digital, de la hipermedia y de sus consecuentes redes sociales, cambiaron los métodos de las transacciones financieras y de los flujos de capitales, los poderosos se apropiaron de la mayoría de la riqueza existente en el mundo en propiedades y en acciones de las más grandes empresas trasnacionales, se colapsó la producción industrial desapareciendo gran parte de la industria y de sus trabajadores que fueron enviados hacia China, la India y las naciones del Sudeste de Asia; mientras crecían las operaciones de ‘downsizing’ y ‘outsourcing’ en los Estados Unidos y en todo el mundo Occidental.

Al mismo tiempo que esto sucedía con las estructuras del Estado, de la economía mundial y de los sistemas financieros, los cambios en la vida doméstica de las familias de todo el mundo han sido dramáticos, ya que desapareció la permeabilidad social que existió entre los años cincuentas y principios de los ochentas, inhibiendo el desarrollo de las clases medias que asistieron a las universidades y ahora son las que lideran – sin cabezas visibles – las revoluciones pacíficas en todo el mundo Occidental y algunas regiones de Asia en busca de recuperar algunos de los derechos y prestaciones que habían alcanzado cuando los poderosos del mundo aún no desarrollaban su gran proyecto neofascista que ahora controla a todo el mundo.

Adenda.- El propósito fundamental del presente ensayo es demostrar que el proyecto neofascista del siglo 21 fue minuciosamente planeado por los organismos relativamente secretos de los grandes capitalistas del mundo, por lo que hasta ahora no ofrecen ninguna fisura visible para que se desarrolle un movimiento social de las clases de menores ingresos que día con día van siendo más marginadas y hostigadas. La única grieta perceptible en el momento actual es la disputa interna de los grandes capitalistas por los negocios que genera el control del Estado, como la venta de bases antimisiles THAAD a todas las naciones del mundo, la construcción de la valla fronteriza con México y la administración de su producción petrolera o las asociaciones con China para que le suministren los automóviles, televisores y productos manufacturados que sus industriales han dejado de producir por considerarlas poco rentables.

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