En mi anterior artículo sobre el origen del nuevo fascismo que domina al mundo actual mencionaba dos grandes diferencias con el fascismo del siglo 20. Por una parte el origen aleatorio del primero por ser el resultado de una psicopatología colectiva de un grupo racial que se consideraba superior a todas las demás etnias en el mundo y coincidió con el liderazgo político de un individuo aún más enfermo (Hitler), quién logró trasmitir su personal neuro patología a gran parte de la sociedad de su época generando una de las etapas más cruentas y miserables de la historia contemporánea; mientras que el neofascismo actual es el producto de una estrategia perfectamente planificada por unas cuántas familias de diversas partes del mundo Occidental que poseen las mayor parte de las riquezas del mundo y pretenden dominar al mundo entero en el anonimato, sin el uso de las armas convencionales.
La segunda gran diferencia entre los fascismos del siglo pasado y el actual es la derivada de la estructura social y productiva de cada época. Mientras que en la primera mitad del siglo 20 no existía aún la clase media pensante, sino la pequeña élite burguesa ultraconservadora, como un remanente del período monárquico, más una enorme cantidad de gente pobre sin fuentes de ingresos que buscaba subsistir de cualquier forma, incluyendo la huida hacia el próspero Nuevo Continente. Tampoco se había logrado salir de la enorme crisis económica y social producida por la declinación del período industrial y los altos costos de la Primer Guerra Mundial, por lo que el proyecto para apoderarse del Mundo de los nazis no era totalmente descabellado.
Ha sido tan contundente el dominio que ejercen las familias multimillonarias sobre el mundo actual que todas las naciones del mundo han tenido que soportarlo con un silencio cómplice y temeroso, mientras que la mayoría de los Estados de Occidente han tenido que adoptar las mismas políticas opresivas y dictatoriales de los Estados Unidos, quiénes continúan siendo los líderes de este sistema neofascista global. Incluso las dos grandes naciones opositoras, como China y Rusia han aceptado negociar en forma pacífica con los Estados Unidos, mientras empiezan a disfrutar los pequeños espacios de desarrollo económico que se les han otorgado a últimas fechas, ya sea en el área de los mercados de bienes duraderos o de consumo doméstico, de algunos energéticos, de productos manufacturados, de armas convencionales, de explotación de ciertos minerales y de producción de alimentos fundamentales.
Pero al margen de este dominio total que ejerce la élite del neofascismo actual existen infinidad de movimientos sociales pacíficos en todo el mundo que son encabezados por la clase media surgida hacia mediados del siglo pasado y cuyas segundas y terceras generaciones pretenden recuperar los niveles de vida y prestaciones que se desarrollaron entre los cincuentas y los ochentas en la mayoría de las naciones desarrolladas del mundo Occidental y cuyo principal factor fue el dinero impreso en los Estados Unidos que se utilizó para reconstruir Europa y financiar a las grandes empresas alimenticias, de producción de automóviles y de artículos para uso doméstico, de drogas y medicinas, de productos químicos diversos para el campo y para uso industrial, con las que se inundó el mercado europeo y se reconstruyó la economía interna de los Estados Unidos y de algunas de sus principales colonias de esa época como Japón, Alemania e Italia.
Si se analizan los principales eventos globales del presente, se observa que existe el común denominador ya mencionado de una especie de rebelión de las clases medias, al margen de sus identidades ideológicas o religiosas. Lo mismo sucede en Egipto, en Brasil, en Chile, en Grecia, en Italia, en España, en Holanda, en la República Checa y en la mayoría de los países europeos y del Medio Oriente. Solo en algunas naciones con regímenes dictatoriales obsoletos como Turquía, Siria, Irán, Irak, Afganistán, Pakistán o las regiones del Islam en África y Asia se contemplan movimientos armados, pero todo está en función de una edad mítica muy retrasada de la mente colectiva de sus pobladores en la que aún no se admite el pensamiento laico ni en la vida pública ni en la vida doméstica.
Aunque los hechos actuales señalan con claridad la declinación del Imperio de los Estados Unidos, también está claro que el ‘nuevo imperio neofascista’ de los dueños de la riqueza mundial ya no está ubicado en Norteamérica, sino que sus oficinas centrales se mueven en silencio por todas partes del mundo y es cada día mayor el número de adictos a este paradigma del dinero y del poder que genera, por lo que será mucho más difícil su desintegración o por lo menos la disminución de su dominio. Pero no existe la menor duda de que esta concepción del mundo de la élite millonaria, como todas las etapas por las que ha pasado la civilización humana no será la definitiva, como ha sucedido en todos los casos anteriores de la historia humana.
El hecho más visible de la relativa duración del período actual del capitalismo especulativo, el espionaje institucional, la hipocresía y el colapso económico del Estado es el surgimiento de la comunicación digital a principios del siglo 21, con la consiguiente desaparición paulatina de los símbolos del poder y de su transmisión a través de la palabra oral y escrita, las imágenes del cine y la televisión, para dejar todo a la hipermedia, donde el proceso de espionaje y de control político se vuelve casi imposible.
Adenda.- La infinidad de problemas que sufre el Gobierno de los Estados Unidos para ejercer su dominio en el mundo y aún hacia el interior del País no son ocasionados por la torpeza política de Obama o de sus principales funcionarios, sino que expresa la realidad más contundente del actual mundo digital, donde la simulación y el engaño que retroalimentó durante más de un siglo al imperio norteamericano ya no pueden funcionar en el presente.
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