Fin de la palabra en el siglo XXI: El hombre digital

A partir del momento en que la sociedad humana se volvió sedentaria hace ya más de cuarenta siglos ha existido una tendencia generalizada en todas sus culturas para tratar de interpretar los fenómenos sociales más importantes, como la política, la religión y el arte, a través de la historia. Al principio fue con el uso de la memoria remanente del ejercicio de la palabra oral de la leyenda y posteriormente de la palabra escrita, desde el momento que surgieron los primeros alfabetos gráficos en el Medio Oriente y finalmente el principal archivo de la memoria histórica moderna que ha sido y sigue siendo aún el libro impreso.

El ejercicio de la mente colectiva de todos las etapas de la civilización, al tratar de contextualizar los hechos del pasado con los del presente y los del futuro cercano ha conducido al mundo moderno a la creencia errónea de que existe una especie de equilibrio permanente en las diversas etapas de la civilización que ha creado ciclos históricos reiterativos que permiten a las personas ilustradas predecir el futuro inmediato de la sociedad con cierto grado de certeza.

Aunque en las primeras civilizaciones esta visión del mundo estaba inspirada en los controles ejercidos por las deidades que habitaban el mundo metafísico, esa edad mítica de la mente humana se prolongó en Occidente hasta el siglo 15, cuando se escindió la cultura cristiana de Europa con Martín Lutero y después se volvió a implementar con el racionalismo de la Ilustración en el siglo 17 y con las revoluciones socialistas del siglo 19 y de la primera parte del 20.

Desde el momento histórico en el que las clases dominantes de Occidente crearon el Estado y el Ejército que lo respaldaba se facilitó el control de los sectores populares de todas las regiones del mundo Occidental, sobre todo en Europa, debido a la alianza inmediata de los organismos eclesiales cristianos. Desde que Maquiavelo descubrió en Italia este moderno mecanismo de dominio de los ‘príncipes’ o poderosos, el Estado se apropió de los dos instrumentos represivos básicos: el poder militar y el judicial.

Esta nueva fórmula del Estado moderno se difundió con rapidez por toda Europa desde principios del siglo 15 y se convirtió en el mecanismo de dominio de las familias más poderosas del mundo conocido de esa época, al crear una normatividad jurídica y ética que desde entonces ha sido reconocida en casi todo el Planeta, incluyendo las regiones de culturas más primitivas y de etnias que eran consideradas como inferiores en el mundo Occidental.

La situación de hecho es que el mundo entero ha sido atrapado en los parámetros de racionalidad establecidos por el Estado moderno que fueron reforzados en el siglo 18 con la adición del concepto abstracto de la democracia, proporcionándole un mayor control de las clases populares al hacerles creer que son tomados en cuenta por los poderosos cuando éstos designan mediante procedimientos – ocultos a las grandes mayorías – a los funcionarios que oficialmente van a gobernar un Estado específico.

A esta sólida estructura del Estado democrático moderno se le ha añadido el control que proporciona su fragmentación en diversas regiones geográficas y en diferentes partidos políticos con diferentes ideologías que culminan con la extraordinaria tragicomedia actual del Estado neofascista que se ha reproducido en todo el mundo. Mientras que el predominante carácter conservador del ser humano no logra comprender su malicia y es aceptado sin mayores observaciones y críticas.

A pesar de la condición neofascista del Estado actual, este finge ser democrático, republicano y aceptar las diversas ideologías políticas y mitos religiosos de toda índole para poder ocultar en forma perfecta su naturaleza inicua y represiva. Por lo que resulta incomprensible que los poseedores de las grandes fortunas en el mundo estén ahora dañado la hegemonía de los Estados al estar propiciando su bancarrota financiera y creando un nuevo sistema de control global mediante el recorte de sus ingresos fiscales, la veda a los créditos que les proporcionan sus instituciones financieras, el control de sus ingresos provenientes del cobro de los servicios básicos que son la función primordial del Estado y que ahora realizan sus propias corporaciones y empresas sin permitirle intervenir.

Aunque resulta muy difícil determinar el verdadero origen de las estrategias para destruir el Estado de los dueños del capital mundial, es probable que una de esas causas sea que estas familias millonarias han llegado a tener el control de casi todo el dinero que fluye en el mundo, de gran parte de los territorios y bienes inmuebles que existen, de las corporaciones que monopolizan el mundo de los energéticos, de los minerales preciosos, de los campos agropecuarios más importantes, de la fabricación de alimentos y de todas las formas de generar riqueza; por lo que su estrategia actual se reduce a ir controlando la demografía de las clases populares e ir eliminándolos del sistema económico por ser innecesarios en los ciclos actuales de generación de riqueza.

No obstante la evidencia de un control total por parte de la élite capitalista mundial y del excelente manejo diplomático de los Estados Unidos con China y con Rusia, es un hecho ominoso y temible la formación un nuevo imperio trasnacional en el que han desaparecido por completo los principales elementos éticos y jurídicos que estructuraban la normatividad internacional. Se vive una etapa que habrá de ser efímera, en la que no sólo desaparecieron los principios fundamentales de la convivencia entre las naciones, sino que también van desapareciendo los criterios fundamentales de la familia como unidad social del mundo moderno y poco a poco va surgiendo una nueva sociedad en la que no habrá normatividades sociales que sólo contemplen, como ahora, la existencia de dos sexos y la estructura básica de la sociedad humana se construya sobre nuevos y evolucionados conceptos de la procreación, de la estructura familiar y de nuevos paradigmas tanto materiales como espirituales.

Nuestra hipótesis personal sobre esta crisis final del capitalismo globalizado es que con la proliferación del lenguaje digital, el mundo creado por la palabra escrita va desapareciendo a gran velocidad, de la misma forma que va desapareciendo el libro, lo hace el cine, la televisión y todos los medios de comunicación a través de palabras y de imágenes visibles que existían hasta que llegó la hipermedia. Ese nuevo mundo sin la palabra y sin las imágenes visibles no surgirá en el futuro cercano, sino que ahora mismo se está viviendo, pero nos resistimos a aceptarlo.

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