Ahora mismo, cuando se vive dentro de un fenómeno social global en uno de sus momentos más críticos, resulta muy difícil diagnosticar sus verdaderos orígenes y sus posibles desenlaces, ya que sus síntomas aparentan ser diferentes en cada nación.

Por otra parte, los medios de información masiva, ya sea por falta de conocimiento o por tratar de solapar a sus patrocinadores, procuran tergiversar los hechos. Esta situación se originó en Wall Street y se difundió por todo el mundo Occidental, desde América, hasta la ruta petrolífera del Gan Medio Oriente, el Sudeste Asiático, Corea, Japón y Australia.

Desde que se inició la declinación de las grandes empresas industriales en los ‘ochentas’ todas las prestaciones y servicios sociales alcanzadas por las crecientes ‘clases medias’ y la permeabilidad de la sociedad empezaron a colapsarse y a generar una corriente inversa, con despidos de los empleados de mayor edad e ingresos (downsizing) y con la contratación indirecta, temporal y sin responsabilidades legales de los empresarios (outsourcing), cuando eran requeridos nuevos empleados.

De forma simultánea a la declinación de la industria, tanto los Estados Unidos, como algunos de sus países aliados de Europa y del Medio Oriente, iniciaron movilizaciones de sus tropas y de sus ejércitos de mercenarios hacia diversas regiones del planeta, siempre alejadas de los Estados Unidos con diferentes pretextos, hasta que finalmente lo hicieron en total desacato a la normatividad que ellos mismos establecieron en la ONU cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial.

Estas operaciones cruentas e ilegales intentaban generar grandes ingresos al Estado norteamericano, mediante la venta de armas, energéticos y el nuevo gran negocio de la renta de mercenarios y de servidores de alimentación, servicios de salud y de empleados domésticos que son contratados por el Pentágono con cargo al erario nacional.

Toda esta serie de infamias y tropelías planeadas por el Pentágono y con la cooperación de sus socios condujo al mundo Occidental a considerar que la industria bélica era mucho más rentable que la industria productiva, hasta que descubrieron, al final del mandato de Bush Jr. que su nación estaba en bancarrota y sólo se habían beneficiado los grandes magnates del petróleo, los industriales de la guerra y obviamente, las grandes corporaciones financieras trasnacionales que otorgaban préstamos instantáneos en forma indiscriminada y sin ninguna regulación a cualquier institución pública o privada desde 1999, cuando Clinton derogó la única ley (Glass Steagall) que establecía una especie de límite, similar al encaje legal de la banca de ahorro.

Fue precisamente la venta sin control alguno de las hipotecas de las dos más grandes inmobiliarias del sector público estadounidense, las que ocasionaron el inicio de la gran crisis financiera del 2008, ya que el Gobierno tuvo que utilizar al dinero público para rescatarlas y lo mismo tuvo que hacer, posteriormente con las principales corporaciones financieras especulativas, con gran número de grandes empresarios y aún con bancos e instituciones de crédito que funcionaban con el dinero de los ahorradores.

Esta nueva versión del capitalismo salvaje ha sido transferida con gran éxito a la mayoría de las naciones del mundo Occidental bajo la tutela de Norteamérica, ya que significa un aumento indeterminado en la capacidad de endeudamiento de los Estados sin riesgo alguno para los dirigentes políticos hasta que no se establezca una normatividad internacional para el capital especulativo. Como esto depende de los jefes políticos de las grandes naciones, los gobernantes se concretan a sonreír y a señalar con sorna que el dinero de los ahorradores está garantizado, aún cuando se encuentre en sus cuentas personales ocultas en los paraísos fiscales más inexpugnables.

Las consecuencias visibles de este fenómeno social sin precedentes han sido la precarización de las clases medias, la disminución del grado de escolaridad en la mayoría de los países, más la lenta, pero continua desaparición del sistema familiar cristiano que se apoya en los criterios religiosos y en la normatividad legal del matrimonio cristiano, creando una nueva sociedad con nuevos paradigmas, cada día más lejana de su versión original, cuyos conceptos principales habían sido inspirados por un taumaturgo cuya mitología personal era la de experimentar el sufrimiento para poder salvar a un pueblo (Israel) que pensaba y actuaba en forma opuesta a la suya.

El resumen de esta patética realidad del mundo actual es que ha desaparecido la función básica del trabajador de la sociedad industrial y de servicios, asimismo, el viejo capitalismo productivo ha sido desplazado por el especulativo y ya no existe quién pueda garantizar la sobrevivencia y mucho menos el futuro de la gran ‘clase media’ que durante la etapa de la sociedad industrial fue el apoyo fundamental para que el ser humano intentase vivir en paz y al margen de la esclavitud.

Esta terrible situación del mundo Occidental se ha expresado con diferentes acciones de protesta, mientras conducen al fortalecimiento del Estado Policial y al dominio total de la aristocracia financiera. Desde las rebeliones norteamericanas de ‘Occupy Wall Street’, las manifestaciones pacíficas de ‘los indignados’ en toda Europa, hasta la ‘primavera islámica’ que arrasa las dictaduras en el Gran Medio Oriente y las insurrecciones contra los emperadores de China y Rusia.

El desenlace final de este gran cambio social nadie puede conocerlo ahora, pero es un hecho que la etapa del capitalismo atroz está en sus momentos finales.

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