ANTECEDENTES.- Este término controvertido tuvo su origen en la última década del siglo 20, cuando el editor bostoniano John Brockman lo utilizó en un intento de reconciliar a humanistas y científicos del mundo anglosajón entre quiénes había surgido una gran desavenencia desde el siglo 19, cuando en pleno florecimiento industrial, las instituciones educativas de Inglaterra exigían el empleo de mucho tiempo del estudiante en el aprendizaje del latín y del griego.
Fue entonces cuando T.H. Huxley, abuelo del famoso escritor Aldous Huxley, quién era el director de la más importante escuela de minería en Inglaterra dictó una conferencia en el Mason College de Birmingham, donde criticaba a los programas de enseñanza oficiales, ya que limitaban el tiempo de estudio de las ciencias exactas que eran más útiles para el desarrollo de la industria.
Matthew Arnold, el crítico literario más famoso de esa época en Inglaterra contestó con furor y violencia a Huxley y expresó con vehemencia que los científicos no estaban capacitados para tratar temas metafísicos y se deberían concretar al estudio de los fenómenos de la causalidad física y a las ciencias naturales. El resultado fue que no hubo ningún cambio en los programas de estudio, por lo que el debate se reanudó 80 años después (1959) cuando el científico inglés C.P. Snow creó el término de las ‘dos culturas’ para referirse a los conocimientos científicos y los humanísticos, descalificando los programas de estudio basados en la tradición humanística e iniciando otra gran polémica.
Aún cuando C.P. Snow intentó la reconciliación con los humanistas, arguyendo que su proyecto tenía un propósito humanitario, su tesis no funcionó y los humanistas continuaron controlando la política en todo el mundo occidental. En consecuencia, los programas educativos, de salud y la normatividad jurídica permanecieron al margen de los grandes descubrimientos de las nuevas ciencias en la segunda mitad del siglo 20. Sobre todo de las neurociencias, la biología molecular y las demás ciencias que contribuyeron al estudio de la evolución humana.
Fue hasta 1992, cuando John Brockman utilizó por vez primera el término de ‘tercera cultura’ para tratar de deshacer la dicotomía entre ciencia y humanidades, denominando con ese barbarismo gramatical una nueva visión del mundo donde sólo existe una ‘civilización´ cuya cultura va cambiando en forma más o menos caótica a través de la historia. Pero fue hasta el 2004, durante el festival Kosmópolis de Barcelona, cuando se sentaron por primera vez en la misma mesa científicos y humanistas invitados por John Brockman.
No obstante, desde una visión histórica, el concepto de escritores de la ‘tercera cultura´ya se había popularizado en el mundo anglosajón desde los años ochenta, cuando eminentes científicos, como Dawkins, Dennet, Diamond, Pinker, Hawkings, Penrose y otros muchos más ya habían transmitido al público anglosajón sus descubrimientos y sus teorías a través de las metáforas de la narrativa que se habían convertido en éxitos literarios sin precedentes.
El aspecto más importante de este fenómeno cultural ha sido que los grandes descubrimientos e investigaciones científicas ahora pueden llegar al público no ilustrado e influir en su conducta, en su forma de hacer política, en la modificación de las instituciones del Estado, en su visión de la ética, de las relaciones familiares y hasta en la reconstrucción de sus axiologías y de sus paradigmas. Casi todas los conceptos institucionales del mundo Occidental se muestran ahora obsoletos al grado de que se plantea en todo el Planeta una nueva forma de convivencia humana, una nueva axiología postmaterialista y un cambio total de satisfactores y de visión del mundo.
Es obvio que esta revolución cultural iconoclasta reciba el rechazo total de los poderes fácticos, de quiénes ahora detentan el poder económico y de la gran mayoría de los conservadores en el mundo. Es natural que las instituciones religiosas, educativas y políticas estén buscando la forma de diferir o distorsionar la divulgación de esta nueva realidad. Pero es obligación de quiénes se consideren progresistas o revolucionarios en insistir en la pronta divulgación de esta nueva visión del mundo y del ser humano.
Aunque por ahora este fenómeno cultural sólo acontece en el mundo anglosajón y ha tenido poca aceptación en los países latinos, no hay duda de que el futuro de la nueva sociedad humana se sustentará en esta nueva visión del mundo a través del pensamiento crítico. Sería como volver al Renacimiento, cuando filósofos, científicos y artistas luchaban sin reservas por los nuevos conocimientos, sin importar que fueran del ámbito metafísico, de las ciencias naturales o de la estética.
La Humanidad ha entrado en una nueva etapa en la que han ido desapareciendo todos los axiomas, todas las verdades absolutas y todos los prejuicios mitológicos. Se vive en un mundo nuevo, donde se están creando nuevos paradigmas en los que se minimizan los satisfactores materiales. Todo hace suponer que en el futuro inmediato, la ambición, la envidia, la venganza y el mesianismo dejarán de ser los factores decisivos en la nueva historia del ser humano.