Según los grandes estudiosos de las ciencias mediológicas, el proceso de trasmisión del poder en las naciones colonizadas es muy diferente al de las que conservan sus mitos originales, su lenguaje, sus costumbres y los símbolos del poder superior que los guían. Como resultado de esa condición histórica, el desarrollo de la cultura en México no solo fue lento y azaroso, sino que generó una confusa dicotomía mitológica en los mestizos que constituían el sector mayoritario de la población durante la Colonia. Coexistía una dualidad de visiones del mundo, donde la herencia aborigen enfrentaba la memética de los invasores, para quiénes su Dios era el inspirador de su misión profética salvática en una tierra de seres primitivos que aun no habían alcanzado su conversión total a seres humanos y no poseían una vida interior con alma similar a la de ellos.
No obstante los verdaderos motivos que inspiraron los procesos de colonización desde principios del siglo 16 fueron la ambición, la avaricia, la megalomanía, el mesianismo, la violencia y todas las conductas negativas del ser humano que han existido desde su aparición en el Planeta y de su evolución para vivir en sociedad. En cierta forma eso explica la tendencia a ocultar y volver invisibles para el ser humano común los procesos para la trasmisión del poder, desde los grafismos en las cuevas y las venus esteatopígicas del paleolítico, los megalitos del neolítico y la infinidad de símbolos, grafismos, iconos, monumentos, esculturas, pinturas y elementos arquitectónicos que han existido a lo largo de la historia de todas las civilizaciones del Planeta.
Aunque la Conquista de México fue en esencia una acción bélica, política y religiosa, la mayoría de sus efectos fueron en el orden mitológico y cultural, ya que no sólo significó la creación de una nueva mente colectiva en España y algunas otras naciones europeas, sino que caló muy profundo en el interior de las mentes de los aborígenes mexicanos, formando las bases del nuevo poder jurídico, religioso, militar y administrativo, estructurando la esfera política y económica de la nueva base social, además edificó una nueva visión del mundo donde se modificaba la percepción del orden temporal y espacial en los aborígenes, cambiando de una concepción cosmológica a otra de carácter historiográfico y religioso.
Quizá el factor más decisivo en el éxito de la Conquista de México por España fue el derivado de la legislación teológica del Vaticano que imponía a las órdenes religiosas realizando labor profética en la Nueva España a soterrar bajo edificaciones eclesiales, monasterios o colegios religiosos a todos los símbolos existentes de los poderes divinos de los aborígenes en las distintas regiones del territorio conquistado. Asimismo, los símbolos representados en esculturas, grafismos e iconos existentes eran sustituidos por los correspondientes al catolicismo específico que ejercía la Casa de Austria, que era en esa época de la Conquista el imperio más poderoso del mundo. Esa sustitución de los símbolos de los poderes divinos en el caso particular de Tenochtitlan fue descubierto hace apenas unos años al hurgar en las ruinas producidas por el terremoto de 1985 en la actual ciudad de México.
Un segundo elemento, también relacionado con la sustitución de los símbolos del poder en Mesoamérica fue la identificación inmediata de las etnias mexicanas con dos elementos iconológicos de la arquitectura religiosa proveniente de España: en primer lugar los alfices mudéjares con una decoración vegetal labrada en piedras volcánicas desarrollada por los árabes durante su larga estadía en España que fueron transferidos a México por los agustinos cuando llegaron a la región lacustre del centro de México, donde aún existían la Laguna de Yuriria, el lago de Cuitzeo y el de Pátzcuaro en toda plenitud y en segundo lugar la presencia de la pilastra estípite ideada por Benito de Churriguera y conducida a México por dos de sus principales discípulos a principios del siglo 18, a los retablos interiores de la Catedral Metropolitana de la Cd. De México y a los imafrontes de la capilla que abriga el Sagrario de dicha Catedral.
Aún se desconoce, el origen de la inmediata identificación de los aborígenes y mestizos mexicanos con dichos elementos específicos de los símbolos del catolicismo español que llegó a México, pero sin duda fueron los dos iconos de la nueva mitología que coadyuvaron con mayor fuerza a la realización de la misión profética de las primeras órdenes religiosas que llegaron a México, sustituyendo a los símbolos existentes, cuyos significados fueron pronto olvidados y hasta el presente permanecen sin ser investigados e interpretados de una manera científica, como ha ocurrido con los símbolos de otras muchas grandes civilizaciones del mundo que fueron contemporáneas y aún anteriores a la mesoamericana del territorio mexicano.
Probablemente el único símbolo sobreviviente de la trasmisión de la cultura en México ha sido la Plástica Mexicana que aún conserva algunos vagos elementos iconográficos de la mitología aborigen en algunas regiones del centro y sur de México, pero que en su mayoría han sido el resultado del proceso de selección que realizaron los indígenas de la Nueva España a los símbolos del poder religioso, político y cultural que impusieron los conquistadores, o bien son elementos procedentes de la India y del Lejano Oriente que fueron introducidos a México por los primeros religiosos que ya habían incursionado por esas regiones del mundo antes de ser enviados al Nuevo Continente. Como fue el caso de Vasco de Quiroga quien a principios del siglo 16 instaló en Pátzcuaro ‘La Casa de los Once Patios’ donde enseñaba artesanías textiles, labrado de madera, tejidos de fibras, decoraciones cerámicas y otras técnicas artesanales que tenían su origen en el continente asiático y hasta el momento perduran en México y son consideradas como diseños originales de los aborígenes mexicanos.
Adendo.- Los alfices, columnas abalaustradas, conchas, veneros y demás elementos mudéjares del plateresco se pueden encontrar en casi todas las edificaciones de los agustinos del siglo 16 en la región lacustre entre Michoacán y Guanajuato. La pilastra estípite llegó dos siglos después y había sido una recreación de la figura humana realizada por Churriguera en un regalo del sultán Sulaimán al rey de España para rematar el mausoleo de su difunta esposa.
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