La sucesión presidencial en México

 

El Milagro de América. Desde que terminó la violencia de la Revolución Mexicana y Calles fundó el primer organismo político institucional, la creencia generalizada de la mayoría de los mexicanos ha sido la de soñar en un cambio radical de la vida política y económica del País en cada sucesión presidencial. En cierta medida esa típica utopía del pueblo mexicano se había realizado desde el tratado Calles- Morrow en 1926 hasta el final del sexenio de Díaz Ordaz en 1970. Aun cuando los cambios no habían sido substanciales, era un hecho que la nación mexicana había experimentado un permanente desarrollo en el sistema político de incipiente democracia y había existido un alto grado de permeabilidad social que le había valido el honroso título de El Milagro de América.

En los hechos, México había logrado un alto grado de alfabetización en su población, el desarrollo del sistema de salud pública había controlado las pandemias más comunes, el índice de ingresos per cápita había permitido la formación de una sólida clase media y la proliferación de Universidades y de escuelas tecnológicas publicas iban generando una nación con grandes aspiraciones dentro del concierto general de las naciones.

Hegemonía del Imperio. A partir de 1970 durante el gobierno de Luis Echeverría, la situación geopolítica del País empezó a modificarse de forma paulatina por la intervención directa de los Estados Unidos en los asuntos internos de México que incluían importantes decisiones en materia de aplicación de los ingresos tributarios, desde la cancelación de inversiones en infraestructura, aplicaciones en gasto social, programas de educación, salud pública, seguridad, deuda pública, tarifas arancelarias y en general toda la operación del Gobierno Federal.

En esa década de los setentas, los Estados Unidos habían alcanzado el apogeo en su poder bélico y económico, por lo que pretendían imponer su visión del mundo a todas las naciones del mundo, inspirados en su absurdo mito francmasónico del Destino Manifiesto donde se reconocía su poder omnímodo y su capacidad de dictar el futuro de la Humanidad. Esta situación se apoyaba además en la existencia de un enemigo real que era la Unión Soviética cuyos dirigentes de esa época se atrevieron a desafiarlos.

Aun cuando Echeverría, López Portillo y De Lamadrid pretendieron conservar la autonomía de México utilizando diferentes recursos, el control de Washington iba aumentado día con día hasta que llegó Carlos Salinas a la presidencia y el dominio norteamericano se hizo del conocimiento público internacional. Este funesto dirigente político contribuyó en gran medida para que la subordinación al país norteamericano estuviese sustentada en una normatividad entre tres naciones y el dominio se convirtiese en un hecho legitimo dentro del Derecho Internacional.

El acuerdo tripartita denominado Tratado de Libre Comercio, de México, los Estados Unidos y Canadá solo fue una formula seudo legal de subordinación a los Estados Unidos, para que las industrias manufactureras norteamericanas que no eran competitivas en su País viniesen a México bajo condiciones tributarias, laborales y de regulación ecológica que las hiciesen competitivas. Asimismo se encontraba un mercado perfecto por su cercanía geográfica, para todos los productos alimenticios y fármacos “off grade” que habían sido prohibidos para su consumo en los Estados Unidos por la Federal Drug Administration y se obtenían los espacios físicos en el territorio mexicano para almacenar, sin regulaciones sanitarias, los enormes desechos tóxicos de la industria bélica, de energéticos, de productos químicos y de producción de diferentes formas de energía.

A manera de una burla sarcástica, en 1984 publicó de forma global el contenido de un supuesto decálogo de medidas económicas, financieras y políticas que fue denominado “Consenso de Washington”, en el que no hubo otra opinión que la del gobierno de Washington y de hecho era una copia textual de un artículo desarrollado por un maestro de economía norteamericano que estaba fuera del presupuesto de Washington. Ahí se confirmaban todas las medidas restrictivas que imponía Washington a todas las naciones que por alguna razón se sintiesen asociadas o subordinadas a los Estados Unidos. Por su cercanía geografía, el país mexicano ha sido y será el último en desvincularse de esa imposición, aun cuando ya lo hayan logrado muchos países de menor poder económico, pero con dirigentes inteligentes y patriotas que han buscado formas alternativas de financiamiento para sus Estados fuera del control de los Estados Unidos.

La Nueva Clase Política Mexicana. Hacia fines de los años setentas ya existía una gran cantidad de técnicos y administradores que habían cursado sus estudios superiores en universidades estadounidenses, por lo que su concepción del mundo les señalaba una total subordinación a las ideologías y conceptos sobre la economía, los principios de salud pública, de seguridad social, de derechos humanos, de normatividades ecológicas y en todos los aspectos de la estructura familiar y social. Pero quizá lo más importante de todo fueron los hechos derivados de los primeros años de educación escolar, durante los cuales, no solo se distorsionaron los principios éticos que señalan el orden pacifico como la mejor forma de vivir, sino que la violencia a través de la guerra se estableció como fórmula óptima de subsistencia, se falsearon los hechos fundamentales de la Historia Universal, de las principales instituciones globales y en particular se modificaron totalmente los graves acontecimientos de la invasión de México por los norteamericanos, ocultando los motivos reales y convirtiendo el terrible despojo de territorio mexicano en un acuerdo entre dirigentes políticos por una insignificante suma de dinero.

Las Consecuencias Reales del Dominio. Se reflejaron primordialmente en la baja en el desarrollo económico y la pérdida total de la permeabilidad social. De mantener un ritmo de crecimiento del PIB del 4 al 5% anual entre 1934 y 1970, la economía mexicana solo ha crecido un promedio de 1% anual desde los setentas hasta la fecha. Esto ha generado una creciente población en diferentes niveles de pobreza y ha llevado al país al momento más crítico de su historia postrevolucionaria, con cerca de 40 millones de ciudadanos sobreviviendo en condiciones de precariedad extrema. Al mismo tiempo, el descenso de la economía productiva ha generado infinidad de personas sin ocupación alguna que han sido presas fáciles de la creciente economía criminal. En este momento, la población económicamente activa de México PEA es de alrededor de 40 millones de personas, mientras que las que tienen prestaciones y seguridad social apenas alcanzan 17.5 millones, además de los poco más de 6 millones que viven en la burocracia del Estado.

Los Orígenes de la Decadencia. Este sucinto análisis de la historia del estado mexicano postrevolucionario nos indica claramente que el factótum de este proceso de destrucción de la nación mexicana ha sido el excesivo control que ha establecido el gobierno de los Estados Unidos sobre los gobiernos mexicanos de las últimas tres décadas, mediante una malvada manipulación de sus principales poderes facticos, desde los grandes empresarios, los organismos empresariales medianos, los diversos grupos religiosos y la nueva clase política, mediante el espionaje y el manejo a voluntad del “mass media” y de la hipermedia que controlan la disidencia ideológica a base de programas televisivos enajenantes y convincentes, además de encuestas amañadas que logran controlar por completo las distintas visiones políticas de la población.

Conclusiones. Es por demás obvio que la sucesión presidencial de México en el presente año no podrá modificar la situación existente, ya que se trata de un asunto geopolítico derivado de la vecindad con el país más poderoso del mundo, cuyos dirigentes intentan conseguir los mejores beneficios para sus ciudadanos, sin importar en absoluto los males que causen al resto del mundo. No obstante, en este momento en el que se ha establecido una crisis mundial en el sistema financiero y monetario, el tradicional negocio de la guerra que significa venta de armas, consumo de energéticos, de pagos millonarios a mercenarios y consumo de viáticos y servicios ya no se puede llevar a cabo dentro de un estado que está en quiebra real.

Cualquiera de los aspirantes a la sucesión presidencial en México carece de autonomía y poder para cambiar la forma de operar los ingresos tributarios, donde descansa toda la vida económica, ya que el Gobierno estadounidense le impondrá a los dirigentes fundamentales provenientes del sistema norteamericano. Solo que surgiese una situación fuera de control en los próximos procesos electorales de los Estados Unidos y de México se contemplaría una lejana probabilidad de un cambio importante en el futuro inmediato de la nación mexicana. Solo que ascendiera al poder político máximo a alguno de sus altos niveles una persona con una formación técnica de alto nivel que tuviese la inteligencia y el patriotismo de negociar con el gobierno norteamericano una liberación, aunque fuese parcial, de su total dominio, para intentar reconstruir la nación partiendo de sus niveles infraestructurales, tal como se hizo en el pasado, cuando México era aún una sociedad rural o en la actualidad, como ha sucedido en Brasil y otras naciones del Cono Sur.

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