De acuerdo a la mayoría de los filósofos y sociólogos de la postmodernidad, detrás de todas las acciones que realiza el ser humano subyace una intencionalidad, aun cuando no sea manifiesta. Ese conjunto de intenciones visibles u ocultas es lo que se conoce como racionalidad. Según Habermas y Carr existen tres formas de racionalidad: la tecnológica, la que interpreta los mitos colectivos (hermenéutica) y la que analiza las formas de comunicación.
Por su parte, Weber define la racionalidad como la forma normal de actuar en la actividad capitalista, mientras Marcuse la define como la institucionalización de un dominio que se presenta como si estuviese alejado de la actividad política. Plantea la racionalidad tecnológica como sinónimo de ideología, ya que implica un dominio sobre la naturaleza y sobre los seres humanos de forma metódica y científica con riesgos perfectamente calculados.
Según Marcuse, la tecnología en cada caso es un proyecto histórico social donde se exhiben los propósitos de los intereses dominantes sobre las personas, objetos y posesiones naturales existentes. En su opinión, la conciencia de los seres humanos no percibe esa opresión debido a que ha sido legitimada, mientras que el dominio de la naturaleza y la productividad le proporcionan una forma de vida más confortable. Bajo este criterio de Marcuse, la racionalidad tecnológica conduce inexorablemente hacia una sociedad totalitaria de base racional.
Desde su particular visión, Habermas sostiene que la acción política de la racionalidad se expresa en la transformación de la naturaleza y por ende la del ser humano. Piensa que la maquinaria tecnológica no tiene fines políticos y puede funcionar en la misma forma para sistemas capitalistas o socialistas. Pero que al convertirse en la única forma de producción de cosas materiales se constituye en una cultura y en una etapa histórica definida de la civilización humana.
Desde la visión de la eminente educadora argentina Beatriz Fainholc, la tecnología no es como pretenden los grupos dominantes un elemento instrumental y neutral, sino que debiera, a través de la educación, convertirse en un escenario cultural para poner a la vista de todos los intereses hegemónicos de las culturas que pretenden señalar el camino correcto a todas las naciones del mundo, para crear un debate de posibles alternativas de progreso para la humanidad en una forma más liberal y democrática a la que ahora existe.
En la racionalidad tecnológica siempre ha existido un intento por adelantar o preveer los resultados y su problema fundamental radica en la baja eficacia de esa predicción. Ya que tiene grandes niveles de riesgo y de incertidumbre que la llevan a nunca conocer las consecuencias de su aplicación en el mediano y en el largo plazo. Además de que existen efectos colaterales no intencionales que pueden tener consecuencias desastrosas e irreversibles en el medio ambiente.
Aunque estos riesgos incontrolables de la tecnología racional expresan con claridad su intención de controlar la realidad de la sociedad, existen aspectos impredecibles y desconocidos. Pero es muy difícil detener el desarrollo constante de la tecnología porque existen infinidad de intereses de todo tipo que están involucrados en su accionar; desde los políticos, los culturales y los ideológicos. De modo que solo existen dos formas visibles – prácticamente imposibles – para detener y controlar su desarrollo: la normatividad internacional o la creación de una conciencia moral global.
No obstante, la aparente diversidad de la racionalidad tecnológica en el presente, los hechos señalan que los nuevos usuarios de la tecnología digital operan de forma proactiva y creativa generando y difundiendo instrumentos digitales alternativos en forma constante y ampliando el espacio libre de la red con nuevas ideas que se van convirtiendo en una ‘inteligencia colectiva’ que va creando los vericuetos de los nuevos caminos de la civilización digital.
Con la nueva lógica del lenguaje de la web donde se utiliza un modelo circular y participativo se va modificando la mentalidad de todos los actores sociales. Desde las formas de alfabetización digital y primeros conocimientos instrumentales, hasta las formas de accionar con el entorno donde se halla el nuevo ser digital, cambiando su forma de ver y de conocer la realidad que luce extraña e indescifrable para los viejos y aún para los maduros y los jóvenes de las generaciones ‘x’ y ‘y’, pero es el campo natural para quiénes son ahora menores de 15 años.
No hay duda de que ahora mismo se vive un profundo cambio de los elementos que han determinado el desarrollo de la sociedad humana de los últimos 40 siglos, donde lo más notable ha sido la modificación a las formas tradicionales de comunicación a través de la palabra y de las imágenes que están siendo sustituidas por el lenguaje digital. Asimismo se ha concentrado el poder económico en unas cuantas familias, mientras persiste el individualismo y las conductas más negativas del ser humano que crean una lucha entre naciones y personas para obtener más riqueza a cambio de menos riesgo y esfuerzo.
La nueva racionalidad tecnológica del capitalismo ha dejado en el olvido las conquistas laborales de los últimos doscientos años de la clase trabajadora e intenta el triunfo total de una pequeña élite que dominará al mundo entero por el resto de sus días.
Adenda.- A pesar de que la élite neofascista de la ultraderecha tiene control total de la sociedad actual y no hay grietas visibles en el imperio capitalista, no debe olvidarse que todos los imperios de la civilización humana han transitado por un momento de apogeo justo cuando su declinación y su muerte final están muy cercanas.
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