La ciencia estadística con su tradicional ‘curva de Gauss’ fue utilizada por primera vez como una metáfora en 1867 por el físico escocés James Clerk Maxwell para ilustrar la imperfección de la Segunda Ley de la Termodinámica elaborada por Isaac Newton en el siglo 17, en la que se suponía que en un sistema cerrado no puede haber pérdida o ganancia de energía, sino solo transformación. Para justificar las evidentes fugas de energía en el Universo en los llamados ‘agujeros negros’, Maxwell creó a un personaje maligno a quién luego se le denominó el Demonio de Maxwell, quien lograba burlar el equilibrio newtoniano cada vez que lo deseaba.
Muy pronto, esta hipótesis del Demonio de Maxwell se convirtió en una realidad, no sólo en los fenómenos de fluctuación estadística en la entropía del cosmos descubiertos en el siglo 20, sino en la posterior ‘teoría del caos’ creada por el sabio viviente Stephen Hawking, quién echó por tierra todas las hipótesis de equilibrio y de reiteración en los flujos de energía en el Universo. Esa misma situación caótica se ha descubierto en la totalidad de los sistemas biológicos existentes que catalizan las reacciones químicas de los organismos vivos y a través de la ingestión de alimentos compensan sus pérdidas de energía. Y no se diga en la nanotecnología actual donde existen mecanismos capaces de disminuir o aumentar la entropía en determinados organismos, como una nueva versión en miniatura del Demonio de Maxwell.
A pesar de la ya vieja historia del uso de la ciencia estadística para la interpretación de la termodinámica, la química, la astronomía, la bioquímica, la nanotecnología y la infinidad de nuevas ciencias biológicas, antropológicas y neurológicas surgidas en las últimas décadas del siglo 20, ha sido hasta hace poco tiempo que este criterio de análisis estadístico empezó a utilizarse en las ciencias políticas, en las religiones y en todo género de cultura mitológica colectiva. Ahora mismo, la interpretación de los procesos políticos y de las tendencias de las religiones en el mundo se hacen mediante una aplicación reduccionista de la ciencia estadística, sujeta en cada región del mundo a los mecanismos legislativos, judiciales, policiales y mediáticos que dominan en cada país o grupos de naciones.
En esta ocasión me voy a referir a Samuel L. Popkin, profesor en ciencias políticas en la Universidad de California en San Diego, egresado del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), quién realizó la primer teoría con un sustento estadístico que trata de explicar como los votantes forman sus opiniones y toman decisiones para seleccionar a sus gobernantes. Se basa en una teoría de la racionalidad sujeta a la información personal del votante para explicar como toma sus decisiones entre los diversos candidatos de una justa electoral. Preguntándose, en esencia, si con la base de información personal sobre el candidato de su jurisdicción puede evaluar la posibilidad de que sea un buen gobernante.
Popkin parte de una premisa principal de que la gran mayoría – estadística – de los votantes utilizan la información racional obtenida de su vida diaria, a través de los medios y por medio de sus interacciones personales para evaluar a los candidatos y facilitar sus opciones electorales. Supone Popkin que aun cuando el votante proceda de un medio con mayor educación, su conocimiento cívico no se aumenta en forma significativa durante los primeros cuarenta años de vida, ya que está dedicado a su vida doméstica. Asimismo, la competencia política del individuo no se podrá medir por el conocimiento adquirido a través de los libros, ya que desde una visión estadística jamás han logrado cambiar la forma de pensar del individuo promedio de una sociedad.
Cree Popkin que la mayor parte de la información política que tienen los votantes es un subproducto de sus actividades en la vida diaria donde se entera de las tasas de interés, los precios de mercado, la inflación, etc. Mientras que los medios y las campañas explican lo que hacen los políticos. Por lo que los votantes desarrollan afinidad con algunos de los líderes de opinión que apoyan a ciertos candidatos en los medios de comunicación más populares y en sus vivencias personales interactivas.
La comunicación personal es vista por Popkin como una forma de evaluar a los partidos y a los candidatos. La información recibida a través de los medios de comunicación se discute con los amigos y ayuda a crear opiniones. Además de los aspectos de la cercanía física del candidato, competitividad y sinceridad como lo perciban ellos en lo particular.
Señala Popkin que los votantes comparan a menudo a un candidato con un estereotipo preexistente de como actúan determinadas personas. O sea que el votante toma la idea de que ya sabe quién tiene que ser un presidente y lo compara con la información personal que él posee sobre el candidato, por lo que unos cuantos votos malos en el registro de los políticos pueden socavar en alto grado la decisión de voto, ya que todo mundo piensa que los errores de los políticos son intencionales, mientras que los propios obedecen a las condiciones externas.
Una pequeña cantidad de información personal del votante puede expulsar a una gran cantidad de información externa, ya que la información personal es mucho más útil que la información mediática en la construcción de narrativas. Decía Popkin que ‘el encuadre’ que se haga del candidato es la forma en que el votante ve al gobernante. La cobertura de los medios sobre los problemas económicos existentes lleva al votante a actualizar no solamente su evaluación personal de quién opera la economía nacional, sino a hacer una evaluación más amplia sobre el gobernante que es jefe del operador de la economía.
Cuando el votante es capaz de utilizar accesos directos a la información económica tiene más confianza que cuando la recibe a través de los medios, aunque irónicamente señala Popkin la muy alta probabilidad de que esas evaluaciones sean incorrectas. También compara la conducta del votante promedio con la de un borracho que busca junto a un farol prendido las llaves perdidas de su auto, por la simple razón de que ahí es el único lugar donde hay luz. Y señala que los votantes en general son proclives a las búsquedas unidimensionales, como centrarse en un solo atributo del candidato, igual a lo que ocurre en una carrera pedestre donde se evalúa a todos los participantes con relación a quién va adelante. A final de cuentas es una decisión – nada racional – del votante ‘promedio’ sobre donde obtener información del candidato para aplicarla a la hora de votar.
También se centra Popkin en gran medida en la función de la campaña política para facilitar su elección. Señala que la campaña aumenta la importancia de algunos temas específicos, fortalece las conexiones entre las acciones públicas y las oficinas que las ejercen y aumenta las diferencias que percibe entre los candidatos.
Popkin considera que las elecciones primarias presidenciales en su país son mucho más complejas que las elecciones generales, por lo que es más difícil aplicar su teoría en ellas. Donde observa que los candidatos quiénes logran buenos resultados en las primarias, son luego los que reciben mayores rechazos para su aprobación camaral. Eso es debido a la nueva información que recibe el votante sobre el candidato, así como a su propia victoria que lo convierte en una nueva opción y en una fuerte persuasión para el votante.
Adenda: Aunque la aplicación de estos criterios estadísticos y de racionaldad electoral de Popkin fueron desarrollados para las elecciones presidenciales primarias de Carter en 1976, de Bush y Reagan en 1980 y la de Mondale, Hart y Jackson en 1984 y considerando que estas ‘primarias presidenciales’ de los Estados Unidos son ‘sui generis’ en el mundo, dichos conceptos se han transferido a la mayoría de las naciones que son sus asociadas o subordinadas, ocasionando por lo general resultados negativos, como han sido los casos de toda Latinoamérica, de los socios europeos, de los países del Gran Medio Oriente desde Marruecos y Argelia pasando por Libia y Egipto hasta la ruta alrededor de Arabia y el Medio Oriente para volver a Europa a través de Ucrania y de Turquía.
Para desgracia nuestra, México en particular es un caso patético del fracaso de la oligarquía norteamericana que lo ha llevado de ser el ‘milagro de América’ a uno de los países del OCDE con el mayor porcentaje de pobreza en grado extremo y con menores posibilidades de desarrollo económico y social.