La muerte es el más antiguo de todo los ritos de pasaje, la obliteración de todas las actividades físicas y mentales del individuo, es el cierre del telón del gran teatro de la vida, es el más solitario y seguro de todos los destinos, es la menos comprendida de todas las vicisitudes que le pueden ocurrir al hombre. Ramón y Cajal escribió: “Que no hay acontecimiento más real e ineluctable que el fenecer”. Los Romanos decían: “De mourtuus nil nissi bonum” (de los muertos no decir sino lo bueno). Antes de morir, los gladiadores saludando con la mano levantada al César, en el coliseo romano exclamaban: “Salve César emperador los que vamos a morir te saludamos”. Militares, y Civiles de espalda al paredón mirando a sus ejecutores de frente, les espetaban a sus verdugos, “Larga vida señores”, o bien morían ante la ráfaga del pelotón de fusilamiento con el grito: “!Viva la vida!”.

La muerte puede ocurrir repentinamente como un rayo en un cielo despejado como ha ocurrido con atletas y futbolistas en el estadio ante millones de espectadores televidentes, puede aparecer violentamente en el ejercicio del poder como ocurrió con Kennedy o en la desgracia del destierro como pasó con Napoleón, puede desarrollarse con la anticipada parsimonia del suicidio planeado como en el caso del infeliz Werther de Goethe o como en los suicidios fríamente calculados de grandes escritores como Arthur Koestler, Sandor Marai, Stephan Zweig y Leopoldo Lugones, por citar sólo algunos. También en los justos la enfermedad desgastante y crónica ha sido el preludio de la muerte como es el caso de la madre Teresa de Calcuta y el Papa Juan Pablo II. Por otra parte los perversos como, Caligula y Nerón han sucumbido después de una larga estela de insania. En los barones santos como San Francisco de Asís y en los execrables como Hitler, la enfermedad se ha ayuntado con el deseo de morir. En el caso del Fhurer, el Parkinson incapacitante y el temor de ser juzgado por sus crímenes de guerra lo impulsaron a quitarse la vida. Muy diferentes personajes pueden ser condenados injustamente a la muerte de muy diversas maneras: la cicuta en el caso de Sócrates, la hoguera con Giordano Bruno, la horca como a Miguel Hidalgo, el paredón como los héroes antibonapartistas de los fusilamientos de Mayo plasmados magistralmente por Goya; el puñal asesino en los casos de Julio César y Jean Paul Murat, este último magistralmente plasmado en oleo por su amigo el pintor Luis Jacques David; con la cimitarra en la ejecución de Sardanápalo y sus concubinas, inmortalizado en el óleo de Delacroix; por canibalismo como en la espectacular pintura del romántico frances Gericault, “En la Balsa de la Medusa”; por la guillotina como Danton y Robespierre; por Crucifixion como en el óleo de Prud’Hon donde Cristo aparece envuelto en un sentido de profunda tristeza, emocionalmente influido por la pérdida de la amada del pintor, Constanza Mayer. En la silla eléctrica como Zacco y Vincenti; en el campo de batalla en Québec, donde yace agónico el general Wolf pintado por Benjamín West; con la inyección letal como ha ocurrido con tantos migrantes ilegales mexicanos en las cárceles de Texas; por insolación como los indocumentados cruzando los desiertos de Mohabe y Arizona buscando la ilusión del sueno americano.

Ante la muerte, la justeza del barón, la autoridad del anciano, la candidez del niño, la sapiencia del filósofo, los defectos del joven, la belleza de una virgen agraciada de atributos, la ignorancia de un miembro de la turba, la deformidad de un Cuasimodo, la bondad de un santo, la maldad de un asesino, el patriotismo de un héroe o la cobardía de un villano, no tienen distingos.

Aquellos que por su mano se han quitado la vida lo han hecho de muy diversas formas: colgados de una cuerda, como Judas; precipitándose de un abismo, como Fermín Ramírez; con una espada clavada en las entrañas, como Mishima; con el corte limpio de un bisturí en las venas o con el filo de un vidrio irregular en las carótidas; con un tiro en la cien como Rommel, o en el corazón como Van Gogh; con un veneno tan antiguo como el cianuro o la cicuta, o tan moderno como la insulina y las benzodiacepinas o bien por inanición. Los motivos han sido varios, pero todos los suicidios son en última instancia una protesta, desde el Bonzo que se inmola públicamente con una actitud desafiante ante los perversos demonios reales o ficticios de la globalización, hasta aquel que lo hace como reclamo a la injusticia del Estado o la sociedad donde habita; o por el abandono de sus afectos y querencias, padres, esposas, hijos y amantes, en todos estos casos, la muerte por la propia mano es siempre un manifiesto, el más trascendente de todos ellos y el más inmanente por ser a la vez un tanto público o un mucho privado.

La muerte inflingida a un individuo es asesinato, cuando se hace contra el padre es parricidio, cuando contra la madre es matricidio, cuando se hace contra el conyugue es uxoricidio, cuando contra el hijo es filicidio, cuando se hace contra el hermano o hermana es fratricidio, cuando es contra una figura pública relevante es magnicidio, cuando es contra muchos es genocidio, particularmente si estos muchos pertenecen a una etnia diferente como en el caso de los Tutsu y Hutus en Ruanda y Burundi, los Tamiles al Norte de Sri-Lanka, los judíos en el Holocausto, los Kurdos al Norte de Irán y un largo etc.

El culto de los muertos se establece hace mas de 30,000 años, tiempo en que se originan las primeras pinturas rupestres como las cuevas de Lasceaux y Altamira, fuera de las mismas se han encontrado osamentas de humanos ocasionalmente mezcladas con huesos de animales. Esto se ha manifestado en la relación de los primeros trabajos artísticos del ser humano con la muerte. A partir de ahí se inició la construcción en casi todas las culturas, de necrópolis es decir de ciudades dedicadas a los muertos. Todas ellas desde la de Pompeya en la puerta de Herculano hasta las tumbas Faraónicas de Keopes, Kefren y Giza pasando por las pirámides de las culturas Maya y Azteca, eran centros mortuarios para divinizar a reyes, faraones, emperadores y príncipes. Para los Egipcios comunes la muerte era el final, para los faraones el principio de la inmortalidad. El tratamiento del cadáver fue para ellos no solo un ritual sino una preparación que incluían el encerado corporal, la eviscerarción incluyendo la masa encefálica que la extraían por la nariz y el uso de vendajes con soluciones especiales para promover la momificación de los tejidos restantes. Para los cristianos antiguos y los musulmanes actuales este rito era austero, el cuerpo del difunto lavado previamente con mirra pero sin manipulación alguna era cubierto con un sudario blanco.

Los desposeídos y los pobres nunca tuvieron monumentos que signaran su paso por la tierra transcurriendo como muchos en la indiferencia de la vida y la inexistencia póstuma. Muchos textos escatológicos hacen referencia al arte de morir, que dependiendo de su cultura se acompaña de ritos llamados hiperbólicamente pompas fúnebres, que incluyen las últimas palabras de familiares y amigos, ceremoniales de chamanes y sacerdotes, hasta lujosos banquetes funerarios. Las ultimas palabras del moribundo célebre han quedado registradas para la historia: Presidentes, como John Quincy Adams: “Hasta aquí he llegado en la tierra”; Reyes como Federico Guillermo Rey de Prusia: “No tan desnudo voy a llevar mi uniforme”; Emperadores como Julio Cesar: “Tu cuoque brutus”; Ministros como el Conde de Metternich: “Fui una roca de orden”; Cardenales como Richelieu: “No tengo enemigos, con excepción de los del Estado”; Filósofos como Hegel: “Este es el único hombre que me ha entendido, pero no me ha entendido bien”; Escritores como Cervantes: “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto llevo la vida”: Pintores como Picasso: “Brinden por mi”: y Hombres como Jesucristo el hijo de Dios: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Las necrópolis romanas y griegas afilaban las tumbas en líneas con calzadas interiores. Las tumbas eran embellecidas en sus exteriores con bajos relieves en piedra, que mostraban algunas de las actividades en vida del muerto. Estas necrópolis, en ocasiones se estratificaban sobre capas diferentes de tierra, que en el curso de los siglos y milenios se sobreponían como en el caso de Jericó y Ebla. En muchas tumbas, como las halladas en Pompeya existian Scholas, que revelaban el carácter festivo del recinto, ya que eran lugares acondicionados para acomodar no sólo a la familia en el momento de visitar la tumba, si no en ocasiones se adoquinaban grandes patios para efectuar banquetes funerarios conmemorativos. Estas necrópolis semejantes a los modelos helenísticos, estaban ornadas por pequeñas tablillas cuadrangulares de cerámica pintadas individualmente a mano para construir retablos con la emblemática figura de la calavera de donde surgirían más tarde los llamados mosaicos venecianos. El cuerpo del muerto recibía diferentes tratamientos, desde ser enterrados que fue la primera y sigue siendo la más común de las formas para deshacerse del difunto, seguido en muchas culturas por la cremación, embalsamamiento, la pira funeraria entre otros. Los Vikingos por ejemplo: ponían el cuerpo del muerto en una pira ó en un barco para que se consumiera por las llamas en el mar, no quedando a los familiares resto alguno del que había pasado a mejor vida. En otros casos el cuerpo se cremaba y las cenizas eran guardadas por la familia en arcas de madera, en jarros de barro ó en copas cerradas de bronce, plata u oro llamadas urnas funerarias según la importancia del muerto.

Las catedrales Góticas, sedes espicopales y signo distintivo de la ciudad Gótica de la alta y baja edad media fueron también el ultimo recinto de nobles. El edificio catedralicio tenia cinco funciones: la primera era la celebración de los oficios litúrgicos, la segunda la función catequetica, la tercera no menos importante era simbólica y política y representaba el espejo de la urbe que era además su centro geográfico del cual salían calzadas y calles otorgándole distinción a la ciudad; la cuarta relacionada con la enseñanza no religiosa pues la palabra catedral proviene de cadera, trono donde el obispo enseñaba otras disciplinas incluyendo la medicina, como fue el caso de Fulberto obispo de Chartres. Finalmente era la catedral en sus sotanos un lugar adornado con tumbas para enterrar a reyes, príncipes, obispos y santos, entre otros.

En México las catedrales tenían las mismas funciones excepto la académica. Luego entonces, estas se consideraban también como recintos funerarios, donde el pueblo iba a pedir favores por la intercesión de sus finados o de los enterrados en la iglesia. El altar de muertos establecido a finales del siglo XIX sigue siendo una de las pautas del folklore mortuorio mexicano. La base del altar era una repisa cubierta con un mantel bordado o un plástico estampado ornado con fotografías del difunto, espejos y flores de papel de chinas de colores brillantes aderezaban el altar. Frecuentemente se agregaban objetos que le eran familiares al difunto en vida, como botellas de mezcal y cigarros, trofeos, y en ocasiones hasta alimentos como tamales, dulces de ajonjolí.

Cómo se comporta el mexicano ante la muerte: En la niñez se protege al infante de los traumas uno de los primeros es el de la muerte que se sublima con frases como se fue al cielo donde será eternamente feliz. Esa impresión que en todas las culturas se asocia con miedo o dolor termina el mexicano por hacerla festiva con el dia de los “santos difuntos”. Por otra parte el mexicano es necrofílico, le dedica ritos y ceremonias, le ofrenda flores, frutos y pan, el pan de muerto y las calaveras de azúcar, por otra parte le hace fiestas y le compone corridos con música vernácula, tratando de “domesticarla” como dice Eulalio Ferrer. También la desprecia y se burla de ella pero en realidad le teme, y le causa horror, las angustias y calamidades representadas en el Dios de Tezcatlipoca (Hermano de Quetzalcoatl), única deidad ante la cual nuestros indígenas se postraban de rodillas es una muestra de su temor y respeto ante la muerte. Durante la vida que el mexicano frecuentemente dice que no vale nada (cuando menos en León Guanajuato), el mexicano la desafía desde el momento del nacimiento por lo que frecuentemente la partera le rezaba al recién nacido: “Ahora nene has empezado a morir”, emblemática frase que no sólo habla de la transitoriedad de la vida sino además que la vida para el indígena era un castigo envuelto en sufrimiento muy semejante al Samsara budista.

Durante la vida el mexicano dice buscarla aunque en realidad le huye, la quiere ridiculizar con calaveras de mujeres vestidas llamadas catrinas que en forma oblicua revelan una critica a la sociedad o a los personajes célebres de su época, este arte gráfico fue llevado a los niveles máximo de representación folklórica por el grabador y creador de las calaveras José Guadalupe Posadas que tanto influyó en nuestros muralistas, Diego Rivera, David Alfaro Sequeiros y Clemente Orozco.

Las calaveras aparecieron como versos que ridiculizaban o ensalzaban a los iconos de nuestra cultura, desde Pedro Infante hasta Maria Félix, desde el viejito Ruiz Cortines hasta el villano favorito Carlos Salinas de Gotari, desde Isabelita Blanch hasta Maria Conesa, desde Frida Kalo hasta Tina Modoti desde Leonora Carrington hasta Rosario Castellanos. El mexicano tradicionalmente le dedicaba cinco días a sus muertos que incluyen desde el 28 de Octubre para preparar altares, pasando por el primero de Noviembre el día de los niños nacidos muertos, festividad cuyas raíces viene desde los aztecas hasta el emblemático dos de Noviembre o día de todos los santos donde el mexicano lleva a sus muertos coronas con flores que están imbuidas en la concepción indígena de la flor del tempazuchilt. Confirmando así lo dicho por Jorge Carrión, que la actitud del mexicano ante la muerte es el resultado de la fusión indígena -originada en un pueblo niño y animista- y el talante del pueblo español, joven y en busca de expansión.

Otros de los rituales del folklore mexicano ante la muerte es la tradicional danza macabra que junto con los demás símbolos mortuorios como las catrinas, y las calaveras en verso, como la famosa de Posada que dice:

Este alegre calavera

Hoy invita a los mortales

Para ir a visitar las regiones infernales.

Habrá trenes especiales

Para recreo de este viaje,

Y no habrá necesidad

De ponerse un nuevo traje.

Las calaveras en verso revelan el carácter festivo de nuestro pueblo ante la muerte. La danza macabra fue traída a México de Europa a principio del siglo XX y popularizada, como nos dice Eulalio Ferrer, en los talleres de grabado de José Guadalupe Posada, Manuel Manilla y Leopoldo Méndez por mencionar los más importantes. Así como la catrina es ademas una critica social a las mujeres y hombres de la alta sociedad que utilizó el provinciano Posada para despojar a la muerte de su solemne efigie imbuyéndole con la calavera el verdadero espíritu popular del mexicano.

En los últimos cincuenta años un elemento que se ha agregado a nuestro folklore en gran parte popularizado por los narcotraficantes es el de la Santa Muerte. Esta mujer es supuestamente la liberadora de las malas energías de nuestros enemigos y va acompañada de la emblemática guadaña para cercenar dichas energía malevolas. La imagen de la Santa Muerte es de una calavera que reclinada sobre su mano derecha, parece observar desde sus vacías cuencas orbitarias al mundo. Sobre ella yace su mano ajustando al mismo tiempo la balanza cuyo simbolismo místico de justicia proyecta el equilibrio entre castigo y culpa. Esta balanza la Santa Muerte la mantiene en simetría supuestamente para darnos estabilidad, paz y seguridad. La túnica que cubre a la Santa Muerte de cabeza a pie es de un color anaranjado chillante (esta túnica puede tener otros colores de acuerdo con las peticiones que deseamos hacerle, blanco para la pureza, roja para el amor y la pasión, dorada para el poder económico, verde para la justicia, negra para la protección, azul para la sabiduría), el búho ave de la oscuridad, el faro luz que nos hace ver con claridad el camino para ayudarnos a tomar decisiones y el reloj de arena ligado al movimiento perpetuo son otros de los símbolos alrededor de la Santa Muerte.

En México los corridos, oraciones, imágenes, amuletos y versos son algunas de las formas con que los creyentes solicitan o agradecen sus favores. Películas recientes del cine mexicano como Amar o Morir tratan de desmitificar esta subcultura ligada al narcotráfico, aunque en mi opinión termina enalteciendo a la persona del narcotráfico.

El 2 de Noviembre, tradicional día de los muertos es de acuerdo con algunos historiadores y culturólogos una de las cuatro fechas más importantes del calendario mexicano (los otros tres seria el 24 de Diciembre, el 16 de Septiembre y el 10 de Mayo). Ese día el mexicano busca devotamente conciliarse con la muerte. En la intimidad de su hogar el mexicano se persigna todas las noches para espantarla durante el sueño y despertar vivo al despuntar el nuevo alba. En los sepelios es cofrade empático de sus amigos, vecinos, familiares o personas relevantes de su propia sociedad. En el hospital pide siempre el auxilio al hombre de Dios para ser exonerado de sus pecados con los santos oleos. Cuando le sorprende en el extranjero busca o manda buscar un cura para que le confiese en español. Cuando lo toma desprevenido muere casi siempre con resignación encomendándose a su creador y pidiéndole que vele por su progenie; pero evoca también esta liturgia morturia una necesidad de trascender que incluye admiración o asombro para los que permanecen con vida.

La figura del padrino, aquel que bautiza al recién nacido, es representativa en el mexicano de un padre subrogado que se hará cargo del ahijado en caso del fallecimiento de sus progenitores; es por eso que los compadres son invitados obligados al convite, del día de los muertos. La preocupación del mexicano, para buscar la sublimación del niño muerto lo ha llevado a la creación de niños santos, como el Santo niño de Atocha, el cual es adorado el primero de Diciembre en el día de los muertos niños. Existen gratificaciones subculturales del mexicano ante la muerte, como la tertulia cuando se juega la lotería mexicana, donde las cartas como el catrín, el borracho, el diablo y la muerte sacadas del imaginario colectivo de nuestro pueblo, nos hace gozar de un ludio símbolico de donde nace la metaforas como este o aquel, “juegan con la muerte”.

La muerte representa también para el mexicano no solo una fiesta familiar si no además el negocio fúnebre es un nicho del mercado de miles de millones de pesos al año. Incluyendo desde la edificación de panteones deslumbrantes, capillas mortuorias, lujosas estatuas en mármol, ornamentos florales caros, y cenas familiares en recintos y restaurantes después de los sepelios. Es también una derrama de beneficios económicos indirectos para la prensa escrita, la radio y la televisión, que participa del deceso a la comunidad con costosas esquelas de una página o simples obituarios, con celebraciones en misas especiales que incluyen desde cánticos gregorianos o benedictinos hasta mariachis con las piezas favoritas del fallecido al pie de la tumba. La muerte además cuando es violenta en personas célebres acapara la atención de noticieros radiofónicos y televisivos aumentando el rating de esas empresas de difusión cuanta más detallada es la crónica y más compleja la interpretación conspiratoria de la causa de la muerte, como han sido los casos del Cardenal Posadas y el candidato presidencial del PRI Luís Donaldo Colosio. También los bares elegantes y las cantinas de barrio son beneficiados por el doliente que bajo el aturdimiento del alcohol y la compañía de los amigos busca el alivio de su pena.

Frente a la realidad y al misterio de la muerte se han tejido no sólo consejas sino también conjuras y complots cuya verosimilitud muchas veces jamás es probada pero que hacen amena la charla del café, la copa vespertina del club o el desayuno sabatino con los amigos. La muerte jamás dejara de sorprendernos, ante ella, todo cabe menos la indiferencia, ante ella, todos nos postramos con caras largas, lagrimas, sollozos o rictus que llevan impregnado un recuento psicológico, histórico y antropológico de los dolientes del muerto. Es en México donde la muerte se eleva a categoría de mito genial, es en nuestro país, donde el lenguaje de la muerte con clave poética vigorosa o prosa elegante y sutil se recuerda a la muerte desde tiempo inmemorial.

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