La izquierda regiomontana de los 60’s

 

Desde finales de los años cuarenta, la ideología de la izquierda soviética había llegado a Monterrey y se había apoderado del sindicato de trabajadores de la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, conocida como La Maestranza y de la sección regional de los Ferrocarriles Nacionales de México. Al mismo tiempo, distinguidos profesionistas y académicos nuevoleoneses profesaban la doctrina comunista que había surgido en Rusia durante la segunda década del siglo 20 y había permeado a México impulsada por el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934 – 1940).

Adrián era un estudiante universitario en esta época, por lo que sólo llegó a conocer y convivir con una pequeña parte de este maravilloso grupo de nuevoleoneses, quiénes además de su proclividad por el estudio de la ciencia, las humanidades y el arte eran generosos y solidarios con su comunidad. En su gran mayoría poseían una magnífica conciencia ética y fueron un verdadero hito en la historia de Nuevo León.

Entre los profesionistas y líderes de la izquierda regiomontana destacan el Dr. Angel Martínez Villarreal, quién fue rector de la Universidad de Nuevo León y un médico investigador con reconocimiento en Europa, el Dr. Eduardo Aguirre Pequeño, también investigador prominente, El Dr. Enrique C. Livas, con las mismas características de los anteriores y varios profesionales más como los hermanos Reyes Aurrecoechea, el Dr. Mateo A. Saenz, el Dr. Salvador Martínez Cárdenas, el gran escritor y periodista José Alvarado, quién también fue rector de la UNL, el líder ferrocarrilero Tomás Cueva Domínguez, el incomparable maestro Humberto Ramos Lozano, e innumerables nombres distinguidos en todas las ramas del conocimiento.

Aunque no profesaban la doctrina del marxismo-leninismo, con la convicción de los ideólogos de la izquierda regiomontana, coexistían, con gran armonía, otro numeroso grupo de nuevoleoneses progresistas, formados en los ideales de la Ilustración que eran encabezados por el Lic. Raúl Rangel Frías. Casi todos ellos formaron parte de las numerosas actividades de Rangel Frías, tanto en su tránsito por la Universidad de Nuevo León, como en sus labores de Gobernador del Estado. De hecho, Rangel Frías fue el promotor y creador de la idea de una Ciudad Universitaria con una clara línea humanista y una decidida vocación hacia la ciencia experimental que pronto la pusieron a la altura de las mejores universidades de América Latina.

Al joven Adrián le fascinaba escuchar durante largas horas de la noche y hasta el amanecer, las sesiones etílico literarias de Raúl Rangel Frías y sus inseparables amigos bohemios, como lo eran el profesor Francisco I. Zertuche, los hermanos Reyes Aurrecoechea, José Alvarado y el itinerante poeta español Pedro Garfias. Adrián permanecía sentado en el dintel de las puertas de la cantina, justo en la frontera que señalaban sus puertas de batiente que daban a la calle. Ahí permanecía hasta que aparecían las primeras luces de la mañana y la cofradía literaria se disolvía.

Inspirado en esas experiencias incomparables y en su personal afición por la lectura de clásicos, Adrián fundó en 1956, en la compañía de sus condiscípulos más allegados y amigos de las humanidades y la ciencia un organismo autónomo que pretendía fomentar la lectura de los grandes clásicos griegos y de la Ilustración, así como la promoción de la literatura, el teatro, el cine y las artes en general. Este organismo autónomo sesionaba en un local que pertenecía al Departamento de Extensión Universitaria de la UNL y a través de la Secretaría de Gobierno de Rangel Frías se obtenían los precarios subsidios con los que se imprimía su revista literaria que era conocida como Apolodionis y se convirtió en Salamandra, muchos años después.

La gran mayoría de los miembros de este organismo denominado ‘El Librepensador’ eran progresistas, con ideas libertarias y tendencia hacia la democracia republicana, más existía un buen número de ellos con claras inclinaciones hacia la ideología marxista-leninista, aún cuando desconocían sus principios teóricos y la forma circunstancial en la que la teoría pudo funcionar en una nación conducida por una dictadura y sin ningún desarrollo de su industria que era donde se sustentaba el comunismo.

Adrián compartía en grado el pensamiento izquierdista de esa época, pero hubo dos factores determinantes para que su visión de la izquierda fuese diferente a la del comunismo soviético, ya que su personal fanatismo por la literatura de Albert Camus se fortaleció con los análisis y consejos de su maestro de filosofía Christian Brunett, quien fue nombrado maestro de metodología y epistemología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Nuevo León en 1957. Entre ambas influencias, Adrián se decidió por una izquierda mucho menos violenta que la stalinista, dónde quiénes disentían eran ejecutados o condenados a morir en los campos de concentración de Siberia.

El Dr. Christian Brunett provenía de la Sorbona y había sido contemporáneo de Camus, de modo que como él disentía de Jean Paul Sartre y su ideología radical. En su calidad de maestro, Brunett le explicaba a Adrián el azaroso futuro del comunismo y de las demás formas de socialismo en las naciones con alto grado de pobreza que no estaban industrializadas en esa época, ya que esta fórmula de economía política se sustentaba en la gran mayoría de clase trabajadora en las naciones industrializadas, además de los grandes márgenes de utilidad que tenían los empresarios industriales de esas épocas que les permitían otorgar servicios sociales de muy buena calidad a sus trabajadores.

Era obvio, hacia mediados del siglo 20, que la gran mayoría de las naciones del mundo aún no alcanzaban su etapa industrial y que no la alcanzarían en menos de medio siglo más, por lo que pretender la instalación de un sistema económico socialista en sociedades rurales o pastoriles era una tarea imposible y racionalmente estúpida. En el caso particular de la Unión Soviética de esa época, su prospectiva económica de corto plazo era desastrosa, ya que no sólo no existían los desarrollos industriales, sino que aún el campo agrícola y ganadero no estaba organizado en unidades productivas autónomas que contasen con una nómina conocida de trabajadores a quiénes se aplicarían los beneficios sociales del comunismo. En todo caso sería un comunismo donde el Estado sería el único empleador y a quién se le deberían exigir los servicios sociales que planteaba el marxismo-leninismo.

Para Adrián, el derrumbe de la Unión Soviética, dos décadas después de lo señalado por su maestro francés fue algo que ya esperaba, ya que había una total inconsistencia entre el planteamiento de la doctrina y su aplicación en una nación que no sólo vivía en una primitiva sociedad tribal, sino que no había logrado construir una economía interna robusta y capaz de consumir su producción industrial.

Contextualizados estos argumentos en la sociedad global actual, donde las naciones más desarrolladas tienen una contribución de la producción industrial menor al 15% de su PIB, mientras su sector de servicios supera el 80%, es por demás obvio que exista una crisis económica permanente dónde los empleos y los ingresos de los trabajadores van en descenso. Sería ocioso pensar que el socialismo podría ser una solución para el mundo actual, pero también es una aberración que los dueños del capital y de los poderes fácticos globales se empecinen en no crear una regulación mínima de las actividades especulativas que han superado, con mucho, a la producción de objetos materiales y a la prestación de servicios.

Adrián ahora es un viejo que sigue enterado de los grandes acontecimientos políticos y sociales de todo el mundo. Cree que muy pronto surgirá una nueva forma de convivencia en el mundo, donde el dinero y los satisfactores que genera serán sustituidos por otros elementos más espirituales que morigerarán la frivolidad, la envidia, el egoísmo, la vanidad y la mentira que ahora predominan en todo el mundo Occidental. Sólo que ahora esa transformación se llevará a cabo al margen de la violencia.

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