La copa del poema

 

Me urge verte. Por las mañanas cuando emiten luz los petirrojos,

y los colibries zigzaguean enfrente de mis ojos, todavía dormidos,

mi puño se levanta, mi torso se gira hacia la música de sus aleteos

mas no se sí será por una vez o una vida nuestro destino compartido.

 

En estos dias de amor global nunca hace falta el abrazo y el beso,

el hogar elegido para cubrir las américas y los demas continentes

aunque al atardecer me queda la duda con que soledad debo brindar,

la de Ceilán o de cada una de las casas del camino, sus mangos

enraizados dando fruta a todos los transéuntes que paran

para husmear las flores y beber la sangre del ocaso,

con unas copas de vino y memorias tan vivas que no nos darán

tiempo para buscar una cama o hacer el pago a la funeraria.

 

Ahí no más, enfrente, dejaremos el cuerpo en el pasto como su piel

la serpiente, dando una impresión en el suelo que desaparecerá

y la hierba crece, y los vientos braman, mas no la memória

inscrita en el poema, y para siempre, mientras pisamos tierra.

(5 de noviembre, 2011)