Cuando el Presidente Dwight D. Eisenhower terminó su mandato en 1961, advirtió en su discurso de despedida, el desmedido crecimiento de la industria militar estadounidense. Señalaba la necesidad urgente de crear un equilibrio inteligente entre el desarrollo de la economía y la cultura en el ámbito de la vida doméstica y la vida militar. Consideraba erróneo que la industria bélica buscara obtener ganancias en sus operaciones de ventas al Ejército, ya que eso distorsionaba el concepto toral del Departamento de Defensa y ocasionaría el estancamiento del sector privado que les vendía materias primas, alimentos, herramientas, servicios de salud y otros elementos para producir armas y movilizar a sus elementos por todo el mundo.
Las previsiones de Eisenhower se quedaron muy cortas, ya que en la actualidad el Estado norteamericano gasta enormes cantidades en su Departamento de Defensa que significan casi el equivalente a al gasto bélico de todos los países del resto del mundo, sin tener una repercusión en la contratación de nuevo personal, ni en la reactivación de la economía privada por dos razones fundamentales: el empleo de las nuevas tecnologías digitales para operar las armas sin soldados y el hecho soslayado de que algunos de los directores del Pentágono han creado sus propias empresas mercenarias y contratistas en sociedad con empresarios privados de Estados Unidos y de otras naciones del mundo.
Eso ha determinado que desde el año 2000 todas las estrategias bélicas realizadas por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos hayan sido inspiradas en la búsqueda de riquezas enormes para los propietarios de dichas empresas, como sucedió con Chenney, el vicepresidente durante el mandato de Bush Jr. Cuando a fines de los años ochentas la Unión Soviética se había colapsado y no existía nación alguna con suficiente fuerza bélica para justificar grandes gastos bélicos preventivos, los empresarios de la Defensa intentaron impulsar a sus empresas con pequeñas y alejadas guerras, como las realizadas en los países de la vieja Yugoeslavia, algunas de las naciones liberadas al sur de Rusia, las incursiones en países africanos ricos en energéticos o minerales y con los mismos propósitos en Latinoamérica, sin que la nueva industria bélica lograse grandes ganancias.
Fue entonces cuando los nuevos dirigentes del Pentágono, encabezados por Wolfowitz, quién era denominado el ‘jefe de los halcones’ del gobierno de Bush, asociado con los malvados operadores de la ‘inteligencia’ que habían sido aleccionados por Bush padre, decidieron, en sociedad con la familia de Osama bin Laden, crear al enemigo del ‘terrorismo’ en el Medio Oriente para poder justificar el uso de sus nuevos armamentos en una región alejada de su territorio. Como no existía causal alguna para iniciar una guerra al margen de los organismos trasnacionales reguladores como la ONU y la OTAN, los siniestros propietarios de la nueva industria bélica financiaron un ataque supuestamente terrorista al Pentágono y a la Casa Blanca que les permitió instalarse en el Medio Oriente, donde ellos determinaron que sería la sede del ‘nuevo terrorismo’ islámico e iniciaron de forma unilateral una serie de acciones cruentas que constituyen una de las matanzas de civiles más terribles de los últimos años.
No obstante, la parafernalia informativa realizada por los medios de comunicación masiva y la hipermedia de los Estados Unidos en los territorios bajo su control, nadie creyó hasta ahora que los ataques contra Irak hayan sido para despojarlos de sus armas de ‘destrucción masiva’ o para lograr la explotación de los pozos petroleros más redituables del mundo, sino que había sido la decisión de un grupo de criminales empresarios bélicos que tenían más de una década – desde la guerra contra el Ayatolah de Irán en tiempos de Bush padre – sin obtener grandes ganancias. El hecho real es que los empresarios bélicos, mercenarios y contratistas se han estado enriqueciendo durante toda la pasada década y siguen haciéndolo en el presente, contando con el apoyo de los presidentes en turno, quiénes supuestamente deciden las estrategias bélicas con el apoyo de los Jefes de Staff del Consejo de Seguridad Nacional y la decorativa firma del Congreso.
El poder político de estos empresarios bélicos es tan grande ahora que los poderes Ejecutivo y Legislativo están totalmente bajo su control para la determinación de los presupuestos de defensa y la definición de las estrategias bélicas con el exterior. Ahora mismo poco les importa quién sea el triunfador de las elecciones presidenciales y de la composición del Poder Legislativo para los próximos cuatro años. Desde una visión totalmente objetiva del mundo actual, todas las acciones conducentes a resolver las diferencias ideológicas o geopolíticas por medio de las acciones bélicas carecen de sentido, en un momento cuando los fenómenos derivados del calentamiento global, la creciente escacés de agua y de alimentos básicos, la xenofobia, el creciente desequilibrio ecológico y el empoderamiento político de la plutocracia están llevando al mundo hacia una apocalipsis final.
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