Al igual que la gran mayoría de las familias regiomontanas, la mía fue ilustrada en la doctrina cristiana católica más tradicional, quizá con un fuerte acento mariano que le dio mi madre, quien había estudiado en una institución privada de enseñanza donde se daba gran importancia a la madre bíblica de Jesucristo. Mi familia paterna poco contribuyó en mi formación dentro de los términos más tradicionales de enseñanza religiosa que existían en Monterrey hacia mediados del siglo pasado y permanecía al margen de casi todas las prácticas litúrgicas católicas. Como es sabido, desde esa época ya coexistían otras iglesias cristianas, de manera especial las que provenían de la masonería y de otros organismos eclesiales cristianos de los Estados Unidos a los que genéricamente se los conocía como ‘protestantes’. Pero la supremacía numérica de los católicos era abrumadora, mientras que las sectas protestantes se caracterizaban por pertenecer a pequeños sectores de la población empleados por empresas diferentes a las de los grandes empresarios regiomontanos o que realizaban labores autónomas.
Aun cuando existían algunas familias pudientes adheridas a la masonería y a las iglesias ‘protestantes’, quiénes determinaron que las grandes mayorías se adhiriesen a la ‘grey católica’ fueron las familias de los industriales que se establecieron en Monterrey desde principios del siglo 20, creando un verdadero imperio industrial donde se contrataban a miles de trabajadores regiomontanos cuando la ciudad apenas tenía una población de ciento veinte mil habitantes. Estas familias de industriales tuvieron gran éxito material y social durante varias décadas por lo que crearon sus propios sindicatos donde una de las reglas más importantes era que estuviesen adheridos a la religión católica. Estos exitosos industriales crearon una versión, inédita en México de sindicato privado y de servicios que proporcionaba vivienda, educación y gran variedad de servicios sociales a todos los empleados y trabajadores que practicasen las liturgias y los ritos católicos.
El adoctrinamiento dentro de los criterios clericales de esa época se realizaba de manera simultánea a la educación laica que tenía establecida la Constitución Política de México y consistía en la enseñanza de una gran cantidad de dogmas, principios y mandamientos que establecían la calidad de omniscencia, omnipotencia y salvática de un Jesucristo redivivo que había sido ejecutado por los judíos y regresado a la tierra de los vivos sin abrigar propósitos de venganza. Para desgracia de los niños de esa época, todo el menjunje bíblico de los sacerdotes católicos se volvía incomprensible e indescifrable cuando trataban de explicar el misterio de la Santísima Trinidad y se transformaba en sadismo puro cuando se pretendía asustar a los pobres niños con las llamas del infierno y las estiradas de orejas y coscorrones que daban algunos sacerdotes a los niños cuando estos les confesaban sus ‘pecados infantiles’.
Durante mi niñez en Monterrey, el sistema de adoctrinamiento infantil de la iglesia católica era una mezcla extraña entre lo ‘naif’ y lo grotesco, cuando todavía las liturgias se expresaban en latín, de modo que casi todos los niños y aún los adultos parodiaban las frases de los curas y de los obispos en español para convertirlos en albures y bromas intrascendentes que a final de cuentas expresaban el gran fracaso de la enseñanza infantil de la doctrina católica. Mientras tanto, el poder de los grandes empresarios regiomontanos en esa mitad del siglo 20 se acrecentaba y se extendía a la selección de las autoridades eclesiales, a la administración de las escuelas para seminaristas y al patrocinio de las iglesias, organismos filantrópicos y colegios católicos cuyas aportaciones les ayudaban a reducir el pago de impuestos de sus empresas.
El principio fundamental de este adoctrinamiento de los niños a muy temprana edad obedecía al criterio del Vaticano de fijar conceptos dogmáticos en las mentes infantiles cuando todavía no opera el raciocinio, suponiendo que dichas enseñanzas permanecerían para siempre en el subconsciente del individuo. Pero en los hechos esa hipótesis no funcionaba y la gran mayoría de los niños adoctrinados cuestionaban y desechaban esos conceptos cuando alcanzaban la edad de la razón. Para quiénes su desarrollo cerebral era más lento, para los que permanecían al lado de sus padres y para quiénes eran mantenidos en colegios católicos durante su pubertad y juventud se lograba conservarlos dentro de la fe cristiana ocultando sus dudas y cuestionamientos hacia esa visión del mundo, sobre todo por temor a generar conflictos familiares o dentro del grupo social donde vivían.
Este proceso de adoctrinamiento infantil en los años cuarentas y cincuentas en la ciudad de Monterrey obtuvo un triunfo generacional de la religión católica que se reflejó en la construcción de numerosas iglesias, de nuevos colegios para educación media de ambos sexos y de una gran cantidad de aspirantes a sacerdotes que propiciaron la remodelación del pequeño seminario que existía en el traspatio de la iglesia de San Luis Gonzaga y en pocos años, a su traslado hacia el poniente de la ciudad en un nuevo edificio con capacidad para soportar la gran afluencia de estudiantes. Estas nuevas instalaciones fueron producto de la filantropía de los magnates regiomontanos entre quienes habían surgido algunos familiares con genuina vocación profética cristiana.
Al llegar el período de decadencia de los grandes grupos empresariales regiomontanos ocurrió una especie de sisma hacia el interior de la iglesia católica en Monterrey. Mientras algunos de los originales magnates regiomontanos pasaban a mejor vida y se destruía el imperio industrial en manos de sus descendientes, la alta jerarquía clerical enviaba nuevos dirigentes al obispado que ya no aceptaban con facilidad las ideas doctrinales de los ricos. Fue entonces que se inició la deserción de los seminaristas y sobrevino el cierre de muchas instituciones privadas de enseñanza primaria y media donde se divulgaba la doctrina cristiana de los católicos. Una década antes de finalizar el siglo pasado, la comunidad eclesial regiomontana estaba en bancarrota material y moral, mientras el enorme Seminario que había sido construido hacia el este de la ciudad estaba prácticamente vacío.
La idea de tratar de reconstruir esta breve historia del proceso de enseñanza infantil de la doctrina católica en Monterrey no pretende descalificar las acciones de los grandes grupos empresariales, ni de los altos dirigentes de la Iglesia Católica en esa época, ya que sin duda estaban convencidos de su importancia, sino que intenta evaluar la efectividad de la enseñanza de cualquier dogma durante el período infantil, cuando aún no se desarrollan las sinapsis neuronales que permiten al ser humano emitir juicios críticos. Según esta historia, cuyos pormenores podrían variar en mayor o menor grado, la conclusión obvia es que todo ser humano puede aceptar cualquier tipo de dogmas durante su infancia y luego habrá de utilizar su pensamiento crítico cuando su mente así lo disponga, sin importar las implicaciones sociales y materiales que esto signifique. Aunque debe reconocerse que la tendencia a conservar los mitos religiosos y culturales durante la infancia es mucho mayor a la de quiénes van en búsqueda de nuevas ideas y de nuevos mitos.
Hipótesis.- No hay duda de que la primera infancia es la época más adecuada para generar nuevas conexiones cerebrales en el ser humano que le permitan acceder a los nuevos conocimientos de su época con mayor facilidad. Pero los hechos demuestran que la inserción de dogmas, mitos e historias no comprobadas causan un retraso en el desarrollo mental del individuo y en muchas ocasiones jamás alcanza a comprender el pensamiento crítico.
Escogí la historia del adoctrinamiento católico en Monterrey por formar parte de mi vida personal, pero si se quiere una visión más amplia se puede recurrir a monitorear la enseñanza del Corán en los niños de diferentes países del Islam o a las lecciones ‘creacionistas’ de las iglesias cristianas en los Estados Unidos para confirmar los mismos resultados y la misma involución cultural en el ser humano, totalmente al margen de su etnia, de su genética y del medio en el que haya vivido.
Quizá la conclusión más importante al respecto de este tema es lo que ahora están haciendo naciones como Finlandia, Corea y Japón de proporcionar a los niños las herramientas tecnológicas más avanzadas que les permitan alcanzar un gran nivel de conocimientos a temprana edad.
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