Para poder evaluar de una manera objetiva la situación actual de los Estados Unidos es necesario hacer una clara división entre sus problemas internos y sus conflictos en el exterior. Aun cuando los sistemas de información masiva y la hipermedia logran ocultar en alto grado todos aquellos asuntos que controla el sistema de inteligencia oficial, no hay duda de que los potenciales económico y bélico de la gran nación norteamericana han ido a la baja y quizá expresen en este momento el punto más bajo de su historia moderna desde la gran depresión de 1929.
Aunque el origen de la decadencia norteamericana podría situarse desde el momento en que el Pentágono se apropió de la política exterior y el grupo de los halcones, de los empresarios de la guerra y de las empresas petroleras empezaron a invertir grandes recursos del Estado en la realización de guerras intercontinentales perfectamente planeadas, donde se requerirían barcos trasatlánticos, aviones de guerra y toda la parafernalia de servicios no solo para transportar a las tropas a los lejanos lugares donde se planearon las guerras, sino de la infinidad de servicios que requerían los soldados o los mercenarios que se enviaban a las zonas de conflicto.
No sólo se beneficiaban las empresas petroleras, de fabricantes de armas y propietarias de mercenarios, sino que en mayor grado aún se gastaban sumas enormes en los servicios de seguridad, salud, alimentación y diversión para las tropas enviadas. Es increíble la cifra de los gastos del Pentágono – que eran transferidos al erario público sin averiguaciones – generados durante la costosa invasión de Irak y durante las operaciones llevadas a cabo en Afganistán. El valor de esa sangría para el Estado norteamericano se puede determinar con facilidad, ya que al terminar Clinton su segundo período presidencial en 1999, la Reserva de los Estados Unidos (FED) tenía un superávit de 0.6 billones de dólares, mientras que al terminar el mandato de Bush Jr. ya existía un déficit de más de 10 billones de dólares que subieron hasta 23 cuando Obama decidió traspasar al Estado los gastos del espionaje y de la guerra, sobrevino el conflicto de las compañías inmobiliarias más importantes y a la vez se rescataba para el Estado a las grandes empresas financieras privadas de Wall Street y a la General Motors.
Si se analiza el enorme déficit actual de la Reserva de los Estados Unidos (FED) se encontrará que la mayor parte de esa fortuna corresponde al fracaso de las guerras intercontinentales que se iniciaron desde los tiempos de Bush, padre y hasta ahora se han tenido que cancelar por la bancarrota del Estado. Si se observa la crisis actual del Imperio desde una visión geopolítica se encuentra que desde fines del siglo 20 empezó a perder el control de sus colonias más lejanas en el Sudeste de Asia, luego en Latinoamérica y ahora mismo en el Norte de Africa, donde vive uno de los períodos más dramáticos de su historia su vieja colonia en Egipto y la dominación sobre Libia, sin mencionar todas las demás repúblicas subsharianas y las de la costa oriental de Africa que están siendo espacios de luchas territoriales entre las principales potencias del mundo.
Pero quizá el hecho que demuestra la crisis financiera norteamericana de una manera más clara es su retiro total de la escena de conflictos del Medio Oriente, donde ha dejado en el abandono total a Israel y a Arabia Saudita que fueron sus principales aliados cuando se inició la invasión de Irak y luego la de Afganistán. En el Lejano Oriente y especialmente en el archipiélago de las Filipinas, aún tienen una enorme base militar para contrarrestar a China, pero cuyo propósito principal es promover sus nuevas tecnologías de misiles de mediano alcance (THAAD) operados con aluminio micronizado y unos detonantes químicos en las naciones de esa región que incluyen a Japón, a Corea del Sur y algunas ubicadas en el área sur del Pacífico como es el caso de Nueva Guinea.
No obstante la magnitud de estos conflictos, la posibilidad de que se lleve a cabo un evento bélico de gran magnitud es imposible, tanto por la debilidad financiera de las principales potencias, como por la conciencia global creciente en el equilibrio ecológico. Pero los Estados Unidos enfrentan un problema interno más serio que nunca, ya que su falsa democracia y el crecimiento desmesurado de la riqueza de su plutocracia está generando hechos muy peligrosos que podrían desembocar en la destrucción total del Estado norteamericano.
Uno de ellos, ha sido el enorme crecimiento de su sector de menores ingresos, como no había sucedido desde la gran crisis de 1929. Otro, no menos importante ha sido el enriquecimiento descomunal de la plutocracia y ahora mismo, según datos oficiales de la Oficina del Censo de los Estados Unidos, la riqueza del 50% de la población es equivalente a la de las 85 personas más ricas del País. De la misma magnitud a las dos anteriores están las crisis producidas por la desaparición de las empresas productivas, la cancelación de las cuotas de ayuda para los agricultores y ganaderos de la nación que asciende a 73,000 millones de dólares, la negación de servicios de salud a casi 11 millones de inmigrantes indocumentados y el gran costo para el Estado que significará el regreso de tropas de Afganistán y de todas la regiones del Medio Oriente.
Aunado a todos estos conflictos internos está la gran mentira de la Banca Central norteamericana que es propiedad privada desde hace cien años (1913) y hasta la fecha se oculta esa realidad y los verdaderos multimillonarios pueden estar produciendo dinero impreso de forma discrecional a la vez que recuperarlo mediante la conversión de dichos papeles en propiedades inmobiliarias, en acciones de empresas o en objetos materiales. Esto ocasiona la gran crisis que aún persiste en todo el mundo al superar el dinero circulante a las riquezas materiales. Este gran fraude de la plutocracia norteamericana fue sostenido por Ben Bernanke como presidente de la FED hasta el fin de este mes de enero y su sucesora Janet Yellen ha prometido continuar su estrategia hasta que no aparezca un valiente que quiera tomar la responsabilidad de emitir una moneda de circulación global con reservas suficientes que la puedan garantizar.
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