En el año de 1367, el rico florentino Piero di Piuvichese Brancacci estipuló en su testamento que construiría una capilla en Santa María del Carmine que estaría dedicada a la vida de San Pedro, como patriarca y fundador de la Iglesia de Cristo. Aunque tomó casi dos décadas su construcción, los trabajos de decoración empezaron hasta 1424, con los esfuerzos de Felice Brancacci, un sobrino de Piero di Puvichese que era un rico mercader florentino en sedería.
El ya famoso pintor Mussolino fue comisionado para pintar los frescos de la Capilla que serían sobre la historia de San Pedro y se le proporcionó al joven Masaccio como su asistente. Musolino sólo trabajó hasta el verano de 1425, cuando salió de Florencia para realizar un trabajo en Hungría, por lo que Masaccio trabajó solo hasta 1428, cuando murió, sin terminar la obra a los 28 años de edad.
En 1435 la familia Brancacci dejó de tener poder, cuando Cosimo de’ Medici empezó a tener el control total del gobierno de Florencia y se cambió de nombre a la Capilla, como de La Señora de la Familia. Justo en el momento en el que su pintura bizantina había sido trasladada a esta Capilla. Esta imagen de la Virgen de la Familia que había sido elaborada entre 1225 y 1230 aún permanece en la parte central de la Capilla Brancacci, cuando en 1474, la familia Brancacci volvió a Florencia y los frescos de San Pedro fueron terminados por Filippino Lippi.
Aún cuando los frescos originales sufrieron varias modificaciones a través de los siglos 16 y 17, en 1771, se promovió la restauración de los frescos originales del siglo 15 y finalmente, entre 1983 y 1990, después de profundos estudios se procedió a la restauración de esta maravillosa obra del primer Renacimiento de la Historia en el siglo 15.
Los frescos de la Capilla Brancacci representan uno de los episodios más sublimes de la historia del arte de todos los tiempos y los frescos de estos tres genios exhiben la apertura de la plástica hacia el arte moderno. Por vez primera aparece el ser humano con los pies en la tierra, después de un largo período donde los artistas sólo se dedicaban a pintar a seres divinos que estaban flotando, no había expresión en sus rostros y no se atendían los detalles de la anatomía de los seres de carne y hueso.
Fue un cambio total que no sólo construyó la figura del ser humano real por vez primera, sino que descubrió la increíble geometría de la tercera dimensión. De un solo golpe, la Capilla Brancacci exhibe el momento cumbre de la tecnología moderna que descubre al mismo tiempo el volumen y el espacio en tres dimensiones. Cuando a Bruneleschi se le pidió una opinión sobre la muerte repentina del joven Masaccio con solo 28 años, el gran genio florentino comentó con su clásico humor ácido que el mundo después de Masaccio no había cambiado nada, ya que sólo lo había representado tal como es en la realidad.
No puede soslayarse que el descubrimiento del ser humano real, con sus verdaderos sentimientos que incluyen muchas actitudes condenadas por la religión cristiana, generó grandes controversias entre teólogos y filósofos de la época, ya que hasta entonces sólo se había representado a seres perfectos que con escasos sentimientos negativos, como el dolor y el sufrimiento, jamás habían expresado su mundo real, donde los sentimientos negativos, como la envidia, el odio o la venganza y el egoísmo son superiores en cantidad e intensidad a los que promovía Cristo, como el amor, la fraternidad y la generosidad.
En cierta forma, la pintura renacentista inició el rescate del ser humano verdadero que se alejaba mucho de los ideales cristianos. Desde su perspectiva plástica, la pintura renacentista es la primera que inicia una especie de crítica muy sutil hacia la clase dominante, para quiénes la apariencia externa era lo más importante, mientras podía inferirse que sus almas estaban vacías de sentimientos positivos y de interés por los demás seres humanos. Masaccio coloca pequeñas piedras en las calles para que los aristócratas con medias de seda tengan que sufrir los mismos dolores que los pobres descalzos.
Luego que vinieron los grandes artistas del siglo 16, como Miguel Angel, Leonardo da Vinci y Rafael, podrá descubrirse que el supuesto carácter humano amoroso y generoso, sólo había existido en la mente del Profeta, mientras que la realidad exhibía que con quince siglos de cristianismo, con sus estrictas normatividades y supuestas sanciones espirituales, el ser humano no sólo no había mejorado, sino que sus sentimientos negativos se habían acentuado.
Las pruebas más contundentes de esa terrible involución del ser humano fueron las grandes escisiones de la iglesia fundada por San Pedro, las cruentas Cruzadas y la Contrarreforma que exhibió, más que ninguna, la condición violenta, vengativa e intransigente del ser humano, y más aún de quiénes pensaban que con su mitología que combatía los sentimientos negativos habían logrado controlar la maldad natural del ser humano.
Todo esto se consigna por primera vez en la historia del mundo Occidental en los frescos de la Capilla Brancacci, donde una trilogía de grandes pintores, encabezados por el joven Masaccio, rompen la inercia de una visión eufemística del ser humano y de un espacio abigarrado en un solo plano, presentando por primera vez al ser humano real con toda la gama de sus sentimientos en un espacio tridimensional que unos verdaderos genios de las artes plásticas descubrieron un siglo antes que los sabios científicos.
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