Quizá en ninguna otra región del mundo occidental se expresa con tanta claridad el fenómeno cultural del Renacimiento como en la Capilla Brancacci de la Iglesia de Santa María del Carmen en la ciudad de Florencia.
Todas las aportaciones de la geometría euclidiana con el descubrimiento del espacio tridimensional, los efectos de la luz y los colores en el volumen y movimiento de las pinturas y hasta los primeros rasgos de emoción aparecen en las figuras humanas de los frescos de Masaccio, Masolino y Filippino Lippi.
Fueron tan perfectos estos maravillosos artistas que el mismo Brunneleschi expresaba con su negro humor que no hemos perdido mucho con la muerte de Masaccio señalando que él solo había reproducido con exactitud la naturaleza y al ser humano ya existentes.
La historia dela Capilla Brancacci, como todos los eventos del mundo feudal, sufre los altibajos en el poder político, económico y religioso de los grandes aristócratas, así como con la decadencia del periodo gótico, cuando el control de los trabajadores y artesanos fue lentamente transferido de los señores feudales al Vaticano y a los controles de los incipientes estados monárquicos.
Aún cuando la idea nodular que pretendía divulgar el Vaticano en estos frescos de la Brancacci era que Jesucristo había depositado todo su poder salvífico y liberador en su apóstol Pedro, no pasa desapercibida la fuerte crítica a las instituciones laicas del Estado y a los sectores de la sociedad de esa época que no habían aceptado aún la universalidad de la profecía de Cristo que estaba por encima de todos los poderes existentes, incluyendo a los políticos, a los económicos y a los religiosos.
Es asombroso que en espacios tan reducidos como los de esa Capilla puedan expresarse con la misma precisión, la mínima dimensión de una mano a un pie de una persona que la enorme mole de una montaña y su lejanía kilométrica. Esta asimilación insólita de la ciencia por el arte se agranda aún mas con la presencia central de un icono bizantino – temple en madera de 1268 – que representa a la Virgen del pueblo, cuya rigidez y carencia de volumen y espacio contrasta con la luminosidad, el espacio y el movimiento permanente de los maravillosos frescos de Masaccio, Masolini y Filippino Lippi.
Sin hipérbolas, la Capilla de Brancacci puede considerarse como el equivalente en Florencia de la Capilla Sixtina, con la ventaja que fue la principal fuente de inspiración de todos los grandes creadores del Renacimiento Italiano, desde Filippo Lippi, Beato Angélico y Piero de la Francesca hasta Miguel Angel, Leonardo, Rafael, Pontorno y Andrea del Sarto.
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