El pasado jueves 15 de diciembre, el presidente de los Estados Unidos, Barak Obama declaró oficialmente terminada la guerra de Irak en una ceremonia celebrada en Fort Bragg, un complejo militar ubicado en Carolina del Norte. Con la peculiar hipocresía de las autoridades estadounidenses, Obama alababa el valor de los soldados americanos que habían invadido a Irak sin razón alguna dejando ‘una nación estable y soberana’, aunque reconoció que aún no era ‘un lugar perfecto’ y tenía muchos desafíos por delante. Pero lo más importante y totalmente falso era que ‘habían dejado un gobierno representativo elegido por el pueblo’. También les dijo a los soldados convocados para escucharle en ‘Fort Bragg’ que ellos eran ‘la generación del 11 de septiembre’ y tenían un lugar distinguido en la historia norteamericana ya que habían luchado para que los iraquíes pudiesen forjar su propio destino. Decía Obama: ‘El sacrificio no fue por territorio o por recursos, sino porque lo que buscaban era lo correcto’.
De la misma forma unilateral e hipócrita en la que terminó la invasión de Irak, ésta se había iniciado hace casi nueve años, cuando la administración de Bush le mintió a la comunidad internacional al señalar que Saddam Hussein guardaba en su territorio arsenales de armas de destrucción masiva y vínculos con los terroristas de Al Qaeda en Afganistán. Esta fue una situación que nunca pudo comprobarse, por lo que la invasión de Irak tuvo que realizarse sin la aprobación de la ONU con una declaración de guerra al margen de la normatividad internacional, solo con el apoyo de Tony Blair, primer ministro de Inglaterra, del presidente en funciones de España José María Aznar y del jefe político de Portugal, José Darío Barroso.
Para justificar la injusta invasión de Irak, los denominados ‘halcones’ del gobierno de Bush, encabezados por Wolfowitz y los organismos dependientes de la CIA hubieron de montar un escenario donde la tiranía de Hussein se ligaba a un falso respaldo de los terroristas de la región del Medio Oriente liderados por Osama bin Laden, un supuesto terrorista creado por la CIA, quién era en la realidad un antiguo socio de segunda generación de la familia de los Bush y de la familia petrolera de Texas en general. La verdad detrás del engaño mediático del Pentágono era la ambición de apropiarse de una región con reservas petroleras enormes – la segunda después de Arabia Saudita – y cuyos costos de extracción eran entonces menores a los 6 dólares por barril, además de la instauración de un proceso bélico que produciría miles de millones de utilidades a una cuantas familias norteamericanas y europeas que desde hace más de un siglo medran con supuestas acciones bélicas lejos de sus territorios.
Debido a que la farsa bélica se realizó al margen de los presupuestos militares oficiales, con mercenarios y empresas bélicas transnacionales ligadas al Pentágono y altos funcionarios del gobierno de Bush, como fue el caso de Arbusto, propiedad del vicepresidente Chenney, de Blackwater y un gran número de empresas relacionadas con las guerras estadounidenses, el número de militares norteamericanos muertos apenas alcanzó una cifra menor a los 4500 soldados en poco menos de 9 años y la cifra oficial de gastos bélicos apenas alcanzó 770 mil millones de dólares durante toda la guerra, más no se señalaron los casi 6 billones de dólares en sobregiros que llevaron a la nación americana al momento más deficitario de su historia, sólo comparable con lo que había sucedido poco antes de la 2ª. Guerra Mundial en 1933, cuando culminó la Gran Depresión.
No obstante el sistema de control político y económico total montado por el Pentágono y Wall Street no fue atacado, sino que reforzó su posición de poder único con la fusión del poder bélico y el poder financiero. Aunque ahora mismo la situación financiera del Pentágono es muy grave y la gran nación americana está en la bancarrota, el capital financiero de Wall Street se ha recuperado y aún ha aumentado con los ingresos fiscales de la castigada clase media trabajadora, pero la fuerza fundamental del País proveniente de la producción y del fuerte consumo de bienes y servicios ha venido a su punto más bajo de la historia, cuando en los últimos cinco años no se ha logrado incrementar a la planta de trabajadores y no existe forma de hacerlo a través de los empleos burocráticos debido al debilitamiento en los ingresos del Estado, por lo que el aparato de funcionarios públicos y los gastos sociales se han ido deteriorando y no hay posibilidad de un ‘new deal’ financiado por el Estado, como el de Roosevelt en los años treinta. Con las nuevas tecnologías robóticas y cibernéticas, el empleado de trabajo manual va desapareciendo rápidamente en la nueva sociedad actual.
Por lo que concierne al país invadido ilegalmente, dentro de una parafernalia mediática de mentiras, los Estados Unidos están dejando a un país hundido en la crisis política y económica, tras la decisión del ex-primer ministro Iyad Allaui de suspender su participación en el Parlamento iraquí desde el pasado sábado 17 de diciembre, al retirar a su grupo de 82 diputados laicos y dejar sólo al nuevo primer ministro chiita Nuri al Malike al frente del gobierno.
Mientras tanto, la etnia sunnita del ex-dictador Saddam Hussein está totalmente abandonada por el gobierno de mayoría chiíta y reclaman con fuertes movilizaciones sociales la restauración de un mínimo nivel de autonomía en las regiones bajo su dominio, tal como sucede con los kurdos. En esta situación, con los sunnitas fuera de control desde hace apenas unos días, lo más probable es que surja una sangrienta guerra civil entre chiitas y sunnitas, tal como ha sucedido desde hace 1500 años, cuando se frustró la sucesión de Mahoma después de su muerte.
Finalmente se podría pensar que no obstante los 2.2 millones de barriles diarios de petróleo que son exportados con un valor promedio mensual de 7 mil millones de dólares, los principales servicios primarios están en pésimas condiciones. Mientras que en la geopolítica iraquí se observa el recrudecimiento de la crisis en Siria entre sunnitas y alauitas, además crece la amenaza con el enorme poder bélico de Irán.
Como siempre ha sucedido en su historia, las naciones invadidas por los Estados Unidos tardan mucho tiempo en recuperarse de todos los desmanes y crímenes de la guerra, además de que los enormes gastos de la guerra perjudican a los ciudadanos norteamericanos que pagan sus impuestos y al País que recibe de pronto a cientos de miles de soldados y personas que operaban los servicios alimentación, seguridad y todas las necesidades de las tropas invasoras en el extranjero representando un incremento brutal en el deseempleo con personas que no tienen capacitación para desarrollar una actividad específica en un país sin guerra.
La única explicación lógica al abandono de Irak es la cercanía de los procesos electorales presidenciales para el 2012, donde se requieren ingresos no fiscales para promover la candidatura de Obama quién ya no cuenta con los apoyos financieros de la mayoría de los grupos conservadores ni de las juventudes, como sucedió en el 2008.
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