El racismo era una forma de dividir a la sociedad, incluso a los sectores más pobres. El capitalismo aprovechaba tales divisiones para violar los derechos laborales.
Había una clara visión de la mala distribución de las riquezas que eran desviadas a las mismas manos de siempre. No se podía acabar con la pobreza ni con la discriminación. Si los más pobres no tenían posibilidades de cubrir sus necesidades básicas estaba claro que el estado iba por el camino equivocado.
Apareció entonces Luther King, cuyos seguidores se multiplicaban por miles y su lucha política había logrado generar temor en el gobierno. Los más pobres y los menos beneficiados por las políticas discriminatorias veían en Luther King una nueva esperanza.
Aunque asesinaron a Luther King, ya se había plantado una semilla que había comenzado a dar frutos y las nuevas generaciones recogieron esos frutos y plantaron nuevas semillas.
Pero el tiempo ha ido estancando y olvidando esas gestas y ahora mismo gran parte de los norteamericanos afirman que es una de las problemáticas endémicas que debe afrontar el país. Y una gran parte de los estadounidenses no consideran al racismo como un problema grave.