El Vaticano es un Estado milenario que a través de los siglos ha logrado conservar su poder y su patrimonio asociándose con las élites del poder bélico, político o económico. Lo mismo sucedió durante el período de decadencia del Imperio Romano, como con el dominio de árabes y otomanos. Cuando hubo necesidad de aliarse con los señores feudales también lo hizo y se unió a los monarcas cuando estos tomaron el control de Europa. Aunque el Vaticano pretendió estar al margen de los gobiernos emanados de la Revolución Francesa, siempre apoyó a los vencedores. No es desconocido que se puso a las órdenes de los nazis cuando tenían el control de Europa y ahora mismo permanece aliado con todas las grandes potencias que tienen un alto nivel de poder económico, bélico o diplomático.
Después de la frustrada reforma del Concilio Vaticano II que culminó con el asesinato del Papa Pablo VI en 1978 , el Vaticano se convirtió en un organismo privado de grandes capitalistas financieros que lavan el dinero de multimillonarios y de empresarios de la economía criminal sin proporcionar informes públicos de ninguna especie ni acatar a los organismos internacionales de la banca mundial. El banco del Vaticano llegó a generar tantos conflictos en Europa y creó una imagen muy negativa del Estado Vaticano, al grado de que Ratzinger, el Papa que renunció en este año no encontró otra solución que abandonar su cargo ante el enorme problema que se complicó aún más con los casos de delitos sexuales con menores y de luchas internas entre los principales grupos de cardenales y personajes del mundo laico que conforman el Vaticano.
Es por lo tanto obvio que la principal estrategia del Papa Francisco I se orienta hacia el interior de la Iglesia Católica y en especial a controlar a los cardenales de la Curia Romana, a los abusos de quienes operan el Banco del Vaticano lavando dinero propio y de las mafias y operando mecanismos de especulación financiera entre ellos mismos. De modo que en cuanto llegó al poder Francisco I empezó a aplicar la maniobra política que Norberto Bobbio denominaba ‘renovación para la conservación’.
Trata de aparentar nuevas ideas, mediatizar algunos de sus actos públicos donde exhibe las principales virtudes cristianas e intenta cautivar a las personas jóvenes para mantener viva a una institución religiosa milenaria en plena decadencia. Intenta reforzar la identidad de la Iglesia atrapando a los humildes en desgracia, pero continúa menospreciando a la Teología de la Liberación y al Ecumenismo, tal como ha sucedido con casi todos los Papas del siglo 20. Solo logra controlar un poco la opulencia de la mayoría de los altos jerarcas, esconder los abusos sexuales con menores en todas las iglesias católicas del mundo y el parcial ocultamiento de las maniobras del Banco del Vaticano que ya fue cedido al banquero alemán Ernst von Freyberg, barón de la Orden de Malta y amigo personal de Ratzinger radicado en el inexpugnable paraíso fiscal de la Isla de Malta.
Aunque en su reciente visita a Brasil, el Papa Francisco I apuntó sus baterías hacia la disputa directa con los pentecostales, afirmando que la Iglesia debería ser un foro de la vida moral y espiritual, finalmente chocó con dos visiones del mundo más o menos inesperadas: la aparición de nuevas religiones muy mediatizadas y exitosas que trabajan con conceptos de una vida eterna y una moralidad diferentes a los católicos que conducen a una fórmula religiosa ajena al cristianismo, mientras en la Iglesia Católica surgen los nuevos ritos de la Renovación Carismática que traen confort espiritual, certeza moral y ninguna desavenencia con las autoridades de la Iglesia Católica institucional.
Por otra parte, y sin decirlo abiertamente ratifica la separación del ala izquierda de la Iglesia Católica brasileña de la Teología de la Liberación y apunta hacia metas más genéricas, por lo que el rito carismático y sus aliados conservadores retoman su posición medieval y disputan en el mismo terreno de las liturgias tradicionales con las iglesias pentecostales. Solo le faltó continuar las obsoletas prédicas de Ratzinger para dividir los reinos del Cielo y de la Tierra confundiendo la historia con la memoria histórica y oficiar las misas en latín.
En la estrategia del Papa Francisco I se observa un auge de oportunismo espiritual para aprovechar los residuos morales y políticos de las izquierdas latinoamericanas derrotadas en su lucha social desde hace varias décadas, a una ‘nueva izquierda’ que pretende renacer vetando al sistema político nacionalista y buscando un sistema conservador globalizado y pseudo democrático, a las comunidades étnicas y culturales, además de otras minorías que podrían convertirse en los nuevos feligreses de la Iglesia Católica ante el evidente fracaso del viejo nacionalismo en Latinoamérica.
El hecho real es que ha surgido un nicho de mercado potencial de feligreses ante la derrota mundial de la izquierda de masas formando un vacío ideológico en todos los niveles sociales y culturales. Y es obvio que el Papa Francisco I desea explotarlo en Latinoamérica para poder cubrir el enorme déficit generado en las últimas seis décadas de feligreses católicos en Europa, en los Estados Unidos y en los países desarrollados.
Adenda: Como siempre ha sucedido a través de la historia, los conflictos terminales de los Estados y de los Imperios provienen del interior de ellos y la crisis actual del Estado Vaticano no es la excepción.
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