Desde una visión histórica, la existencia del Estado ha precedido a la civilización humana. Tan lejos como podamos ver hacia atrás en la historia y aún en la leyenda se descubre la interacción entre los seres humanos que constituye la actividad política, de la cual se deriva una fórmula de mandato único del grupo social que es justamente el Estado. Decía el sabio Aristóteles que la política era consubstancial al ser humano.
Aún si se cuestiona la verosimilitud de la Historia conocida, se tendría que aceptar el principio de que nuestros antecesores crearon de alguna manera la forma más primitiva del Estado mediante alguna fórmula voluntaria de consenso colectivo. Pero el hecho es que el ser humano vive desde su más primitiva forma tribal bajo la tutela inadvertida del Estado, por lo que se encuentra muy difícil cambiar esa fórmula y aún más, destruirla.
Decía Hobbs que la decisión colectiva del ser humano para fundar el Estado fue voluntaria, con el fin de escapar a la violencia interminable de guerras intestinas y a la reiteración hasta el infinito de la venganza, de tal manera que mediante la acción individual o de pequeños grupos se fue creando el derecho del Estado para usar la fuerza física y llegando en consecuencia al sistema de protección de la ley. A quiénes escogieron permanecer fuera de este contrato social se les considera delincuentes.
La ley protege a los ciudadanos que respetan al Estado y aún protege, en grado, a quiénes niegan la fuerza de la ley pero no ejercen violencia contra otros ciudadanos. La proporción del castigo debe corresponder al grado de la ofensa, con excepción de quiénes provienen de un Estado diferente, como el caso de los soldados de un estado rival, a quiénes no se les dará muerte cuando se les captura en batalla. Pero no hay ley que proteja al maleante o al individuo que tome las armas contra su propio Estado.
Fuera del Estado – dice Hobbs – el individuo puede sentir que disfruta de la libertad, más eso no lo exenta de recibir castigo cuando llegue a delinquir. Dentro del Estado cada individuo conserva tanta libertad como la que requiera para vivir bien y en paz, mientras no tome parte de la libertad de los otros. Fuera del Estado-nación reinan las pasiones, la guerra, el miedo, la pobreza, la barbarie, la ignorancia y el salvajismo, mientras dentro del Estado reinan la razón, la paz, la seguridad, las ciencias y los buenos deseos.
No obstante, Hobbs no menciona en su mito de los orígenes del Estado que el traspaso de poder del grupo social hacia el Estado es de naturaleza irreversible. Ya no hay opción para cambiar de ideas y decidir ahora que ese monopolio de la ley que se confirió al Estado tiene que cambiarse o abolirse. La única opción es la de regresar a un estado pre social que es físicamente imposible.
La primera marca de esa sujeción es el acta de nacimiento. El Estado tiene el monopolio para expedir los certificados de nacimiento y de proporcionar al individuo su identidad personal durante todo el curso de su vida. Pero si no obtiene dicho registro, el Estado lo condena a vivir fuera del sistema político, como si fuera otra especie animal.
El individuo que no adquiere acta de nacimiento no solamente no puede pertenecer al Estado, sino que no muere hasta que se certifica su muerte por un funcionario del Estado. De modo que el estado persigue con gran insistencia, utilizando todo tipo de herramientas posibles para determinar con precisión la identidad de las personas que mueren en un desastre, por causa de accidentes, crímenes o enfermedades, sin reparar en gastos hasta que los censos sean completos y exactos.
Al Estado no le preocupa la calidad moral ni la ideología del ciudadano que nace o muere, sino simplemente saber si vive aún o ha muerto.
EL ESTADO CRIMINAL.- La experiencia global actual de la proliferación de pandillas o agrupaciones de delincuentes que intentan realizar las labores del Estado, particularmente en el aspecto de cobrar a la sociedad una especie de tributo para permitirles realizar sus labores subsistenciales se ha convertido en un fenómeno global que amenaza la vida del Estado y – en apariencia – tiene la posibilidad de convertirse en un sucedáneo del Estado legal.
A través de la historia, en muchas ocasiones se ha presentado esta opción de Estados alternativos para el ciudadano, en cuyo caso el Estado legal tiene que realizar acciones violentas para echar a los bandidos de su territorio o realizar algún género de acuerdo al margen de la ley para compartir los tributos de los ciudadanos, pero en ningún caso, sino en las historias surrealistas, la sociedad puede operar sin el Estado.
Otra opción podría ser que la economía criminal fundara su propio organismo político y compitiera contra los partidos permitidos por el Estado legal en un proceso democrático. Lo cierto es que la sociedad humana no puede vivir al margen de la política y la solución a este problema tendrá que darse en el ámbito de lo político, tarde o temprano, ya que como dijo Aristóteles, la política es la verdadera esencia del ser humano.
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