Esta experiencia de visitar la bella ciudad de París a tan solo cinco meses de que la puntillosa democracia francesa logró instalar al socialista Holland y defenestrar a la derecha de Sarkozy, contiene toda una serie de elementos contradictorios muy difíciles de interpretar. Apenas se aplacó la euforia de la clase trabajadora y de la clase media por el triunfo de la ‘izquierda’ en un par de semanas y la situación actual parece reflejar un cierto grado de frustración y de desesperanza en la gran mayoría de los parisinos.
No se lograba comprender que en sólo unas semanas del gobierno de Hollande se hubiesen acelerado todos los proyectos de restauración de obras públicas, principalmente las de contenido artístico, histórico y ornamentales y se le hubiese dado lustre y brillo a todos los monumentos, figuras y símbolos del otrora Gran Imperio. No obstante, el ambiente festivo del pasado mes de mayo ha desaparecido con los incipientes colores gualdos del otoño parisino y se percibe una sombra maligna que proyecta el avance inquietante del fascismo y de la ultraderecha en toda Europa.
En la percepción de la gran mayoría de los parisinos, de poco les han servido la proliferación de eventos culturales, la apertura de nuevos museos y la celebración de fiestas y de actos públicos relacionados con hechos históricos importantes que habían sido olvidados por las anteriores administraciones, si la gente común sabe que de todos modos tendrán que trabajar más para poder pagar más tributos fiscales al Estado en bancarrota. Al igual que la mayoría de las naciones europeas, Francia requiere de ingresos fiscales más altos para poder mantener el alto nivel de vida de los jefes políticos y el aún mayor derroche en la vida de los propietarios del capital especulativo.
Todo indica que Francia no será la excepción de las naciones de Europa que no tienen capacidad para financiar al aparato del Estado y a las exacciones que realizan los grandes capitalistas mediante el grotesco aparato financiero especulativo de la denominada ‘banca de inversión´ para distinguirla del capital que proviene de la banca de ahorro que apenas mantiene un sistema económico de producción de bienes y servicios en la misma crítica situación que alcanzó desde el inicio de las crisis del capital virtual desde 1999, cuando Clinton derogó la Ley Glass Steagall, el único control existente para el capital especulativo.
Es obvio que la situación financiera de Francia no es tan grave como las de España, Italia, Grecia e Irlanda, pero no hay duda de que el sistema financiero global, incluyendo la total desregulación del flujo de capitales y de los sustentos reales en el sistema monetario internacional ya no funcionan y de un momento a otro se presentarán nuevas crisis globales que no podrán controlarse, ya que no existe una autoridad internacional de respeto en el mundo actual, mientras la economía criminal crece sin parar con los flujos sin control del dinero que no está sustentado en activos o en minerales y metales de alto precio.
Pero en este momento existen hechos insólitos en París que señalan con claridad que el actual gobierno de Hollande realiza una labor soslayada pero muy efectiva para incrementar las más importantes fuentes de ingresos actuales de la nación francesa y con ello la conservación de la mayoría de las fuentes de empleo. Sólo la ciudad de París recibe más de 40 millones de turistas durante el año, la mayoría de ellos de altas clases sociales de todo el mundo, mientras que el grave conflicto existente en el mundo islámico del Gran Medio Oriente con los Estados Unidos le añade un nuevo mercado a la infinidad de los sofisticados productos franceses en el campo de la moda, de los cosméticos y de los artículos de lujo.
Es un hecho insólito la aparición de cientos de miles de turistas chinos, de las naciones ricas del Islam y de Japón que forman largas filas para realizar compras de pánico en las grandes tiendas de prestigio mundial que venden los artículos de lujo a precios desorbitados, dejando enormes ganancias a los propietarios, enormes impuestos al gobierno y creando gran cantidad de empleos en dichos establecimientos y en los servicios de turismo que los transportan y los conducen al despilfarro con la anuencia de todos las autoridades del Estado francés, propiciando que la ciudad de París se haya convertido en el lugar turístico más caro de toda Europa. Mientras el turismo de los Estados Unidos ha dejado de ser atractivo para los grandes almacenes, los hoteles y los centros de diversión parisinos, como sucedió en el pasado reciente.
En cierta forma, lo que se percibe ahora en París podría ser el futuro inmediato de la economía real de muchos países que cuentan con bella arquitectura, obras de arte, atractivos turísticos y novísimos elementos abstractos que van sustituyendo poco a poco a los viejos satisfactores que se percibían con los sentidos, por nuevos y sofisticados artículos que tienen un contenido estético o metafísico que antes no era apreciado.
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