En el mundo actual se percibe el hecho irrefutable de la decadencia del Imperio Occidental liderado por los Estados Unidos y sus aliados de Europa y de Oriente Medio. Esa rápida espiral de decadencia no puede ser ocultada por la diplomacia, ni por el enorme poder del ‘mass media’ y la hipermedia norteamericana. Los más recientes conflictos en Siria y en Ucrania revelan con gran claridad esta situación hasta cierto punto inesperada. Aunque es fácil comprender que los Estados Unidos nada tienen que hacer en lugares tan lejanos tratando de defender una supuesta visión paradigmática de la libertad y de la democracia de acuerdo a su propia mitología donde se combina el puritanismo de los cuáqueros con la francmasonería del siglo 18. Como tampoco se comprende que por la cercanía geográfica y étnica Rusia trate de justificar su intervención política y militar en esas dos naciones autónomas.
Por otra parte, nadie puede comprender la renuencia de los Estados Unidos a involucrarse en el conflicto sirio, ni la traición a sus aliados en esa región, como son los casos de Israel, Arabia Saudita, Qatar y las demás monarquías aledañas al Golfo Pérsico, de modo que nadie podrá impedir que Rusia se apodere de los recursos de gases y de petróleo en esa región para controlar gran parte de los energéticos de todo el mundo. Pero aun cuando existen muchas naciones que celebran la decadencia del imperialismo yankee, el hecho real es que esta situación va aparejada con el nacimiento de un nuevo imperio que ha surgido de la asociación entre China y Rusia, tan ávidos del poder político y económico global como los Estados Unidos y sus aliados. De donde se deduce que el ‘nuevo imperio’ no será menos nocivo al que ha sufrido el mundo en las últimas décadas, ya que la condición de una pequeña élite de mando con un gran sector de subordinados no ha desaparecido nunca en la historia de la sociedad humana.
En el ‘nuevo imperio’ subsisten los tres elementos básicos del viejo imperialismo, como son el patriotismo a ultranza, la avidez incontenible por los bienes materiales y el poder bélico de la nación. Aunque ya no existe la cultura colectiva del pueblo estadounidense caracterizada por su incapacidad para comprender las culturas que están más allá de sus fronteras geográficas, el sentimiento de superioridad moral sobre el resto de las naciones del planeta y la profunda hipocresía que se refleja en todos los aspectos de la vida de los estadounidenses donde se advierte la paradoja de una enervante religiosidad simbiotizada con un materialismo en grado extremo.
No obstante, en las propias raíces de la fundación de los Estados Unidos existe un elemento cultural histórico que hizo contrapeso a todos esos defectos durante el fin del siglo 19 y la primera mitad del siglo 20, ya que la nación norteamericana estaba constituida en su mayoría por migrantes sin recursos provenientes de Europa que venían huyendo de las injusticias y la opresión, en busca de un mundo mejor, lejos de los privilegios de las élites aristocráticas del Viejo Continente. Por lo que había un anhelo de libertad colectiva e individual que aún persiste en la genética cultural de los estadounidenses y por eso pudo convertirse en un líder moral global durante muchos años.
Justo ahí radica la diferencia entre el Imperio Americano y el actual heredero formado por China y Rusia, ya que aun cuando ambas naciones tienen los tres grandes males de los norteamericanos, del patriotismo extremo, la avidez por las riquezas materiales y un gran poderío bélico y económico, adolecen de la libertad de pensamiento y de haber conocido alguna fórmula de democracia primitiva a lo largo de toda su historia, donde siempre han existido dictaduras, gobiernos hiperautoritarios y poderes centralizados encabezados por líderes a quiénes se consideran seres superiores o ‘padres de la patria’.
Para agudizar las diferencias entre el viejo y el nuevo imperio se debe recordar que tanto China como Rusia sufrieron de falta de recursos económico aun para financiar las actividades fundamentales de la vida doméstica de sus pobladores durante varias generaciones y ahora que ya los han alcanzado se han vuelto ambiciosos y con una gran pasión por el dinero y los bienes materiales. De modo que el ‘nuevo Imperio’ es justamente el modelo al que han aspirado las pequeñas élites dominantes del mundo actual, con un capitalismo salvaje en la vida económica y un comunismo a ultranza en la vida social. Una pequeña oligarquía que domina en lo alto y un pueblo servil y obediente en la parte baja de la pirámide social. Esto hace muy probable que el nuevo imperialismo sea peor al actual sino acontecen profundos cambios en la sociedad que vayan desde su base hacia arriba.
Aunque las circunstancias geopolíticas actuales indican que las acciones bélicas masivas e internacionales tienden a desaparecer, es un hecho predecible que las nuevas guerras que se avecinan y de hecho ya están aconteciendo ahora mismo, ya no serán entre bloques de países, ideologías, religiones y terroristas reales e inventados, sino entre quiénes acaparan el poder y a quiénes históricamente se les ha negado, al margen de su identidad cultural y del color su piel. Quizá las armas más decisivas en esta guerra eterna del ser humano serán las del pensamiento analítico y las de la conciencia moral que son escasas, pero comunes a todos los individuos del Planeta.
Adenda: A pesar de todos los hechos violentos y crueles que han existido desde que el ser humano apareció en la Tierra, de lo único que no lo han podido despojar las élites dominantes a través de la Historia ha sido de la búsqueda permanente de sus sueños y de su capacidad para estar alegre en todo momento.