Hacia fines de los años noventa, cuando se inició el uso del Internet para promover las operaciones del Estado y de los partidos políticos en los Estados Unidos, todo el mundo pensó que sería una herramienta para mejorar la política en todo el Planeta. No sólo en el área de la comunicación global, sino que sería un medio idóneo para dar voz a los marginados, una gran ayuda para que los activistas pudiesen movilizar gente y los ciudadanos en general pudiesen hacer públicas sus denuncias sobre la corrupción de los funcionarios de gobierno o sobre los excesos policiales.
Por desgracia, los hechos actuales presentan un panorama totalmente opuesto al que se pensaba, ya que los organismos de los gobiernos en funciones han utilizado el Internet para espiar a los ciudadanos y para vigilarse entre ellos creando una situación muy ambigua, debido a que no existe una normatividad global sobre el uso del Internet que esté por encima de los Estados nacionales y aún de las entidades federativas en particular.
Según la información de Freedom House y de otros organismos no gubernamentales de prestigio, hacia fines de los 90′s, el Internet en el mundo apenas alcanzaba al 4% de su población, mientras que ahora la cifra alcanza al 40%. No obstante, la proporción entre países ‘sin libertad’ y ‘parcialmente libres’ no ha cambiado casi nada desde entonces y la lucha entre los cibernautas del público y los gobiernos de las naciones siempre es ganada por los jerarcas políticos del Estado.
La principal razón de esta situación negativa se deriva de que los gobiernos han instalado a funcionarios expertos en el uso del Internet y de todas las nuevas tecnologías del mundo digital que son utilizados para tratar de contrarrestar a los líderes de las movilizaciones políticas opositoras, como ha sucedido en Ucrania por parte de los rusos, en Egipto, Libia, Siria y gran parte del Medio Oriente por parte de los Estados Unidos y en las regiones del Pacífico aledañas a la República China en las Filipinas y en la Polinesia por parte del Gobierno chino.
Aun cuando se tiene que reconocer que los movimientos políticos y sociales a través de Internet han llegado a tener un impacto rápido, solamente logran perdurar cuando generan actividades políticas tradicionales como las protestas en las vías públicas o la creación de nuevos líderes políticos. Pero para ello se requieren líderes de carne y hueso y los internautas no aceptan esa situación, ya que consideran al individuo en lo personal como la base de los movimientos y al no existir un propósito colectivo claro y una ideología definida casi todos los movimientos han desaparecido con relativa rapidez. De modo que el Internet no ha servido contra las tiranías, ni ha tenido un efecto visible en las democracias consolidadas, ya que paradójicamente las ha fragmentado y las ha vuelto más volátiles.
Esta misma polarización y fragmentación de la política se puede observar cuando se comparan las acciones políticas realizadas por la prensa escrita y las que se hacen a través del Internet. En el caso particular de los Estados Unidos sólo un 16% de los ciudadanos leen los periódicos y tienen edades promedio de 40 años, mientras que apenas un 6% de quienes los visitan promedian 20 años. Aunque el periodismo tradicional casi siempre tiene una tendencia política determinada, en el caso de los medios digitales solo existen visiones individualistas que polarizan la actividad política nacional.
Considerando los hechos políticos más recientes en el mundo Occidental se ha reconocido la utilidad de los medios digitales para que los políticos profesionales logren más adeptos y apoyos financieros. No obstante, ese efecto desaparece con gran rapidez y en muchas ocasiones producen efectos desequilibrantes cuando se utilizan para convencer a quiénes no son sus partidarios tradicionales, como sucedió con Obama en su primer cuatrenio y en el actual.
Se podría resumir que debido a su naturaleza individualista y a la de ser muy reciente, la nueva política de la era digital tiende a ser más fragmentada, por lo que dificulta acuerdos políticos funcionales que aglutinen a las nuevas generaciones. Además es muy difícil generar una democracia digital mientras no se pueda eludir el control de los gobiernos y los cibernautas no renuncien a tener una visión individualista de la política.
Es obvio que nunca existirá una libertad absoluta en el mundo de la política real, como tampoco se respetarán los derechos humanos fundamentales de los cibernautas, ya que ninguna nación o agrupación de naciones está intentando crear una normatividad para el nuevo mundo digital que pueda afectar a sus intereses nacionales o regionales administrados por la clase política.
Aun cuando ahora mismo se discuten los efectos del espionaje transnacional y hacia el interior de las mismas naciones con el caso de Snowden y de la NSA, lo único visible es que las nuevas tecnologías de la era digital sólo están dificultando los acuerdos internacionales y reduciendo la capacidad de las naciones para llegar a acuerdos políticos al margen de la violencia.
Adenda.- La nueva sociedad digital se aleja cada día más del concepto platónico del ‘zoon politikon’, donde la sociedad pacífica se construía con el diálogo entre los ciudadanos y no se derivaba de una visión individualista donde no existe ninguna comunicación entre las personas a través de la palabra oral o escrita. Esto no significa el fin de la civilización humana, sino el principio de una nueva era.
(Imagen tomada de Internet / Derechos reservados por el autor)