En su extraordinario y faraónico libro titulado ‘Le Capital au XXI siecle’, el joven y brillante sociólogo francés Thomas Piketty ha construido una magnífica base de datos sobre las altas rentas del capital y las desigualdades sociales que han generado durante los últimos doscientos años. Un simplista resumen de su precisa documentación histórica y de su análisis pormenorizado sobre la evolución de la riqueza y de la desigualdades que ha producido en los principales países desarrollados de Occidente podría señalar que ya no es posible regresar a la época dorada del crecimiento económico con disminución de la iniquidades del Estado cuando generó una ‘clase media’ hacia la segunda mitad del siglo 20.
Señala Picketty desde una precisa visión histórica que el rendimiento del capital ha sido muy estable – en torno a un 5% – mientras que la tasa de crecimiento económico ha oscilado entre el 1 y el 1.5% , quedando solo fuera del promedio las tasas entre 3 y 5% alcanzadas después de la Segunda Guerra Mundial. De modo que los capitales tienden a acumularse a un ritmo mayor que los efectos redistributores del crecimiento por aumento de la producción y de los salarios generándose desigualdades crecientes que en los últimos años han superado al piso de desigualdad que se produjo justo antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el stock de capital equivalía a un promedio de 6 a 8 años de la renta nacional total de los países desarrollados.
De modo que hicieron falta dos Guerras Mundiales y la desaparición del rentismo para volver a empezar desde cero y poder compensar los años en los que la gran clase capitalista vivió a un ritmo de vida muy por encima al de la renta producida por sus patrimonios. Tras la Segunda Guerra Mundial y las políticas redistributivas que generó se inició un fuerte crecimiento de las economías en reconstrucción y en expansión, además de la agresiva fiscalidad de los Estados, el acceso generalizado a la educación y los seguros de salud por enfermedad, desempleo y vejez que aseguraron el acceso de las masas trabajadoras a un pequeño patrimonio convirtiéndolas en ‘clases medias’.
Hacia 1913 un 10% de la población acumulaba la totalidad de la riqueza nacional, mientras que en la actualidad ese mismo 10% sigue en posesión de la mayor parte de la riqueza, pero existe un 40% que disfruta de un pequeño patrimonio y un 50% restante solo cobra un sueldo o salario, pero no acumula patrimonio y no deja nada a sus herederos. Este surgimiento de una ‘clase media patrimonial’ ha sido la mayor transformación estructural de los últimos años en el reparto de la riqueza en los países desarrollados. Con el impulso del crecimiento económico y las rebajas fiscales de la revolución conservadora de los años 80′s, la alta clase patrimonial vuelve a emerger y el patrimonio del 10% más rico está creciendo en forma exponencial, mientras que el 1% más rico de esa pequeña élite aumenta sin ningún control su patrimonio generando la gran crisis iniciada con el siglo actual.
Es muy interesante observar el análisis que hace de este fenómeno en los Estados Unidos el brillante economista Paul Krugman, quién señala que el estado norteamericano está regresando al ‘capitalismo patrimonial’ en el que la economía estaba dominada no solamente por los ricos, sino por sus herederos, de modo que lo orígenes familiares son ahora más importantes que el esfuerzo y el talento. La riqueza desmesurada del 1% de la población de los Estados Unidos, además de ser producto de la riqueza heredada se debe a los sueldos y las primas de los altos ejecutivos. Aún cuando el 60% de los norteamericanos más ricos son herederos y los hijos de la actual élite económica parten de una posición de privilegios, por lo que existe una alta posibilidad de entrar en una oligrarquía.
Aunque muchos norteamericanos piensan que dicha oligarquía aún no se ha instalado en los Estados Unidos, los republicanos están decididos a defender esos intereses y los ponen por encima de los de las clases medias y populares. De hecho existe la creencia generalizada de que las rentas patrimoniales son más importantes que las nóminas y los salarios. Se vive un momento crítico donde hay una tendencia en todas las derechas políticas del mundo a esta nueva visión en la que la renta es más importante que los salarios y cada día se evita más el capitalismo empresarial para la producción de bienes y servicios.
Esta preferencia actual de la derecha política hace olvidar casi por completo la importancia de la clase trabajadora sobre la cual se construyó el actual sistema capitalista. Ha sido tan grande esta tendencia que en el 2012 el Congreso Republicano intentaba conmemorar el Día del Trabajo ensalzando a los empresarios para contradecir a Obama quién insistía en la importancia de los trabajadores para la creación de una economía bien sustentada.
El hecho real es que cada día existen menos norteamericanos dueños de empresas, ya que las rentas de capital y los ingresos de los empresarios están concentrados en las manos de unos cuantos multimillonarios, cuyas fortunas sirven para comprar poderes e influencia política, no solo a través de contribuciones a las campañas políticas, sino mediante la corrupción de funcionarios públicos que ahora mismo han liberado por completo el límite superior a las contribuciones privadas para las campañas y ha logrado hacer pensar a una gran mayoría de los norteamericanos que los beneficios para los ricos son también buenos para el País.
Esta nueva época dorada del capitalismo patrimonial se ha ido extendiendo a todas las naciones desarrolladas del mundo y es una amenaza para las clases medias y populares de todo el mundo que se están pauperizando día con día y parece que regresarán a la sociedad humana a los términos de una oligarquía neofascista.
(Imagen tomada de Internet / Derechos reservados por el autor)