Hay ladrones a los que no se castiga, pero que roban lo más preciado: El Tiempo.

Napoleón Bonaparte

“¿Existe algún conocimiento en el mundo tan firme y seguro, que ningún hombre razonable pueda ponerlo en duda?” Esta pregunta tan obvia, formulada por Bertrand Russell hace 100 años, se aplica particularmente al tiempo. ¿Qué es el tiempo? Cuán difícil definir una entelequia. De Aristóteles a San Agustín, de Kant a Bergson, de Plank a Einstein, de Heidegger a Hawkins, torrentes de tinta se han escrito sin poder concluir en forma clara y entendible una definición universalmente aceptada. Cronos en la mitología griega es el primero de todos los dioses que al igual crea orden del caos y como Saturno se comió a sus propios hijos. Devorar el tiempo es la metáfora resultante y los primeros mitos y religiones le obsequian al hombre la filosofía de la eternidad o de la vida después de la vida como contraprestación de lo efímero de su existencia. El filosofo alemán Martín Heidegger nos dice del tiempo: “persiste solamente como una consecuencia de los acontecimientos que ocurren en él”. En la cosmogonía Náhuatl, Cahuitl, el nombre que se le da al tiempo, se define como “lo que nos va dejando”. En este ensayo, he acuñado el neologismo cronoclasia para significar la destrucción del mismo. Samuel Beckett en su obra quinta esencial Esperando a Godot hace una representación metafórica del tiempo fútil, es decir de la existencia como la inacción, como la nada, excepto el paso del tiempo.

Para mí el tiempo es la sucesión de espacios en la memoria, o dicho de otra forma, espacios implicados en eventos, lo que neurofisiológicamente llamaríamos memoria episódica o declarativa, de donde surge la consciencia escatológica del ser humano habida cuenta que mi tiempo sólo es dable con mi yo consciente percipiente y sintiente. En esta concepción se puede sugerir que el tiempo es una mera ficción de nuestra mente extraída de la idea de yuxtaposición en el espacio, lo cual la acerca a las definiciones de Platón y Bergson.

El tiempo se ha considerado siguiendo a Aristóteles como la relación entre dos o más movimientos. Tiempo y movimiento están indisolublemente unidos El tiempo es, sino el movimiento, algo en el movimiento o en los movimientos, y por lo tanto del número de eventos (Pados) y del estado de los mismos (Elis). En este concepto intuitivo el tiempo real ocurre en parte a través de evaluar el tiempo de otros es decir la dependencia de nuestro tiempo, y está en función del tiempo de los otros. En una expresión romántica, Paul Williams nos dice “Aceptar el paso del tiempo, significa estar conciente del tiempo de otros… hacer tiempo es ultimadamente un acto de amor”, yo agregaría que destruir el tiempo es decir la cronoclasia es un acto de desamor.

Cuando hablamos del tiempo dos metáforas vienen a mi mente: la rueda del tiempo, carrusel interminable de sucesos sin fin ni principio y el flujo del tiempo, relacionado con una de las más antiguas metáforas concebida en Éfeso por Heráclito: “Tu no puedes meter dos veces tus pies en el mismo río pues otras aguas están corriendo en él”. La primera metáfora, la del carrusel o tiempo circular de Oriente y Mesoamerica, codificada en una analogía donde el círculo es el principio y fin del tiempo; lo percibimos sospechosísimo en Occidente o en el mejor de los casos como una folie circulaire. La segunda, que representa el tiempo lineal proviene del concepto Judeocristiano donde el tiempo principia, avanza y termina en una procesión de eventos. Otro tiempo, el sin tiempo, el atemporal, estaría representado por la metáfora de lo primigenio en un Olimpo sideral donde surge el Big Bang, base de la cosmogonía moderna. Un cuarto tiempo sería el quebrado, donde el tiempo circular se vuelve rectilíneo por tramos. Este se fractura por sucesos considerados paradigmáticos para cada cultura, tal como lo describe Agustín Yañez en Al Filo Del Agua, cuando habla de “un ritmo hipócrita” que es quebrado por el acontecer de la Revolución Mexicana.

Si el tiempo es la referencia obligada para la “transmisión” de genes culturales, la pregunta ineludible es como se inician éstos. Parte de la respuesta radica en aceptar que chimpancés orangutanes y gorilas tienen rudimentos de cultura. El concepto de cultura como algo aprendido parecía estar al centro de la diferenciación entre instintos y cultura aunque, algunos primatólogos estén en desacuerdo. Se considera, por ejemplo, que el “gruming” de los grandes monos, o acicalarse sería instintivo y no representa en si, un gen cultural. El resto de la respuesta sería también, si se puede considerar que el “lenguaje de signos” enseñados a los primates, genera elementos sintácticos y semánticos cuando se comunican los chimpancés entre ellos o con los humanos como lo pretende Roger Fouts, conocido primatólogo y defensor del concepto que los primates poseen un equipo elemental en su cerebro para desarrollar este tipo de lenguaje simbólico como una extensión del lenguaje corporal, mimético y de sonidos guturales, lo que llevaría implícito eventos en sucesión ordenada.

Recientemente se han podido observar una gama de conductas de chimpancés en el triángulo de Goualougo, cerca del río del mismo nombre al norte del Congo. Esto parecería implicar la existencia de una cultura aprendida que se pudo documentar. Los chimpancés obtienen comida con características especificas para saciar requerimientos especiales mediante el uso de herramientas: de un árbol obtienen miel utilizando dos ramas diferentes que las hacen ad hoc, una puntiaguda que la fabrican con sus filosos dientes, para penetrar pequeñas grietas en el árbol y otra más gruesa deshilachada en un extremo para extraer este alimento rico en carbohidratos. Pero también requieren de alimentos ricos en proteínas y estas las obtienen de los nidos de termitas para lo cual usan hasta media docena de ramas que las van desechando según se acercan al lugar donde extraen el mayor número de estos insectos. ¿Serán estas conductas instintivas o aprehendidas?

¿Pero, cuál seria la conexión entre apercibimiento del tiempo y lenguaje? Aunque no parece obvia a primera vista, esta pregunta es fundamental por tres razones: La primera es la relación SOV (sujeto objeto y verbo) para que sea semánticamente aceptable el significado de una oración. Esto requiere de una concepción temporal, al igual que la acción del verbo tendrá que definirse en tiempo actual o pasado o bien para proyectar dicha acción se requiere la concepción del futuro. La segunda es la necesidad de un cerebro digitalizado que no lo poseen los primates (se supone que el cerebro de los primates subhumanos interpreta el entorno con un cerebro analógico solamente), y finalmente la carencia de memoria episódica o declarativa que implica un desarrollo especial para almacenar eventos en la memoria del humano, que es básica para que se dé el aprendizaje que es lo que ha catapultado al hombre al desarrollo civilizado.

Ludwig Wittgenstein dijo que el límite de nuestro universo es el límite de nuestro lenguaje; por lo tanto de nuestra percepción de la realidad. Ninguna búsqueda en la historia de la ciencia ha sido tan persistente y extensa como la que atañe a la interpretación de la realidad; en ella las dimensiones del espacio-tiempo son omnipresentes. ¿Cómo a través de la evolución el cerebro ha medido y rastreado el tiempo? Esta es una pregunta toral para entender los cuatro tiempos mencionados, incluyendo el atemporal, y tendrá como referencia obligada al tiempo personal, imbuido de pasado presente y futuro. Esto sólo podrá ser concebido con la aceptación de la transitoriedad del ser por nuestro cerebro humano. Es aquí donde la relatividad del paso del tiempo requiere del auxilio de las neurociencias y es importante preguntarnos ¿tenemos un sistema especializado en nuestro cerebro para contabilizar el paso del tiempo o existen una amplia variedad de procesos neuronales que actúan como marcapasos biológicos para establecer los llamados ritmos circadianos y ultradianos, “aquellos que duran más de un día”? En cualquier caso debemos considerar que una tarde de ocio y poca actividad en la playa parece transcurrir como las escenas de los filmes de Sam Peckinpha en cámara lenta y, por otra parte, una mañana con gran actividad cuando el cerebro está absorto en un trabajo nos hace suponer que el tiempo voló. Esto nos hace pensar que el cerebro tiene mayor control sobre el paso del tiempo de lo que creemos. Lo anterior no es una sorpresa y estudios como los del explorador francés Michel Siffre que se sometió voluntariamente a vivir por dos meses en una cueva aislado de la luz y los ritmos impuestos por el sol y la noche, al salir del aislamiento pensó que habían pasado solo 25 días en su autoimpuesto retiro. Esta y otras experiencias de hombres que han vivido en celdas en solitario y sin luz nos ilustran de cómo después de un cierto tiempo se da una contracción del paso del mismo por nuestro cerebro. Debemos señalar que así como existen en la física aspectos bimodales de una interpretación de un fenómeno, por ejemplo el concepto de que la luz es producida por la propagación de una onda o por corpúsculos infinitesimales llamados fotones, teorías que en realidad más que antagónicas son complementarias, también con respecto al tiempo existen dos aspectos del mismo: el tiempo psicológico individual y el tiempo físico que sigue “un curso” de acuerdo con la teoría del Big Bang y que es independiente de nuestra percepción del tiempo.

Es momento de pasar a las influencias culturales sobre el tiempo. Es sabido que existe un concepto primigenio de considerar al tiempo como una flecha que se escapa y avanza en un espacio dado; concepción que es totalmente diferente a la filosofía budista y al simbolismo de los siete pasos y el huevo cósmico que implica la reversibilidad del tiempo. Los filósofos budistas han escrito extensamente sobre la instantaneidad del tiempo y su irrealidad antológica cuando nos dicen que el instante deviene en pasado de inmediato y deja de existir, por lo cual la llamada fluidez o ” Santanna” del presente sólo es suficiente para hacer cada forma que se hace patente y se desvanece.

La metáfora del tiempo como el caudal de un río citado por Heráclito de Éfeso o como el de la flecha del tiempo ya mencionado, hablan de un tiempo lineal con principio y fin, el tiempo de occidente Judeocristiano; por otra parte el tiempo mesoamericano que es también el de oriente, tienen un simbolismo circular que lo hace reciclarse en el infinito. Es mi conjetura que ambos tiempos desembocan en el tiempo quebrado del mexicano que en ocasiones es lineal y otras quebrado, sincretismo que explicaría muchas de las actitudes para sustraernos de la linealidad del tiempo occidental. Estos conceptos son eminentemente analógicos y están engranados en nuestro cerebro considerado metafórico y analógico cuya ubicuidad está en el hemisferio derecho. En esta misma conjetura pretendo suponer que hace aproximadamente cien mil años se digitalizó el cerebro y con ello apareció la secuencialización, es decir un algoritmo necesario para que el lenguaje fabricara como su pieza en movimiento al verbo y con ello construyera la primera representación de la acción que está ocurriendo y la que ocurrió en un tiempo pretérito, esto obviamente requirió de un entramado neuronal nuevo donde el cerebro empezó a ejercer un control directo sobre el tiempo que modificó su percepción del mismo. Debemos considerar al pensamiento analógico y metafórico sólo ingredientes antiguos para la creación de genes culturales, toda vez que de los mismos se desprenden capacidades cognitivas como la categorización, jerarquización, abstracción, y comparación que son la base del lenguaje gramaticalmente estructurado. Este es tan necesario para la creación de genes culturales, como lo es la existencia de cromosomas y genes, para la transmisión de características hereditarias. Cuando estos genes se conformaron las culturas adoptaron sus propias interpretaciones del tiempo, pero para entonces la socialización había alcanzado su pico más alto y la digitalización con el lenguaje hablado se había establecido.

Es indudable que importantísimos cambios cognoscitivos ocurrieron como resultado de la domesticación de plantas y animales, la primera daría lugar a la agricultura y la segunda al pastoreo. Ambas domesticaciones parecen haberse dado en la última glaciación y de acuerdo con evidencias paleo ambientales bien documentadas ocurrió en el año 8 200 en el holoceno medio en un periodo de transición entre el mesolítico y el neolítico. Estos cambios produjeron una escasez de alimentos en las sociedades de subsistencia que se basaban en la recolección de frutos y la caza, las cuales se vieron seriamente afectadas y seguramente al hacerse sedentaria observaron como ciertos granos y pólenes crecían en ciertas épocas del año. Es razonable pensar que los ciclos agrícolas tuvieron que documentarse de acuerdo con los cambios climáticos y de estaciones, lo cual trajo como consecuencia la primera datación “obligada” de fechas que eran importantes para establecer los ciclos agrícolas que se volvieron indispensables para sobrevivir en estas nuevas y emergentes sociedades sedentarias.

No debemos olvidar que los genes culturales están estructuralmente cimentados en tres pilares que son supervivencia, actitudes y valores de los cuales la reciprocidad y el altruismo pudieran ser innatos y la adaptación en un proceso de coevolución entre genes cultura y cerebro.

¿Cómo influyen en cada cultura e individuo las percepciones? Es evidente que ellas son condicionantes para que individuo y cultura se adapten a su entorno social y político a lo largo del la historia. Esferas sociales y políticas están vinculadas al lenguaje y éste condiciona muchas de nuestras representaciones como grupo. Los idiomas definen particularmente algunas de las relaciones espaciales y numéricas habida cuenta que toda sociedad por primitiva que esta sea, acepta dos metáforas esenciales inconscientemente, la de pertenencia y la de control, producto ambas de una cadena genealógica de parientes y redes sociales vinculadas por jerarquías y conveniencias.

Si el individuo es la bujía ignitoria del pensamiento poblacional, este a su vez interacciona con el funcionamiento cerebral y el actuar cotidiano del individuo, que es parte y coyuntura de la manera en que éste se articula, con su cultura. Carl Jung reconoció que los mitos, símbolos y arquetipos, se van estratificando como corrientes soterradas que fluyen del yo personal al amorfo campo del otro y con el tiempo integrarán el llamado inconsciente colectivo que es a su vez fuente creativa esencial de los genes culturales que en su momento inciden en la conducta del grupo. La falta de valor especifico del tiempo para el mexicano, se ha venido adoquinando desde cientos de años, para crear lo que he denominado cronoclasia que debe entenderse como desaprovechamiento del valor del tiempo.

Es momento de regresar a nuestra cultura con sus ritos y festividades, con sus idiosincrasias y sincretismos. En ambas culturas la prehispánica y la de la conquista española, los ritos y festividades son cíclicos y están inspirados en la religión católica y la de sus predecesores indígenas que se proyectan de nueva cuenta en la colectividad, generando nuevos goznes que mueven la esfera sacra del mundo social con el mundo subjetivo de cada persona. vr.gr. los pázcales mayos y yaquis con su danza del venado en cuaresma, los matachines con sus interminables procesiones el 12 de diciembre o el Mikailhuitl los días 1 y 2 de noviembre o fiesta de los muertos de San Gabriel Chilac en Puebla por sólo mencionar algunos. Muchos mitos se han desarrollado en relación al tiempo y al individuo, éstos por lo general ocurren en un mundo atemporal, y como todo gen cultural se propagan de una a otra sociedad. Tales es el caso de los mitos de Sargon y Moisés en Nínive y Egipto, en ellos se relata que ambos niños poco después de nacer son arrojados en una canasta de mimbre en los ríos Tigris y Nilo respectivamente siendo salvados por una princesa que los adopta. Otro caso son los mitos de una rama de la tribu Tukano en Sudamérica, los Desana en el estado brasileño de Amazonas y los mitos de la tradición Hindú Brahma; que a pesar de la distancia geográfica y época entre dichas culturas la esencia del mito es el mismo: la reencarnación.

En el caso Desana se habla de un continuo reciclaje de la energía universal, donde cada muerte va inexorablemente sucedida de un nacimiento en un perpetuo proceso de destrucción y reconstrucción. En el Oriente este tiempo contiene una intuición sobre el carácter cíclico del mismo, que pretende a través de la “iluminación” unirlo al tiempo personal destruyendo la dicotomía de los dos tiempos mencionados. Por otra parte, el tiempo absoluto es la fuente de todos los tiempos relativos, es lo atemporal o sea la eternidad, es así como la maitriupani distingue la esencia de las dos naturalezas del Brahama la con tiempo duahibh y las del sin tiempo Akala.

En el ciclo del tiempo Hindú la más pequeña de las unidades se llama yuga que es el mínimo indivisible del tiempo y el flujo de este mínimo del tiempo se llama krama siendo su curso sin interrupción. Cada yuga es precedida por un orto y sucedida por un ocaso completando un ciclo llamado mahayuga que consiste en cuatro edades de diferentes duración siendo la primera la mayor y la última la menor. Todo yuga busca tener un Krta Yuga (viene del sánscrito y significa lograr), éste se considera desde todos los puntos de vista la edad de oro donde impera la felicidad la justicia y la prosperidad. El hombre perfecto encarnaría en el Krta Yuga o Dharma (realidad absoluta), un sentido de armonía plena entre las normas cósmico morales. Mil Mahayugas constituyen el Kalpa o Eon y cada Kalpa equivale a un día en la vida de Brahama 4320 millones de años, el cual corresponde a un evento cíclico único. El lapso de vida de un Brahama es de un centenar de años constituidos de tales días.

Brahama y Dhamma (Ley eterna) son términos intercambiables en las upaniy como nos menciona en su libro el Tiempo y la Eternidad Ananda Kentish Coomaraswamy, las palabras de Buddha son en esencia las mismas que las de San Agustín “ambos eran intensamente sensitivos al pathos de la mutabilidad. Las palabras de San Agustín (entonces eso por lo cual yo soy llamado mortal no es mío) corresponden exactamente al Canon Pali (tan’etam mama, n’eso’ hamasmi, na me so att.)”. Lo anterior se resume en la concepción cultural de la reencarnación que a su vez marcó la importancia de la cultura Hindú y también a las culturas Mesoamericanas y Maya, esta última relatada en el Popol Vu donde se habla de ciclos de 5 212 años con sus trece cielos y sus episodios cíclicos el último, próximo a terminar en el solsticio de invierno de 2 012. Hecho esto que nos hace recordar la posibilidad de nuestro origen en Oriente a través de una corriente migratoria.

En un inventario resumido de las principales culturas que han influido sobre la nuestra, debemos mencionar que tiempo circular y lineal están entreverados en la formación de nuestro crisol cultural, influido por el orientalismo hindú y budista, pasando por la cultura grecorromana y continuando con San Agustín y Santo Tomás, para aterrizarlo en nuestra propia cultura, y dar la génesis al tiempo quebrado, un nuevo sincretismo “criollo” de nuestro tiempo.

En la religión cristiana, los teólogos y hombres seculares se han preguntado que había antes de la creación del tiempo, la pregunta en realidad era que hacia Dios antes de crearnos. San Agustín en el año 418 en su libro La Ciudad de Dios, contestó magistralmente, cuando nos dice que Dios no creó al mundo en un tiempo, sino que lo creó con tiempo, dando así pauta a una cosmovisión unitaria del tiempo-espacio, lo cual ha hecho que algunos filósofos lo consideran como precursor de Plank y Einstein. San Agustín intenta refutar el sentido cíclico del tiempo cósmico, aduciendo que aun los platonistas, campeones del concepto de la ciclicidad en occidente, admitían que la repetición de cualquier fenómeno aunque fuera un ciclo, presupone un inició o Novum.

Cuando San Agustín, el Obispo de Hipona, se pregunta “¿qué es entonces el tiempo? Si nadie me pregunta, yo lo sé. Si lo quiero explicar a un interlocutor yo no lo sé, pero de cualquier manera yo puedo afirmar que lo sé; si no pasa nada, no habría tiempo pasado, si nada se aproxima, no habría tiempo futuro, si nada hubiera no habría tiempo presente”. Esta contestación que es un acertijo, nos lleva a la pregunta con la que iniciamos este escrito: qué difícil es definir esta entelequia.

En la cosmogonía Mazdeista o Zoroastrista el tiempo tiene dos vertientes: el tiempo sin orilla, el cual significa tiempo sin origen o tiempo eterno; y el tiempo con límite considerado como el tiempo de la duración de los sucesos históricos. Ahura Mazda es el comienzo y el fin, es el creador de todo y es la única verdad. La Daena equivale a las tablas de Moisés, es la ley eterna de los Mazdeistas, cuyo orden ha sido revelado a la humanidad. Nínive influyó a través de Aron, padre de Abraham, sobre el tiempo sin origen que no preveía el libro del Génesis en la cosmovisión judía. Aun cuando la idolatría fue desterrada por los semitas que habitaban la antigua Ur de Caldea, el tiempo sin orilla persistió en las costumbres hebreas. Abraham hijo de Aron destruyó los ídolos de barro fabricados por éste y propulsó el monoteísmo semítico casi al mismo tiempo que Sargón impulsaba el monoteísmo en Nínive.

En el budismo el simbolismo de los siete pasos y del huevo cósmico implica una reversión de la flecha del tiempo y trascender en el tiempo, es una característica cosmogónica y espacial. Romper la envoltura del huevo cósmico es transitar a través del “Samsara” que conlleva trascender en el espacio cósmico y tiempo cíclico o rueda tibetana. El Samsara que es el opuesto al Nirvana ocurre en el espacio cósmico. Para los budistas el tiempo es un flujo continuo que es suficiente para crear formas para ocupar los espacios, esto es la materia misma. Es fácil apreciar la semejanza de este concepto de dos mil años de antigüedad, con la moderna teoría de las supercuerdas. Estas abstracciones físicas del mundo subatómico, nos dicen los físicos teóricos que al vibrar como las cuerdas de un violín dan origen a todas las partículas subatómicas. Los filósofos budistas han escrito sobre la instantaneidad del tiempo, esa realidad hace que el instante presente se trasmute en pasado y por ende en la inexistencia del mismo tiempo. La simultaneidad, concentró la atención de Einstein, la sincronicidad enfocó los esfuerzos de Jung y la instantaneidad de los maestros Zen, parecería que todos ellos están guiados por la misma partitura, la que concibe al tiempo como dependiente del subjetivismo del observador. Es necesario un paréntesis para ubicar aspectos fundamentales vinculados con el tiempo que son el espacio y el leguaje, así como su relación con la interpretación cultural que hacemos de ellos.

Dentro de los genes culturales de que somos portadores es importante mencionar aquellos con sus característicos espacios semánticos (yo los he llamado paisaje semántico 2007, ver Cuadrivio). En nuestro mundo actual globalizado incluyen un continum por la información que llega a nuestra lengua original aportada por palabras extranjeras, como sería el caso de: Siesta y Fiesta (Español), Sunami y Sushi (japonés), Kindergarden y Strudel (alemán), Garage y Chef (francés), Software y Hardwere (Ingles), Bungalow y Shampoo (Hindi), Bambino y Pizza (Italiano) y un largo etcétera. Por todo lo anterior la concepción de lo que ocurre en el espacio semántico de cada individuo y cultura cambia al adoptar estas transfusiones semánticas que no sólo afectan al lenguaje, sino además, establecen nuevas modas y memes culturales, haciendo patentes la permeabilidad cultural y la aculturación

Al paisaje semántico debemos agregarle una dimensión experiencial. Los psicólogos gestaltistas (Gestlat en Alemán significa forma) de principios del siglo XX rechazaron el concepto psicológico puramente físico que reducía la percepción visual a una sensación elemental obtenida de la luz, donde el cerebro tenía una función pasiva receptiva y el procesamiento visual sería el resultado de una imagen en espejo de la naturaleza. Fue Kant quien primero adujo que lo que se pensaba que estaba afuera en realidad estaba dentro de nuestra mente y agregaba el filósofo de Koenisberg “la imaginación es un ingrediente necesario de toda percepción”. Estos dos aspectos de la percepción simple y la transformación experiencial de la percepción se van engranando en el cerebro mediante redes neuronales que pueden detectar desde líneas hasta patrones complejos como los que identifican un rostro. El locus de identificación de una cara, ubicado en el lóbulo parietal derecho, es el mismo que conceptualiza las coordenadas del espacio (arriba-abajo, atrás-adelante, izquierda-derecha), y ubica las relaciones geométricas de forma y fondo.

De acuerdo con Jerome Feldman la interacción de personas con su ambiente físico y social, define lo que este autor ha denominado espacios semánticos e incluye movimientos, colores y emociones por mencionar sólo algunos. Clarifiquemos esto con un ejemplo: en inglés existen once colores básicos, si buscamos el espacio semántico del rojo como lo han hecho algunos autores estudiando varias lenguas que van del dialecto Dani de Nueva Guinea a la lengua turca podríamos decir que en Dani el espectro semántico de los colores está muy acotado (tres colores solamente), mientras que en la última lengua citada, para pasar del rojo al rosa o del rojo al morado el espacio semántico es mucho más amplio por tener el turco doce colores básicos.

Agregamos al espacio semántico de los colores, el del movimiento rítmico como otro gen cultural universal. Hablar de movimiento rítmico trae de inmediato a nuestra mente a la danza con su génesis en los ritos y su expansión cultural en el folklore. Consecuentemente hablar de danza es hablar de música que a su vez conlleva ritmo, tempo y cadencia. Estos genes culturales, el primero de ellos (música) fue acuciosamente estudiado por el neurólogo Oliver Sacks y sabemos que esta presente en todas las culturas habiéndose exportado a otras en cada época; vr. gr.: En el siglo XIX el paso cadencioso y monótono del minuet, y el parsimonioso ritmo del vals; En el siglo pasado el paso sin gracia del Fox Trot y el convulsivo paso del rock and roll son otros ejemplos. Finalmente el gen cultural del espacio semántico de la emoción es sin duda influido por la danza y la música, tal es el caso de los blues y el jazz que con su lúgubre monotonía repetitiva trasmiten tristeza y nostalgia o con el tono mono sincrónico de la flauta que se traduce en un estado de ánimo taciturno en nuestras etnias mesoamericanas. En su libro Emotion and Meaning in Music, Leonard Meyer, después de escudriñar la quinta sinfonía de Beethoven, concluyó que el significado emocional de una obra musical depende en gran parte de la cadencia de patrones armónicos que se entrelazan con sonidos tonales en forma intermitente. Sin embargo, nos dice este autor que las expectativas que van generando en el escucha producen una atención anticipatoria que se hace más manifiesta en los crescendos. De esta manera podemos afirmar que cada obra musical tiene además de su espacio semántico, un paisaje emocional que es particular en cada individuo, el cual depende en parte de la expectativa melódica que nuestro cerebro trata de anticipar generando una especie de placer ansioso como el que ocurre con el foreplay antes del sexo, o con la comida cuando vemos como la preparan.

Espacios semánticos o paisajes semánticos se ayuntan en forma particular en todas las culturas y tiene manejos sui generis para el tiempo, lenguaje, color, danza, música y emociones. Vectores indispensables todos ellos que son emblemáticos del folklore de cada cultura. Si el paisaje emocional del individuo es matizado por los genes culturales de su sociedad también lo es el paisaje semántico que en un continuo reciclaje interacciona entre el individuo y su propia cultura.

Fondo y forma pueden a veces no diferenciarse como en el caso del bajo relieve en madera, Sky and Water, de M.S. Escher; o de las pinturas de otros artistas del arte de la ilusión óptica como Salvador Dali o Guiseppi Archimboldo por mencionar algunos. Esto nos lleva al problema de la ambigüedad preceptúal que se puede dar cuando observamos nuestro mundo exterior. Supongamos que tenemos en nuestro cerebro un sistema de Flip Flop es decir una báscula o biestable que nos codifica y decodifica esta ambigüedad en función del foco de atención que lo dirigimos a la forma que pretendemos desambiguar. Ahora bien sabemos que existe un gen cultural llamado biofilia que nos atrae hacia otros seres vivos principalmente por su movimiento. Es quizá este gen cultural cuya influencia es percibida en el arte, abstracto, que nos hace atractivas las pinturas de Jackson Pollock, cuya técnica de dreeping o chorreado le da una textura orgánica al lienzo, impregnando con una característica orgánica a la pintura que ha sido documentada fotográficamente con una composición fractálica semejante a la de los vegetales cuando se miran con un potente microscopio. Taxonómicamente, como sabemos, los seres vivos los dividimos en vegetales y animales, incluyendo al hombre. Nuestra atracción biofilica sería más fuerte hacia la forma simétrica de los humanos, pero aun mayor hacia aquellos de nuestra misma raza y nacionalidad. Por otro parte, los vegetales, desde un diminuto bonsái hasta una sequolla gigante, que parecieran simétricos, tienen más asimetrías que cualquier animal y son menos atractivos a nuestra atención, que la ardilla en movimiento que salta de un pino a otro

La inferencia seria que la figura humana simétrica por excelencia es más atractiva por su mayor gradiente “biofílico” y la procesamos en el lóbulo parietal. Si enfocáramos nuestra atención al rostro de una figura como pudiera ser la de la actriz Scarlett Johansson, nuestro cerebro poseedor de una concepción geométrica euclidiana (es decir de una geometría tridimensional que pudiera no tener dependencia lógica del espacio real pero que definitivamente lo tiene con nuestro cuerpo, fiel de la balanza de nuestro propio espacio); nos alerta a que la cara del artista es un ovalo y tiene rasgos diferentes a la de la cara más cuadrada de Salma Hayek. La importancia de lo anterior es abordar el aspecto si existen objetos mentales que se prefiguran a través de ciertas formas geométricas que harían del reconocimiento de las caras un proceso digital, pero que en otros dependería de un proceso analógico y heurístico o de una combinación de ambos.

En nuestro cerebro ambos sistemas cohabitan; el primero algorítmico, identifica líneas y figuras geométricas y esta íntimamente ligado con la expresión semántica del lenguaje (espacios semánticos de Feldman, que equivalen a mis paisajes semánticos). Es así que cuando se describe un retrato hablado, lo hacemos en términos de líneas y figuras geométricas vr.gr.: nariz recta, ojos redondos, frente amplia, rostro cuadrado, etc. El hemisferio izquierdo formaría un esquema con estas figuras geométricas que aportaría un tipo de cara genérica, que pudiera representar el rostro de una oriental o de una caucásica. El segundo sistema es analógico y procede a la identificación a través del modelo o modelos que obtenemos de nuestra memoria y que han sido almacenados durante nuestro desarrollo. En este proceso el cerebro alerta al ojo lo que desea ver y rechaza lo que considera irrelevante. Este sistema es constructivista y holístico dándole un significado especial al esquema general prefigurado por el sistema algorítmico, su modus operandi seria heurístico pero estaría condicionado a nuestros antecedentes étnicos culturales (cuando observamos orientales, los occidentales por lo general no hacemos distingos entre chinos, japoneses y coreanos y viceversa). Ambos sistemas no son excluyentes y parecen actuar en paralelo a través de lo que se han denominado redes distributivas paralelas. Podríamos agregar que el primer sistema de reconocimiento de rostros al utilizar líneas (rectas y curvas) que forman figuras geométricas es isomórfico, y su input es predominantemente lineal. El segundo sistema es heteromórfico y opera holísticamente en el hemisferio derecho. Ambos se construyen a través de redes que operan de abajo arriba y que probablemente utilicen unidades subsimbólicas como en neurocomputación (P. Churchland).

Es importante mencionar que de las seis mil lenguas y dialectos vigentes que hay en el planeta, todas excepto cerca de veinte, (entre ellos los dialectos Jíbaro y el Tupi-Guarani), tienen palabras para designar un circulo, una línea recta, una línea curva, o un cuadrado. Esto nos hace pensar que el cerebro opera con un lenguaje mental geométrico que mas que crearlo lo hemos ido descubriendo intuitivamente, a través de la introyección de nuestro mundo exterior para incorporarlo en nuestro mundo subjetivo. Esto nos ayuda a acomodar simetrías y asimetrías en nuestro cerebro en los ya mencionados espacios semánticos de Feldman. Nuestro hemisferio derecho y particularmente los lóbulos parietal y occipital, son los encargados de hacer una síntesis utilizando probablemente una “geometría semántica universal”; objetos, vegetales y animales incluyendo rostros y cuerpos humanos. El modus operandi de nuestro hemisferio derecho le permite acomodar formas, agrupándolas en categorías y metáforas de las cuales obtiene las pistas necesarias para ordenarlas, dilucidándolas de la información que nos llega del mundo exterior.

Es en la actividad sideral donde se ha encontrado el colapso del espacio-tiempo, que ocurre en las orillas del horizonte de sucesos, periferia de un hoyo negro, en donde ni a la luz le es permitido pasar ni tampoco fugarse. La relación de conceptos emblemáticos del tiempo y espacio Newtoniano, Einsteniano y actual que pudieran implicar la existencia de átomos y quantums de tiempo son de una abstracción difícil de entender. Hablar del tiempo sin mencionar a Stefan Hawking sería una omisión imperdonable, sin embargo siguiendo a Paul Davies debemos mencionar que la Breve historia del tiempo del Profesor de Oxford ni es breve, ni es historia del tiempo sino más bien es una historia del universo que como San Agustín 1 500 años antes que él, presupuso que el Universo se creó con tiempo y no en el tiempo. El mismo Einstein complicó las cosas cuando decretó que no existe Tiempo Universal y que el tiempo es relativo al observador.

Supongamos por un momento que esos átomos o Quantum de tiempo se eslabonan en una sucesión de espacios en mi memoria, acomodándose en forma lineal como los adoquines de una calle para darle realidad a los momentos de mi vida. Estos quedarían asimilados en mi memoria como espacios físicos, que como en una cinta de celuloide podrían ser corridos por el carrete del proyector cinemático para que el ojo de mi mente los perciba. Estos no son una fotografía del paisaje o del objeto, no pertenecen ni al sujeto ni al paisaje solo me pertenecen a mi, y configuran mi narrativa personal en mi propio tiempo y en mi propio espacio. Todo lo anterior esta representado por actividad neuronal en mi cerebro que como una retemiriabili de recuerdos puede ser evocada “ad libitum” por una intención que busca recuperar eventos, caras y cuerpos de sujetos y ciertos objetos que existen o existieron en el espacio-tiempo en la intimidad inexpugnable de mi mente.

Podríamos dividir el tiempo mental en tres apartados: el tiempo real en relación con la instantaneidad de los sucesos, el tiempo pretérito vinculado a las memorias y el tiempo virtual o imaginario que es proyectivo y se enlaza con el tiempo cósmico. Ya hemos hablado del tiempo pasado y del tiempo imaginario, hablemos del tiempo real. Este es intransferible y se acumula en la narrativa autobiográfica de mi mente a cada instante. Esto me autodefine como poseedor de un tiempo que es a la vez una abstracción mental, que al momento de pasar queda registrado en un evento o suceso que es parte de mi memoria declarativa y que puedo evocarlo en mi momento presente por la intencionalidad de mi voluntad. Lo único que existe en realidad en este tiempo propio, es un perpetuo presente, este sólo se da en mi conciencia que en el estado de vigilia permite acomodar en mi mente espacios que son imágenes selectivas del mundo que me rodea y de las experiencias pasadas. El espacio es insumiso, no así el tiempo de mis recuerdos, el cual se somete a mi voluntad. Podría pensarse lo contrario a primera vista, es decir que el tiempo es insumiso, pero no es así, las miles de imágenes muy personales sólo están en mi mente cuando en un tiempo dado las acomodo en un presente actual que lo someto y las evoco como quien selecciona fotos almacenadas en una computadora.

El “Retrival” o evocación de una escena en mi pasado, solo se detona mediante un mecanismo activo que eslabona voluntad, atención y conciencia. Esta conciencia que en ingles se expresa como “conscious Awarnes” se da cuando convergen las coordenadas espaciales en mi propio tiempo.

Cuando la transportación del hombre se efectuaba solamente por su esfuerzo muscular, es decir caminar y correr, el tiempo se media en función de las veces que aparecía el astro rey o la dama nocturna; dicho hombre caminaba en promedio veinte o treinta kilómetros al día. A mediados del siglo XIX con el advenimiento de la revolución industrial y el motor de vapor para impulsar barcos y ferrocarriles, el tiempo se midió en horas con sus fracciones, siendo Inglaterra la que alcanzó rápidamente un extraordinario nivel de movilización que marcó la impronta del gen cultural de la puntualidad inglesa. El avión súper sónico nos permitió en segundos recorrer lo que el ferrocarril avanzaba en un día, y el inicio de los vuelos espaciales a la luna nos permitieron avanzar en minutos lo que un avión súper sónico avanzaba en horas. Esta compactación del tiempo generó como todo descubrimiento tecnológico varios aspectos positivos y negativos, entre los últimos, podríamos decir que se generó una nueva tiranía, la del corto plazo. Lo anterior afectó el funcionamiento de nuestras redes neuronales produciendo el apremio del estrés consustancial a la cultura del readynow and rightnow y la ansiedad que con el se acompaña, Consecuentemente se produjo un cambio en nuestro cerebro por la forma de reaccionar como individuos para defendernos de esta tiranía. Es así como el tiempo influye sobre nuestra cultura y ésta a su vez propende a modificar la arquitectura neuronal de nuestro sistema cognitivo, particularmente cuando estamos sometidos a estrés, como lo ha demostrado Michael Meaney, neuropsicólogo de la Universidad de McGill en Montreal.

Los siglos XIX y XX atestiguaron uno de los cambios que más a impactado al conocimiento, con la aparición de la teoría de Darwin y de las teorías de Plank y Einstein. La primera nos despojó de nuestro antropocentrismo biológico, como ya lo había hecho Copérnico respecto al cósmico, al considerarnos en la periferia de los mundos que pueblan el espacio. La segunda, la de la mecánica quántica, nos llevó a considerar que tanto la materia como la energía son liberadas en pequeñas cantidades irreductibles cuya unidad es el Quantum. Aún más Smolin y colaboradores, apuntaron la posible existencia de Quantums de espacio y Quantums de tiempo que serían unidades incapaces de ser fraccionadas. Al mismo tiempo Einstein con sus teorías de la relatividad general y especial, nos planteó una nueva geometría del espacio que incluía al tiempo mismo. Esto generó nuevos conceptos que han tratado de reconciliar el comportamiento de los objetos cósmicos en lo macro y el comportamiento del mundo subatómico.

¿Cómo podremos representar el espacio y tiempo en nuestros sistemas neuronales? La neurocomputación ha venido a nuestro auxilio buscando códigos que pudieran identificar sensaciones despertadas por estímulos externos que al arribar a nuestro sensorio se codificarían mediante la selección de umbrales y la competición local entre circuitos neuronales. Hay evidencias suficientes para suponer la existencia de Locally competitive algoritms (LCA), que pudieran procesar la categorización de estímulos que en forma irregular e inesperada llegan usualmente a nuestro cerebro, traduciéndolos en nuestras neuronas en un lenguaje binario de excitación e inhibición. Estos estímulos se ordenarían en forma tal que al ingresar al cerebro su entropía o grado de desorden se reduciría hasta generar una síntesis armónica de las simetrías y asimetrías ocultas que inundan nuestro mundo exterior. Pongamos un ejemplo: el ojo humano tiene ciento seis millones de receptores todos ellos poseen un cuerpo neuronal en las diferentes capas de la retina, estas neuronas sensoriales al traducir el estimulo en la retina, lo envían al cerebro mediante dos millónes de axones que viajan por el nervio óptico. Si cada receptor periférico fuera estimulado en un giga segundo (millonésima de segundo) por un foton, al viajar esta energía por el nervio óptico la entropía se reduciría en un factor de uno a tres. Esta manera de integración ha sido simulada mediante modelos computacionales que no analizaremos aquí, pero que revelan la síntesis energética del cerebro al recibir estímulos que provienen del exterior.

Nuestro cerebro derecho, el locus donde se codifica el espacio seria en última instancia un ordenador de simetrías y / o asimetrías, para lo cual utilizaría modelos formales con Locally competitive algoritms (LCA) que operarían en redes de distribución paralelas de nuestro sistema nervioso. Cuando el Homo Erectus se irguió, una nueva reingeniería se estableció en el sistema nervioso que entre las mejoras aportadas a nuestro sistema cognitivo, fue la aparición de una nueva geometría con espacio que posteriormente se llamaría Newtoniano, permitió un salto en la evolución de nuestra especie. Este nuevo espacio surgió de la visión tridimensional y la posición erecta, conectándose nuestro cerebro mejor a las coordenadas espaciales. Arriba y abajo, atrás y adelante, izquierda y derecha, modificando así nuestro recién adquirido Global position systemen, nuestro lóbulo parietal y la incorporación de la geometría euclidiana al mismo. El cuerpo erguido del Homo Erectus al decender a la sabana sirvió como la aguja de la brújula para orientarse en su entorno; creando homonimias como al pie de la montaña, a la cabeza de la tribu, por delante de mi cuerpo y a la derecha de mi costado, de donde surgirían metáforas topológicas; como estoy “bajo en defensas” o “Por encima de mis expectativas”. Joseph Grady ha sugerido, que nuestro sistema metafórico se encuentra aterrizado a nuestro cuerpo en la forma de metáforas primarias. J. Feldman agrega que “las metáforas primarias le permiten a uno expresar experiencias internas o subjetivas en términos de eventos públicamente disponibles”. Todas ellas se originan en nuestro cerebro analógico el hemisferio derecho.

La perenne pregunta de cómo aprenden los niños el amplio espectro de conceptos que al interconectarse constituyen la cultura; a tenido dos niveles de contestación como lo apunta Jerome Feldman: uno simple y otro complejo, la simple implicaría adquisición paulatina de habilidades y experiencias que en tandemdaría una mayor conexión Hebiana (Donald Heb de la Universidad de McGill postuló que las neuronas que descargan sus impulsos coordinadas permanecen juntas) a los diferentes módulos cognitivos del cerebro. La compleja implicaría lo que el mismo Feldman ha denominado construcción de mapas metafóricos para la comprensión de conceptos abstractos. Esto culminaría entre los dos y cinco años de edad que de acuerdo con Howard Gardner es el momento en que los niños tienen mayor capacidad de metaforizar, incluso mayor que aquellos de seis a doce años, habida cuenta que sus abstracciones emanan casi exclusivamente de sus analogías.

¿Pero, dónde radica la metaforicidad desde el punto de vista de la incorporación a las redes neuronales de conceptos abstractos? Mi propuesta es que esta proviene de un continuo dancing entre nuevas adquisiciones sensoriales que se van permeando al hipocampo donde se integran con experiencias previas. Este dancing dependería entre otras cosas, de estados de hipervigilancia que ocurren intermitentemente. En los niños de nueve meses a tres años de edad cuando se exponen a un estimulo novel, este estado de hiper vigilancia se acentúa. Clarifiquemos esto con un ejemplo, todos hemos entrado a un elevador cuando un bebé en brazos de su mamá se nos queda viendo fijamente por segundos, concentrando en este momento su atención en forma indivisible. Sabemos por estudios de computación, que la identificación de un rostro es uno de los procesos más complicados e implica el ordenamiento de millones de informones (unidades de información). El cerebro procesa esta información en menos de un segundo, por otra parte una computadora efectúa este procesamiento en un tiempo muchísimo mayor, por que utiliza algoritmos no competitivos y no lo hace por procesamiento analógico para lo cual esta inadecuadamente preparada. Regresemos al concepto de dancingque: depende del foco de atención que como un biestable o báscula actúa desambiguando la información que recibe el cerebro. Nociones abstractas como causalidad, jerarquía, orden, etc. requieren de categorización que la experiencia ha acumulado en nuestro cerebro, sobre estas camina en tandemel, procesamiento visoespacial que continuamente recibimos. El concepto de mapeo metafórico requiere de la existencia de metáforas que yo he denominado básicas y que Zeltman y Zeltman denominan profundas. Estas metáforas como lo han mencionado dichos autores son independientes de antecedentes culturales, educación, religión, edad y género y son: control, recursos, conectividad, contenedor, viaje, transformación y balance. A estas yo he agregado tres más: construcción, destrucción y trascendencia (ver Cuadrivio).

Mi propuesta incluye además, que estas metáforas básicas formen un inconsciente personal que puede hacerse cultural cuando una población las adopta en su mapeo metafórico pero solamente, si hay complicidad de la sociedad. Cuando hablamos en particular de espacio-tiempo y deseamos incluir estas metáforas básicas como substrato de nuestro lenguaje coloquial, reafirmamos los vínculos que existen entre el condicionamiento mental y el sustrato metafórico. Un poema de José Saramago, en su primer libro, Las Pequeñas Memorias nos describe como el tiempo lineal se desata de un ovillo circular.

Del ovillo enmarañado de la memoria, de la

Oscuridad, de los nudos ciegos, tiro de un hilo

que me aparece suelto.

Lo libero poco a poco, con miedo que se

deshaga entre mis dedos.

Es un hilo largo verde y azul, con olor a cieno,

y tiene la blandura caliente del lodo vivo.

Es un río.

El ovillo en la memoria del poeta aún en ciernes (este protopoema lo produjo Saramago a los dieciséis anos) y el hilo largo verde y azul nos recuerda la metáfora del tiempo de Heráclito. Atestiguando una vez más como de la madeja sintáctica sobresale el significado. Probando una y otra vez que las metáforas básicas son la materia prima para la creatividad poética y musical.

Como colofón podemos decir que nuestro origen bicultural en Mesoamerica y Oriente, España y Occidente han generado un cambio seminal en la construcción de lo que se llaman sistemas expertos modulares que operan en el cerebro. Éstos estudiados mediante la rama de la inteligencia artificial, denominada neurocomputación, nos han permitido aprender ciertas actividades durante la evolución y desechar aquellas que no tienen valor de supervivencia. Todo lo anterior ha producido un gran cambio en nuestro andamiaje cerebral que como consecuencia de nuestro mestizaje traslapa un tiempo circular de nuestro disco duro (Hard Ware) de 6 000 años de antigüedad (hombre de Tepepan) con un (SoftWare) tiempo lineal que nos fue impuesto por los españoles hace apenas 500 años. Consecuentemente el tiempo, sin duda el recurso más preciado no renovable, lo manejamos los mexicanos en forma displicente, como se hace patente en nuestro lenguaje coloquial cuando decimos, espérame un segundo, en un minuto llego, lo arreglamos en una hora, etc. Nos dice el padre Clavijero que vivió con los mexicanos a mediados del siglo XVIII. “Son lentos en sus operaciones y de una flema imponderable que necesitan de tiempo y de prolijidad ¨.

Estos desfasamientos hablan de una lucha interna que deviene en una ligereza conceptual sobre el presente y en una percepción surrealista que hemos adoptado los mexicanos respecto al tiempo y al punto final de nuestro tiempo personal, que no es otra que la muerte.

La interacción cultural expresa de modo conjunto las propiedades fundamentales de nuestra identidad que transita del individuo a la familia y de ésta a la sociedad generando una nueva realidad en el desarrollo de la comunidad o comunidades originales. Las nuevas conductas adoptadas entre las culturas involucradas y cómo inciden éstas sobre nuestras estructuras cognoscitivas forjarán los nuevos patrones culturales como resultado de la interacción entre ellas. Estos patrones son lo que llaman los psicólogos evolutivos reglas epigenéticas que modificaran nuestras potencialidades genéticas en el proceso evolutivo. El que estas dos concepciones del tiempo se hayan mezclado en nuestro cerebro y adaptado a una tercera cultura emergente, implicaría sincretismos que abarcan lo secular y lo religioso.

El mexicano llega a destiempo no por carencia de virtuosismo sino por un avasallamiento similar al que ha sido sometido por centurias, el cual se manifiesta en un acto de rebeldía, que termina por tratar inconcientemente de establecer un vasallo en cada reunión. Lo que implica que el que tiene más poder o más complejos siempre llega tarde.

Existen otras percepciones disfuncionales del tiempo y cuando abrevamos en los dichos populares que son el verdadero trasfondo del inconciente grupal de las culturas nos percatamos de cuan diferente es esta apreciación entre nosotros y nuestros vecinos allende el Bravo. Con que frecuencia oímos en nuestro lenguaje coloquial, “te puedo robar un momentito”, por otra parte en nuestro vecino del norte el concepto es totalmente diferente time is Money. En la primera concepción, el tiempo no vale nada y hasta con “anuencia” del que va a ser robado de su tiempo, se le despoja del mismo. En la segunda acepción el tiempo está valuado en dinero que es trabajo que es a su vez esfuerzo. Si un tercero examinara estas dos proposiciones se daría cuenta que están ubicadas en extremos irreconciliables. Es por eso que el progreso que han observado ambas sociedades es tan asimétrico. Parecería que al mexicano el tiempo no le cuesta ni esfuerzo ni trabajo ni mucho menos dinero, como colofón de esta disparidad citaremos la frase de Albert Einsten: “lo que no cuesta no tiene valor”.

Esta disfuncionalidad pudiera habernos dotado de un gen cultural la Cronoclasia, que explicaría nuestra impuntualidad y desprecio a la formalidad, y nuestra muy particular concepción de la muerte y, por ende, su contraparte la vida. La muerte representada iconográficamente por la calavera y su versito asociado, le ha permitido a todos los mexicanos, criticar satirizar e ironizar a los poderosos y notables que al darlos por muertos no los está criticando en vida. El fatalismo nos encasilla en un determinismo del cual no tenemos medios para defendernos generándonos a la postre una tragedia cultural. Esta desgracia cultural ocurrió también en China a través de la influencia del libro de los cambios I Ching: (El cambio que es incambiable). Esta filosofía propició un desarrollo rígido que postró a China en la inmovilidad durante la dinastía Hun y fue recogida después por el escritor Italiano G. Tomasi de Lampedusa en su famosa frase “algo debe cambiar para que todo siga igual” que se ha exportado al mundo como el “gatopardismo”. Nuestra peculiar forma de utilizar en futilezas el tiempo, proviene de un desliz transhistórico que por falta de acoplamiento al tiempo lineal de Occidente nos ha impuesto el tiempo quebrado, que intermitentemente se manifiesta a la vez en ciclos y en caminos unidireccionales, perpetuando así las fuerzas de la tradición en contra del cambio.

He de confesar mi ilusión y mis esperanzas para que se dé un cambio en el mexicano de “este lado”, pues cuando me he encontrado con ellos en “el otro lado”, los he visto entregados con pasión a la eficiencia norteamericana, desempeñando muchas veces trabajos rudos en hoteles restaurantes y departamentos con una nueva actitud. Habían aprendido la puntualidad imperativa del tiempo lineal, y no solo llegaban a tiempo sino que entre los extranjeros de muy diversas latitudes eran los más aplicados en su trabajo. ¿En donde pues radica la falla cultural? Aunque la respuesta no es simple considero que tiene niveles. En primer lugar la complicidad social avalada por la mayor parte de nuestras débiles y corruptas instituciones así como poderes lácticos, tales como la gleba burocrática, sindicatos y grupos delictivos. En segundo lugar las inercias tradicionales que ven con franca animosidad, aquellos que tratan de hacer las cosas bien cumpliendo cabalmente con sus obligaciones que incluye entre otras llegar a tiempo.

¿La pregunta obligada es qué ocurre, para que se dé el transplante cultural del mexicano en otras geografías, y lo despojé de estos vicios? La contestación sigue siendo elusiva; pero es probable que dependa de que exista un Tiping Point donde las culturas cuando evolucionan en las sociedades abiertas, y dónde sus actores son libres, empiezan a esterilizar esos gérmenes deletéreos que se habían injertados en sus mentes y que llamamos prejuicios, que son en última instancia estereotipos negativos como lo ha mostrado la Dra. Benaji en la Universidad de Harvard.

Las sociedades buscan no estancarse y eso empuja a sus culturas a niveles de mayores logros basada en actitudes y valores acordes con ese proceso evolutivo. Sin embargo, el individuo y la sociedad donde se encuentra inserto pueden entrar en una hibernación conformista y estancarse en una especie de parálisis por no querer tomar los riesgos y deshacerse de esos prejuicios que pueden ocasionar pérdidas irreparables. Tomemos por ejemplo los índices de desarrollo humano (IDH), un parámetro elaborado por las Naciones Unidas que Incluye esperanza de vida, alfabetismo y PIB (per capita), el más bajo de todos ellos lo tenia Haití antes del sismo del 12 de Enero del 2010 y se ubicaba en un nivel de O.532., En un reciente articulo de Daniela Rea y Silvia Garduño nos dice que existen en México 54 haitis con un IDH por debajo al de Haití que se encuentran en 22 demarcaciones de Oaxaca , l0 de Chiapas, 9 de Guerrero, siete de Veracruz, dos de Puebla y uno de Jalisco, Nayarit, Chihuahua y Durango respectivamente. Estos municipios son mayoritariamente indígenas, tienen un índice de analfabetismo de 50% muchos son náhuatl parlantes solamente y en ellos viven aproximadamente 640 000 personas. Ahora bien, si a los dos municipios de Puebla con esos índices se le diera a trabes del programa oportunidades cinco millones de pesos para construir 25 escuelas primarias de 200 mil pesos cada una, se generarían mas empleos y se alfabetizaría 35 por ciento de esa población analfabeta. Esos cinco millones de pesos en lugar de gastarlos Javier Garcia Ramirez, el Secretario Desarrollo Social del “gober precioso” de Puebla, en comprarle un Ferrari de 350 mil dólares a su hijo de l5 años con nuestros impuestos, si hubieran sido utilizados correctamente hubieran elevado el IDH de esos misérrimos municipios a 0.789 que es la media nacional.

Desde el punto de vista neurofisiológico la conciencia actúa como el portero del curso del tiempo y del estado de vigilia que al mismo tiempo interpreta el entorno en el cual vivimos; esta es nuestra realidad externa que debe ponernos en sintonía con nuestros sistemas cognoscitivos internos. Cuando estas dos realidades están en disonancia todo puede ocurrir, es por eso que el mexicano vive en una irrealidad de su propio tiempo y del uso que le da, lo cual lo hace proclive al ocio y a la cronoclasia o sea la destrucción de su tiempo. Es necesario decir que el tiempo al tener una tramoya manejada por nuestro cerebro, es influido y termina por arraigarse en nuestro sistema cognoscitivo como circular, lineal o quebrado. Esta situación se perpetúa por el reforzamiento, que forma parte del proceso de condicionamiento esencial para el aprendizaje. Estos reforzamientos pueden fomentar la actitud perezosa con que el gran filosofo mexicano Antonio Caso singularizaba a nuestra vertiente indígena, que al ayuntarse con la actitud soberbia del español terminó por generar una soberbia pereza.

Nuestra realidad etnográfica nos muestra que ante la desconfianza de todo y todos, el mexicano se agazapa en un inmovilismo que permea en lo familiar y hasta lo político y es por eso que la tradición en nuestro pueblo siempre ha llevado la delantera, sobre el cambio. La cronoclasia como una forma de violencia al igual que lo es la pobreza, nos vuelve desdeñosos y desinteresados por el tiempo. Si Shumpeter nos alertó sobre la destrucción creativa nosotros hemos domesticado la destrucción pasiva del tiempo. Con ello mantenemos el inmovilismo que constriñe oportunidades y descarrilan metas. Por eso estamos conformes con el ya merito y posponemos todo para ver si a la otra llegamos. Nuestro caos no parece ordenarse y la dispersión es más fuerte que la unificación, por eso nuestras metas fallidas en lo individual y lo colectivo nos han dejado la triste herencia de dejar todo para después, para ese mañana que al llegar se pospone por la siguiente y así sucesivamente. La cronoclasia impide que avancemos porque no le hemos dado el verdadero valor al tiempo.

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