De la Utopía Ilustrada al Mundo Actual

 

A través de la Historia se puede encontrar la idea de lo utópico como la expresión de la felicidad eterna y como algo que se ha perseguido durante toda la existencia de la Humanidad. El concepto está presente en todos los mitos y religiones, tanto en las versiones del origen de la existencia como un paraíso inicial, como en la versión del premio final que se vincula con la eternidad, la paz y el bienestar. De modo que se logra la distinción entre los dioses y los seres humanos y entre la bondad y la maldad.

 

En su decálogo de La República, Platón describe la utopía de un Estado ideal basado en la justicia, dirigido por gobernadores sabios, defendido por valientes guerreros y constituido por ciudadanos que trabajan como artesanos y agricultores. La vida de estos ciudadanos está dedicada al trabajo y al goce austero de la vida. No existe la propiedad privada, hay esclavos para realizar labores sucias y la estructura del Estado es un comunismo basado en la razón.

 

En las utopías posteriores y en particular las creadas por el cristianismo se enfatiza el rechazo a la propiedad privada por ser el principio de todos los males (San Agustín) y la idea de la convivencia en comunión y democracia. En el curso de la Historia, las utopías adquieren un valor especial durante los períodos de crisis, como una especie de recuperación del rumbo, del sentido de la evolución humana y de la vida misma.

 

Todas las grandes revoluciones y las guerras por la independencia fueron inspiradas en las utopías de la libertad y la igualdad. Mientras que los sistemas capitalistas y socialistas fomentaron el debate entre dichas utopías. Con ello puede detectarse la idea de diferentes versiones y de distintos significados a través del tiempo. De donde se pueden derivar dos diferentes tipos de utopías: las clásicas y las actuales.

 

En las utopías clásicas se buscaban las condiciones ideales para alcanzar la felicidad y la plenitud en el ser humano que vive en sociedad. Desde Tomás Moro, la utopía adquiere el significado de una especie de isla donde se propician todas las condiciones para lo ideal y se logra la felicidad plena. Impresionado por las narraciones de Américo Vespucio sobre la isla de Fernando de Noronha que fue descubierta por los europeos en 1503 consideró que en esta misma isla se podría construir una civilización perfecta.

 

La utopía era la de una sociedad comunal, racionalmente organizada, donde las cosas y los bienes serían propiedad colectiva y no individual. Las personas pasarían su tiempo libre en la lectura y en el arte, pues no serían enviados a la guerra, excepto en situaciones extremas, por lo tanto, esta sociedad viviría en paz, con felicidad, justicia y plena armonía de intereses. Además de la utopía, el relato de Moro contiene un poderoso mensaje de crítica hacia los regímenes que gobernaban en Europa durante esa época de principios del siglo XVI.

 

De la obra de Moro se derivaron otras aportaciones como las de Morris, Rosseau y Owen, los socialistas utópicos, los mesianistas activistas y los místicos individuales y colectivos. Luego esto se derivó en algo concerniente a la estructura de la naturaleza humana que se rebelaba en contra de la insatisfacción, la angustia y la desventura, donde Nietzche surgió como el principal utopista de la época, concluyendo que la pasión del ser humano dominaba a su racionalidad.

 

En el siglo XVII los pensadores de la época reclamaron con insistencia a los gobiernos que se tomaran medidas públicas que facilitaran el logro de ese bienestar individual y colectivo, ya que según ellos esa condición era intrínseca a la naturaleza del hombre. Poco después se comprendió que la salud era un ingrediente básico de la felicidad, por lo que los Ilustrados exigieron su promoción y la protección para sus gobernados.

 

Sea cual fuese la razón por la cual todas las naciones progresistas de la época emprendieron acciones en el área de la salud pública para dicha de sus gobernados. En resumen, la vinculación entre felicidad, bienestar y salud fue establecida primero por los intelectuales y luego se transfirió al plano político. Su inspiración se hizo a través de las obras de la Política Médica, donde se destacaba la importancia de la salud pública y su vinculación con la prosperidad de la población. Y se consideraba como ‘la principal base del poder y de la felicidad de los Imperios’.

 

De modo que en ese momento el asunto médico-sanitario se incorporó con gran rapidez al nuevo modelo de sociedad que se estaba gestando. A lo largo del siglo XIX, gracias a la participación del gobierno central distintas instituciones y organismos de prevención pasaron a formar parte del Estado. No obstante no hubo todavía un cambio de fondo en el modelo de Estado liberal-benefactor para llegar al Estado actual.

 

Pero eso no se logró sino hasta cuando hubo una serie de cambios radicales: en primer lugar los originados por la Revolución Industrial que generó muchos fenómenos sociales inéditos, como el aumento de ancianos, de incapacitados y la inseguridad laboral que generó una pérdida de cohesión social. En segundo lugar se consolidó un modelo económico neocapitalista de la mano de John Keynes, quién buscaba mantener el empleo mediante el juego de la oferta y la demanda, organizando un férreo sistema impositivo e invirtiéndolo en gasto público. También se modificaba la función clásica del ahorro en favor de un mayor consumo dirigido y formulado por el Estado. Más la creación de un sistema de seguridad social para liberar al trabajador de sus preocupaciones básicas, como el desempleo, la enfermedad o el retiro. Se creía que el excedente ahorrado, además de realizar estas funciones se incorporaría rápidamente al flujo del consumo.

 

En tercer lugar hubo un cambio en la evaluación de la pobreza que se consideraba como un castigo merecido a la molicie y a la incompetencia. A medida que la riqueza generada permitió resolver las necesidades básicas de los pobres dejó de culparse a los desempleados, a los fracasados y a los vagos, sustituyendo el concepto de la caridad por los de equidad y justicia social.

 

Por último surgió el propósito de reducir los conflictos sociales y dejaron de existir los reclamos revolucionarios en los países capitalistas que existían desde 1848 hasta después de la Segunda Guerra Mundial y se puso en marcha una serie de medidas gubernamentales que lograron contener legalmente las demandas ciudadanas.

 

Como consecuencia surge el Estado de Bienestar y se convierte en un modelo social adoptado por la mayoría de los países capitalistas liberales, reconociendo abiertamente su responsabilidad frente a diversas demandas populares. Este compromiso tomó una dimensión de carácter universal y se expresó en dos líneas de acción básicas en el Estado: a) el logro pleno del empleo para todos o al menos para la gran mayoría y b) la provisión pública de una serie de servicios básicos para el sostenimiento de un mínimo nivel de vida, sobre todo en la educación, la vivienda, las pensiones, las ayudas familiares y la asistencia sanitaria.

 

Ya en el siglo XX las utopías son más realistas, aparecen mezcladas con la Historia y aprovechan las conexiones con la ciencia y la tecnología para llevar a un dominio más racional de la naturaleza y de la sociedad. Habermas cree que las utopías sociales mezcladas con la Historia que forman parte de las controversias políticas desde el siglo XIX despiertan expectativas más realistas, posibilitan la conversión de sueños en realidades y sobre todo favorecen la emancipación del ser humano. Aunque nadie sabe aún como funcionará la sociedad humana en el futuro inmediato.