Desde una visión histórica admitida por la gran mayoría de quienes estudian los fenómenos sociales de Occidente, la primera etapa de la Revolución Industrial se ubica a principios del siglo 19, con la utilización de la máquina de vapor y la mecanización de las actividades productivas con el uso de nuevas fórmulas alternativas de energía, donde destaca sobre todas la electricidad. Hubo entonces grandes migraciones de los pobladores de la sociedad rural hacia las zonas urbanas donde se habían instalado las fábricas, por lo que se generó un caos urbano sin precedentes. Como nadie previó tanta población en las ciudades, éstas carecían de la infraestructura necesaria para la convivencia de cientos de miles de habitantes, por lo que se generó un hacinamiento de personas sin los más elementales servicios de seguridad, salud y educación elemental.
La rica burguesía descendiente de las actividades comerciales decidió entonces invertir sus capitales en la industria y la sociedad de entonces, principalmente en Inglaterra, Alemania y Francia transitó de la injusta estructura social que había generado la monarquía a una nueva sectorización de la población urbana donde surgió la denominada ‘clase proletaria’ que sobrevivía en condiciones infrahumanas. Fue hasta mediados del siglo 19 (1847) cuando Marx y Engels diseñaron el primer organismo sindical que defendía los derechos elementales de los obreros e intentaba crear una especie de responsabilidad de los empresarios hacia las personas que empleaban debidamente consignada en las normatividades legales del Estado. Esta primera etapa de la Revolución Industrial se considera liquidada con la hambruna de principios del siglo 20 y con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.
Desde fines del siglo 19, este fenómeno de la Revolución Industrial había cundido hacia los Estados Unidos, con la relativa ventaja de que no existía un estado con estructuras monárquicas, por lo que el fenómeno social tuvo efectos muy diferentes a los de los países de Europa. El Estado derivado de una complicada mezcla entre la mitología creacionista de los primeros emigrantes del Reino Unido y las creencias absurdas de la francmasonería apoderada del más alto liderazgo político generaron un Estado ‘sui generis’ en la historia de la civilización humana. De modo que a pesar de sus complicadas estructuras mesiánicas con un dios extra bíblico que los había seleccionado como guías eternos de los destinos del mundo, en los hechos se convirtieron en el Estado más exitoso del mundo y en una sociedad paradigmática donde las condiciones de vida de sus habitantes eran y continuan siendo superiores a las del resto de las naciones del Planeta. Esto generó un proceso de inmigración permanente desde todas las naciones del mundo durante el siglo 20 que aun es vigente en lo que va del siglo 21
Quizá el momento más crítico de esta nación, guía del mundo, fue después de la crisis producida por la Primera Guerra Mundial, cuando el Estado Norteamericano quedó sin recursos y tuvo que recurrir a la élite de grandes empresarios para financiar su operación administrativa durante largos años. Aunque el presidente Hoover nunca pudo resolver este problema de falta de recursos del Estado, el Presidente Roosevelt lo logró con el ingenioso mecanismo del ‘New Deal’ que generó los empleos necesarios para subsistir en la clase media y trabajadora, mientras se lograba la reactivación de la economía industrial, después de la virtual destrucción de gran parte de Europa en la Segunda Guerra Mundial. El suministro de alimentos y servicios después de la Segunda Guerra y el proceso de reconstrucción de sus infraestructuras agrícolas, de sus ciudades destruidas y de todas sus vías de comunicación y transporte permitieron una segunda fase de la revolución industrial en los Estados Unidos, hasta llevarlo a la cúspide de su desarrollo en los años noventas, cuando alcanzó el más alto porcentaje de operación en sus plantas industriales.
La caída estrepitosa del socialismo real en la Unión Soviética, en Asia y en los países de Europa Oriental hacia fines de los ochentas generó un efecto inesperado y paradójico, ya que mientras destruyó la estructura de la economía productiva en los Estados Unidos, canceló su negocio millonario de las guerras estratégicas lejos de su territorio y orientó la aplicación de sus capitales hacia los paraísos fiscales y la especulación financiera, destruyó en Europa Oriental a sus principales naciones socialistas, mientras en China se iniciaba un gran imperio con la insólita mezcla de los mecanismos represivos del viejo comunismo y los sofisticados y engañosos métodos del nuevo capitalismo financiero global creado por los Estados Unidos. Iniciando en esta forma una nueva etapa de la civilización humana donde ya ha cambiado por completo la naturaleza de sus funciones sociales superiores.
No hay duda de que la revolución digital es el elemento clave de todos estos cambios en la sociedad y de la falta total de certeza en el camino que seguirá la civilización humana. Desde el momento en que apareció la comunicación instantánea y la representación del poder político, el económico y aún del arte y de las emociones del ser humano, se observa que todos los eventos pueden ser distorsionados de inmediato mediante la manipulación de los medios digitales. Ahora mismo, la civilización humana es totalmente diferente a la que existía hace poco más de una década. Ya no existe la menor idea de lo que sucederá el día de mañana con la política, la religión y el arte que durante más de dos milenios han sido las tres funciones superiores del ser humano.
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