En todo el mundo aumenta la ira contra las instituciones microfinancieras. En junio, miles de mujeres en la India se manifestaron contra el acoso de las organizaciones de microcrédito, hasta el grado de que algunos pidieron permiso para suicidarse, ya que el suicidio es ilegal en la India.
En el norte de Kiruguistán, a miles de kilómetros, en abril docenas de mujeres con pañuelos negros se atrincheraron en un edificio administrativo con latas de gasolina y amenazaron con prenderle fuego si sus acreedores no les daban un respiro en sus cobros. Lo mismo sucedió en Sri Lanka en el mes de mayo para exigir al gobierno controlar la ‘esclavitud de microcrédito’.
Con la crisis del Covid-19 los riesgos de endeudamiento han aumentado. De los 140 millones de microcréditos en todo el mundo, el 80% de los cuáles son mujeres y su importe pendiente se estima en 124,000 millones de dólares.
La mayoría de los usuarios de microcréditos trabajan en el sector informal, dice Martha Chen, cofundadora de la red de trabajadores informales de Wiego, ya que los prestatarios privados de ingresos se han sumido en una gran deuda a niveles alarmantes.
Según una encuesta realizada entre julio y noviembre del 2020 entre 18,000 clientes de microfinanzas por la firma de investigación 60 Decibels, el 84% de ellos han visto deteriorada por completo su situación financiera.
Y esta situación se extiende por todo el mundo, sobre todo en los países más pobres.