Como ser millonario

 

Desde que Adrián terminó su carrera profesional de Ingeniero Químico, su inclinación por todas las expresiones del arte conocidas por él y su manifiesta ideología de izquierda conciliadora que lo condujo hacia el liderazgo de diversos organismos estudiantiles durante su etapa universitaria, determinaron que todas sus solicitudes de trabajo fuesen rechazadas en las grandes empresas regiomontanas de los años sesentas, donde las inclinaciones por el arte en las personas del género masculino eran consideradas como manifestaciones de una personalidad débil y con proclividad homosexual, mientras que las ideologías de izquierda eran temidas y meticulosamente combatidas y evitadas mediante la creación de sindicatos privados, cuyos dirigentes eran seleccionados por los empresarios y proporcionaban mucho mejores servicios sociales a los trabajadores que los organismos sindicales libres e institucionales.

Después de ese relativo fracaso, durante varios meses Adrián experimentó una maravillosa aventura por la zona montañosa de los ‘altos’ de Jalisco y de Zacatecas dónde se dedicó con gran éxito inicial a la comercialización de un mineral de estaño llamado ‘casiterita´ que era obtenido por un simple proceso mecánico de filtración y sedimentación gravimétrica de ciertas rocas de la montaña. Esta laboriosa práctica la habían heredado desde hacía muchos años, los nativos de esa agreste región y se reunían en pequeños campamentos en plena sierra para purificar el mineral. Adrián los visitaba con frecuencia y adquiría el mineral a un precio que fluctuaba entre los dos y tres pesos, los pagaba en efectivo y los cargaba en su pequeño ‘jeep’ de doble rodada que podía acceder por los tortuosos caminos de la sierra hasta los campamentos de los mineros quienes preferían vender su producto ‘in situ’ a dos pesos que ir a negociar un precio de cuatro o cinco pesos en la ciudad de Zacatecas o en otros pueblos aledaños, ya que los viajes se hacían en mulas y significaban varios días de caminata más los comestibles necesarios que eran equivalentes o inferiores al precio que recibían en sus campamentos. Como los mineros más activos apenas lograban acumular 40 o 50 kilos de casiterita en una semana, sólo uno de ellos llevaba la carga en un par de mulas a los escasos lugares donde había compradores, mientras los demás se quedaban trabajando en los chorreaderos de la sierra, ya que un animal de carga solo soportaba hasta 200 kilogramos en el lomo para poder transitar sin riesgo de despeñarse por las estrechas veredas de las panduras de la sierra.

En tres o cuatro días consecutivos de trabajo intenso en la sierra, Adrián lograba cargar su pequeño ‘jeep’ con 500 o 600 kilos de casiterita y los iba concentrando en la hermosa ciudad de Jerez, Zacatecas, donde había instalado su vivienda que a la vez era su oficina y su lugar de acopio de mineral. Después de dos o tres semanas de viajes a la sierra sin descanso, Adrián lograba completar la carga de una camioneta con capacidad de dos toneladas y trasladaba el mineral hasta San Luis Potosí para entregarlo en una planta productora de estaño que se lo adquiría desde 10 hasta 12 pesos el kilogramo. Por esta razón, en el transcurso de solo unos cuantos meses ya había acumulado un capital cercano a los 300 mil pesos, a pesar de la vida dispendiosa que llevaba durante los fines de semana. En esa época de los inicios de los años sesenta, esa cantidad de dinero significaba una gran fortuna para una persona, como Adrián que pertenecía al entonces amplio sector de la clase media baja.

Adrián sabía que con esa cantidad de dinero podría realizar su sueño de siempre de llegar a ser un empresario pequeño, pero totalmente independiente. Para su desgracia, las circunstancias cambiaron su plan de un día para otro, cuando en una de sus frecuentes parrandas en los prostíbulos zacatecanos de mayor jerarquía se encontró con un rico comerciante acaparador, quién al enterarse de sus actividades le ofreció comprarle todo el mineral que lograse reunir en los siguientes cuatro meses, a un precio cercano a los treinta pesos por kilogramo, ya que estaba enterado de que dicho metal iba en aumento constante por su alta demanda en la Guerra de Corea, pero obviamente no se lo mencionó al joven Adrián, quién hizo un trato verbal ‘de hombres’, como se acostumbraba en esa época y se lanzó a la sierra para conseguir casiterita y ahora revenderla a 30 pesos por kilogramo al rico acaparador.

Motivado por la inmensa alegría que causaría esa noticia en su casa paterna, más el obvio estímulo a su vanidad de joven, Adrián ya no volvió a Zacatecas en los siguientes tres meses, durante los cuales había acumulado poco más de 20 toneladas de mineral en un terreno baldío de Jerez. Hacía las cuentas de los 300 mil pesos que tenía y los sumaba con los 600 mil adicionales que significaría la venta de esas 20 toneladas al rico comerciante zacatecano. Al pensar que estaría ya muy cerca de un millón de pesos decidió ir a Zacatecas para adelantar el negocio que ya había sido acordado ‘de palabra’

Después de una larga sesión en los ´baños de vapor´ de Jerez, vistiendo sus mejores galas, Adrián partió hacia Zacatecas a donde llegó después de un agitado y polvoriento viaje. Su potencial comprador estaba puntual en el lugar donde se había concertado la cita por la vía telefónica. En su rostro había un rictus de alegría que parecía mezclarse en momentos con una mueca burlona. Adrián se apresuró a saludarlo y a decirle que había tomado la decisión de venderle la totalidad de su mineral acumulado en sólo tres meses, ya que estaba ansioso de regresar a Monterrey y darles la sorpresa a sus padres de haber ganado un millón de pesos a los 21 años de edad.

En ese momento el gesto de burla superó al de alegría cordial en el rostro del comerciante especulador y sin dejar de sonreír le dijo a Adrián que el acuerdo continuaba en pie, sólo que ahora solo pagaría dos pesos por kilogramo de mineral, ya que hacía unos días se había comunicado por la prensa internacional que la Guerra de Corea había terminado y el Gobierno de los Estados Unidos estaba ofreciendo varios miles de toneladas de estaño puro a un precio inferior a seis pesos mexicanos. Ante la cara de asombro de Adrián, el acaparador sacaba 40 mil pesos en efectivo del interior de su chaqueta, mientras le mostraba dos ejemplares de periódicos nacionales que habían publicado la noticia de la brutal caída de los precios del estaño en el mundo debido a la terminación del conflicto bélico en Corea.

En ese momento la situación financiera de Adrián se complicó mucho, ya que había contraído créditos muy costosos para comprar dos vehículos de transporte, había empleado gran parte del capital ahorrado para asociarse con un empresario fundidor de metales que había huido con su dinero y aún con la liquidación de las veinte toneladas de mineral más el remate de sus vehículos de transporte, apenas le alcanzó para comprar un boleto de autobús de Praxedis Guerrero en la ruta Zacatecas-Monterrey cuando todavía era una carretera de terracería muy polvorienta hasta llegar a la ciudad de Saltillo. Casi doce horas después de salir de Zacatecas, Adrián regresó a su ciudad natal con la ropa y la cara cubiertas por el polvo del camino, un billete de cinco pesos en su bolsa y una cajetilla aplastada de cigarros Delicados.

Cuando iba entrando a su casa familiar, su padre se le quedó viendo con una mirada descalificadora, mientras le decía: ya ves que no es fácil ser millonario, para lograrlo no solo se requiere de mucho trabajo y de suerte, sino que tu familia o tus parientes te hereden un capital importante, o hacerle como algunos de los ricos de Monterrey que para poder heredar tuvieron que matar a sus socios y parientes.

(Imagen tomada de Internet / Derechos reservados por el autor)