A partir de 1950, el poderoso mecanismo de transmisión del poder instalado en el cine de Hollywood desapareció de la mente colectiva de los mexicanos a todos los iconos de la cinematografía que los gobiernos post revolucionarios de México habían tratado de instalar en la mitología popular. Pedro Armendáriz, el Indio Fernández, Jorge Negrete y Pedro Infante fueron desplazados rápidamente por John Wayne, Burt Lancaster, Kirk Douglas y Rock Hudson, mientras las sufridas y azotadas mexicanas, como Dolores del Río, Marga López y Rita Macedo fueron olvidadas frente a las bellas y alegres actrices de Hollywood de los años cincuentas, como Marilyn Monroe, Rita Hayworth y Doris Day.
En ese preciso momento histórico en el que Hollywood había destruido por completo los conceptos culturales de la rediviva nación mexicana, era cuando en México se hacía una apología desmesurada de quiénes tenían sangre indígena en mayor proporción que española y de quiénes eran aborígenes puros de las diferentes etnias de mesoamérica. Mas nadie pensó que en unos cuantos años más surgiría el medio televisivo, con una tecnología de transmisión del poder mucho más eficaz y económica que la cinematografía y terminaría para siempre con los escasos movimientos nacionalistas que pretendían construir una historia del País menos indigna, terminar con la discriminación pigmentaria, la secular tendencia al vasallaje y fundar una nueva nación sustentada en una cultura propia conducida por líderes políticos mexicanos.
En ese período de los años cincuentas, el joven Adrián había empezado a tomar cursos de contabilidad en una escuela nocturna ubicada en el centro histórico de la ciudad de Monterrey, a la que asistía después de la Escuela Secundaria, pero sucedió que en el camino de regreso a su casa se había instalado la primera tienda regional de Sears Roebuck profusamente iluminada y con guapas vendedoras que promovían el nuevo electrodoméstico, transmitiendo las principales noticias y eventos deportivos de los Estados Unidos en los aparatos de exhibición que podían verse a través de los aparadores que llegaban casi al nivel de la banqueta. Ahí permanecía Adrián observando de pie los programas de la televisión americana, hasta que la transmisión terminaba a las 11 de la noche, mientras la iluminación de los aparadores de la tienda permanecía funcionando durante toda la noche. Sin percatarse Adrián, como la mayoría de los regiomontanos había entrado en la etapa del ‘homo videns’ que habría de permanecer como sistema de transmisión del poder, hasta fines del siglo 20, cuando surgió la hipermedia.
La gran ventaja que ofrecía el medio televisivo era su facilidad para entrar en la vida privada del individuo con un concepto de la realidad similar al del cine que se recibía en grupo. De modo que en un corto período de tiempo impuso a los mexicanos la misma visión del mundo de los americanos y de los propietarios de las empresas televisivas, mediante la programación de historias manipuladas de la vida doméstica mexicana, de clásicas películas de Hollywood, de series televisivas norteamericanas, principalmente de vaqueros, de simpáticos espías y de soldados; además de eventos deportivos, de noticieros y de reiterativos temas publicitarios que lograron en muy poco tiempo, un control total de la mente colectiva de la sociedad mexicana. Fue entonces la culminación de la época conocida como ‘homo videns’, cuando los poderes fácticos determinaron por completo los nuevos paradigmas de la sociedad mexicana y le impusieron, sin que lo advirtiera, una particular visión de la realidad que estaba inspirada en la absurda mitología norteamericana que contenía fuertes dosis de creacionismo, maniqueísmo y mesianismo a un mismo tiempo dentro de una feroz xenofobia.
Adrián, como todos sus contemporáneos, pensaba que su visión del mundo no había sido manipulada por los medios de comunicación masiva y conservaba sus principios fundamentales derivados de su cultura humanística, de su firme ideología de izquierda progresista y de su involucramiento en la producción artística, particularmente de la arquitectura, las artes plásticas y los géneros literarios. Pero la realidad era que hacia fines del siglo 20, toda su vida y la de su segunda generación familiar habían aceptado una visión del mundo y un futuro donde se imponían por completo los paradigmas de la sociedad norteamericana y se vislumbraba un futuro bajo el control total del imperio norteamericano, sin posibilidad alguna de rescatar al México Profundo de los años cincuentas, cuando surgieron las primeras generaciones de clase media mexicana que Carlos Fuentes celebró en su magistral obra intitulada ‘La Región más Transparente’.
A pesar de que la influencia del cine de Hollywood y el largo período del ‘homo videns’ que derivó de la irrupción del medio televisivo en la sociedad mexicana de los años sesentas; estas dos formas de transmisión del poder ya forman parte del pasado remoto en la vida de Adrián. Ahora mismo en plena ‘sociedad digital’ la visión del mundo no ha cambiado gran cosa y aun pretende conservar el dominio de los grandes capitalistas sobre el resto de la sociedad humana, utilizando un nuevo mecanismo de preservación del poder político mediante la aplicación de maniobras legales en todas las acciones del Estado que se hayan relizado al margen de la ley y la reiteración permanente de esa legalización en las redes sociales y en los demás medios de comunicación masiva. Según los más prominentes mediólogos, el dominio ejercido a través de la imagen televisiva ha sido desplazado por el mundo del lenguaje digital de donde derivan las redes sociales.
Adrián sonríe cuando sus nietos le preguntan porqué no acostumbra usar ropa ‘de marca’ y recuerda con nostalgia las noches en que parado frente al aparador de Sears Roebuck observaba la serie mundial de Yankees y Dodgers, cuando sólo había un jugador de raza negra en toda la organización del deporte símbolo de los Estados Unidos, mientras calculaba cuando podría adquirir su primer pantalón americano marca ‘Lee’ que también se exhibía en un aparador contiguo al de los televisores.
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