Apenas había dejado de ser un adolescente cuando Adrián empezó a sufrir la rebelión desenfrenada de sus hormonas. No había un momento del día y menos aún durante la noche en que la vida de Adrián no estuviese catalizada por una desmedida pasión por la actividad sexual. Desde que amanecía podía advertir la aún líquida presencia de los residuos de sus orgasmos nocturnos y se dirigía de inmediato a la regadera para darse un baño tonificante con agua fría que le despertaba por completo y le permitía prepararse para un frugal desayuno y la inminente salida de su casa paterna rumbo al colegio donde trabajaba como maestro ‘free lance’ durante las primeras horas de la mañana. De ahí se dirigiría a la Facultad de Ciencias Químicas donde era estudiante de la carrera de Ingeniero Químico.
Ahí estaría largas horas en el laboratorio, consumiría una torta rápida al mediodía y reanudaría sus clases hasta bien entrada la tarde. Por la noche cursaba estudios de Filosofía en la recién creada Facultad de esa especialidad y de ahí se dirigiría al maravilloso mundo nocturno de la sociedad regiomontana de los sesentas. Su condición de maestro le permitía tener unos ingresos moderados que le podían financiar esos lujos durante casi todas las noches de la semana normal de trabajo en el colegio que finalizaba los viernes. Para su facilidad, gran parte de la ‘zona roja’ de nivel intermedio estaba muy cercana a la Facultad de Química, lo que le permitía en ocasiones pernoctar en dicha escuela y hacer uso de sus instalaciones deportivas para asearse y vestirse por la mañana.
El mundo nocturno de Monterrey durante los años cincuentas y sesentas era muy limitado y casi proscrito para la mayoría de las familias conservadoras y para quienes consideraban que el trabajo era la única actividad permisible para un regiomontano genuino. De hecho, para los habitantes de Monterrey en esa época, toda la actividad nocturna de los verdaderos regiomontanos, incluyendo las fiestas privadas, las funciones de los cines y los paseos de los novios oficiales regularmente se terminaban con el silbato de las 10 de la noche que emitía la Maestranza al final de su segundo turno.
En los hechos, la actividad nocturna regiomontana se dividía en dos pequeños sectores: el de unos cuantos teatros destartalados que presentaban espectáculos musicales, circenses y comedias con artistas trashumantes que provenían de los teatros de la legua, más otro sector de lugares híbridos a los que asistían sexo servidoras que no contaban con un lugar fijo para trabajar. En otro renglón, no muy diferente, pero que contaba con la aprobación de las autoridades municipales operaban los burdeles que contaban con prostitutas de planta, quiénes recibían altas comisiones de los bares y salones de baile, mientras pagaban renta por el uso de las habitaciones donde culminaban su milenaria actividad.
En otro ámbito de la vida nocturna regiomontana existían ciertos bares donde se disfrutaba de buena música popular y se habían convertido en centros de reunión de artistas e intelectuales. Ahí transcurrían las horas de la noche entre discusiones metafísicas del género etílico, lectura de textos literarios, melodías diversas y poemas reiterativos de todo género. La gran mayoría de los artistas e intelectuales de ese período de los años sesentas admiraban el romanticismo y la modernidad literaria, con una especial predilección por la literatura francesa y rusa de finales del siglo 19 y principios del siglo 20. Disfrutaban los temas vinculados con el socialismo real de la Unión Soviética estalinista e ingerían dosis desorbitadas de bebidas alcohólicas. En el caso particular de los artistas plásticos existía una especie de predilección por los temas expresionistas de los grandes maestros de la Plástica Mexicana e inspirados por ellos intentaban el rescate del paisaje mexicano, los desnudos femeninos y la recreación de un supuesto ‘México Profundo’.
Adrián compartía algunos de los intereses de las cofradías intelectuales regiomontanas de su época, llegando a convertirse en un interlocutor y admirador de los artistas plásticos, con quiénes compartió algunas de sus experiencias y triunfos en la Ciudad de México, a dónde unos cuantos fueron convocados por los grandes maestros de la Plástica Mexicana, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Aunque los artistas plásticos fueron los que alcanzaron las mayores alturas en el panorama nacional del arte mexicano, no hubo ningún regiomontano que llegase a alcanzar los niveles de sus contemporáneos capitalinos y de otras ciudades del centro y sur de México. Quizá porque la cultura colectiva regional tenía como paradigma los mitos de Norteamérica y una visión histórica diferente a la del México mesoamericano.
A pesar de la extraordinaria labor humanística de la Universidad de Nuevo León durante las décadas de los cincuentas y sesentas, ésta fue contrarrestada por el auge simultáneo de las grandes corporaciones regiomontanas, principalmente las cervecera y la vidriera, quienes crearon la primera escuela de cultura superior totalmente tecnológica (ITESM) y finalmente impusieron una visión del mundo a los regiomontanos que no era la del México mesoamericano y correspondía totalmente a la cultura colectiva de los vecinos estadounidenses, dónde se habían educado la mayoría de los grandes industriales regios de la época.
Aunque Adrián se había formado dentro de un pequeño mundo humanístico y artístico de una ciudad muy conservadora y sentía un especial menosprecio para la pobrísima cultura colectiva norteamericana – con excepción de los extraordinarios literatos del deep south – pronto hubo de obtener su cuota de sobrevivencia fuera de la actividad magisterial y por azares del destino se volvió asalariado a nivel gerencial de una empresa estadounidense transnacional que le permitió conocer al imperio capitalista desde sus entrañas y gran parte de Latinoamérica en los años sesentas y setentas.
Al margen del evidente desdén por el arte y las humanidades, los empresarios norteamericanos proporcionaron a Adrián varios elementos de su vida cotidiana que fueron de gran valor para el resto de su vida y no existían en el mundo doméstico mexicano: el orden, la disciplina y la puntualidad. No obstante, al vivir dentro de la sociedad norteamericana por períodos prolongados pudo comprender que los grandes valores, como la libertad, la solidaridad, la honestidad y la ética son elementos que a través de los años desaparecieron por completo del escenario mitológico de los estadounidenses. A principios del siglo 20, el extraordinario comediante Groucho Marx definía con una fuerte dosis de humor negro al pensamiento colectivo de los norteamericanos: ‘Honestidad y juego limpio. Si puedes simularlos serás un triunfador’.
También las experiencias en Centro y Sud América mostraron a Adrián que aunque son similares en apariencia las historias de esos pueblos colonizados por españoles y portugueses, sus mitos colectivos y su visión del mundo son totalmente diferentes a los mexicanos. En primer lugar porque los aborígenes de la mayoría de las naciones colonizadas, con la excepción de Perú, no contaban con una mitología colectiva con alto grado de desarrollo y en la mayoría de los casos apenas estaban en la etapa de la sociedad tribal; en el caso de Brasil, la extensión territorial era enorme para un país tan pequeño y falto de recursos como Portugal, por lo que hubo grandes territorios a donde jamás se asomaron los colonizadores; otro importante factor diferencial fue que la labor profética de las órdenes religiosas que llegaron a las diversas naciones era controlado por un organismo híbrido de políticos y religiosos ubicados en Cádiz que no tenía presupuesto, ni conocimientos geopolíticos y etnológicos para controlar una región tan extensa y tan remota, por lo que su labor fue complicada al no poder vigilar de cerca la labor profética de las diversas órdenes, ni hacer coincidir sus visiones del mundo y sus normatividades.
De estas experiencias de Adrián durante su vida profesional, más las visitas que realizaba desde su adolescencia a las rutas proféticas de agustinos y dominicos a la región purépecha y mixteco zapoteca de México se fue creando en la mente de Adrián una especie de metodología para el estudio de las actividades artísticas y la vida cultural de aquellos pueblos o regiones colonizadas por naciones que tratan de imponer sus propios lenguajes, costumbres y mitologías. Algo similar a la filosofía de la historia, con la ventaja de que la mitología no es reformulada por los países conquistadores, como sucede con la historia. Hacia finales de los años setentas, Adrián ya traía en su mente las semillas y los primeros brotes de la ‘mitología comparada’.
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