Arte, política y religión

A través de la Historia y aún en los laberintos indescifrables de la leyenda, el ser humano siempre ha buscado el apoyo de entes metafísicos invisibles para tratar de explicar el enigma eterno de sus orígenes y de los artificios que le han permitido subsistir durante cientos de miles de años, coexistir con otros seres humanos sin violencia, negociar con divinidades diversas el control de los fenómenos naturales y de las acciones de sus enemigos, pero sobre todo ha creado fórmulas maravillosas y ocultas para la trasmisión del poder y de los elementos más importantes de la cultura colectiva, desde el primer momento en que surgió la sociedad tribal cuyo elemento fundamental han sido los símbolos que representan a los poderes divinos.

Según la mayoría de los estudiosos de las ciencias evolutivas y neurológicas, la primera gran evolución del cerebro de los homínidos primitivos ocurrió en el momento en que este animal bípedo levantó su mirada del suelo que pisaba y la dirigió hacia el horizonte más cercano. Hubo entonces una recomposición de sus sinapsis neuronales, la masa cerebral empezó a crecer rápidamente y en consecuencia hubo un incremento notorio de su universo visible y de su capacidad para detectar a distancia la infinidad de peligros que le amenazaban en el riesgoso mundo cuando el ser humano era un animal básicamente carroñero y eventualmente cazador.

Aun cuando en el largo período del paleolítico su capacidad de comunicación con sus familiares y compañeros de andanzas se reducía a dos funciones fundamentales: la lucha por la subsistencia y la reproducción; al ir creciendo en forma permanente el número de miembros de su comunidad hubo de crear nuevas formas de comunicación con sus semejantes para planificar y organizar los grupos que ejecutaban la caza de grandes animales o transportaban hacia sus viviendas los cuerpos de grandes animales muertos en su lucha con otros para obtener la alimentación durante unos cuantos días. De esa necesidad surgieron los lenguajes corporales y onomatopéyicos que se constituyeron en la primera gran diferencia con los demás antropoides y con todos los géneros de animales existentes en la Tierra.

Casi todas las teorías evolucionistas modernas coinciden en suponer que fueron las necesidades de comunicación con un número creciente de individuos en la tribu y con los poderes invisibles de la naturaleza, los dos factores torales del desarrollo cerebral de homínido, pero no hay duda de que fueron los intentos de comunicación con los seres metafísicos los que determinaron en mayor grado la evolución del ser humano primitivo, creando símbolos materiales representativos de esos entes invisibles y crearon fórmulas, aún vigentes, para la transmisión del poder a lo largo de muchas generaciones.

Las variadas y acuciosas metodologías desarrolladas en los últimos años para el estudio de las funciones sociales superiores – arte, política y religión – como la sociología, la filosofía de la historia, la mitología comparada y ahora la mediología, además de las ciencias evolutivas han coincidido en que las primeras divinidades de la civilización humana surgieron primordialmente de la observación del firmamento durante el día y la noche, de modo que las primeras cosmogonías del neolítico, cuando el cazador errante ya se había asentado en tierras planas con agua abundante para tener bajo control a los animales que le daban el sustento, estaban inspiradas en los astros y las estrellas visibles desde el Hemisferio Norte, donde fueron instaladas las primeras culturas sedentarias de las que se posee información plenamente documentada.

Quizá porque toda la habilidad manual del ser humano del neolítico estaba aún dedicada a labores de sobrevivencia o porque había una identificación en sus mentes entre la grandeza física y el gran poder de los dioses, los primeros símbolos divinos del neolítico fueron grandes megalitos que eran una especie de monumentos naturales y posteriormente se fueron realizando construcciones grandiosas para lograr un mayor grado de comunicación con los entes metafísicos responsables de la causalidad física, de los aspectos reguladores de la conducta humana, de sus emociones y de toda la compleja vida racional y espiritual que iba surgiendo en las primeras sociedades donde convivían gran cantidad de personas e iban configurando a las primeras ciudades de la civilización humana desde diez a 15 siglos AC.

La idea fundamental de realizar una breve síntesis del proceso de formación de la sociedad humana hasta la época actual es la de señalar que el arte, la política y la religión siempre han formado parte de la vida social del ser humano desde sus inicios, sin que ninguna de estas tres funciones sociales fundamentales se haya podido desvincular de alguna de las otras dos, sino que han constituido una trilogía permanente en el proceso evolutivo de la sociedad humana. Han existido etapas de la Humanidad donde los altos dirigentes de las sociedades eran reconocidos como representantes directos de los entes divinos invisibles y así se ejercía la política como en el caso la cultura egipcia, existieron otras épocas en las que se amancebaron la política y la religión como sucedió en el primer período de la cultura cristiana en Europa, desde el siglo III hasta el XVI DC y la época actual en que el arte representativo de los grandes escenarios virtuales, mezclado con la política ejercida por la ‘mass media’ se ha constituido en la fórmula más efectiva y convincente para operar a la sociedad actual.

Una observación final sobre la influencia que han tenido estas tres funciones sociales superiores en el nivel de violencia que causaron en las civilizaciones occidentales cuando fueron las que ejercieron mayor dominio sobre la sociedad humana de una época determinada señala con claridad que la religión cristiana ha sido la generadora de mayor violencia, en segundo grado la acción política y en último nivel está el arte que ahora mismo está propiciando el período de menor violencia en la historia de la Humanidad. Hace unos días el humor negro de Fernando Sabater señalaba que había una clara justificación en la violencia de los cristianos cuando dominaron al mundo occidental, ya que su generosidad tradicional les había hecho escoger el sufrimiento por un período limitado de los herejes, al castigo eterno del Infierno.

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