Con el triunfo de Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos ha dejado de tener vigencia la famosa frase repetida después de la caída del Muro de Berlin de que ‘la globalización nos hará un País más justo y más libre’. Aunque la extensión sin límite del capital financiero se haya envuelto en la farsa del cosmopolitismo, lo cierto es que ahora ya no hay más democracia fuera del Estado nacional, sino que dentro del Estado hay menos democracia. De forma paradójica, la caída de las fronteras ante el capital financiero no ha vuelto internacionales los derechos, sino que se han ido perdiendo los derechos nacionales.
Existen millones de ciudadanos en Estados Unidos que están convencidos de que la política exterior y el gasto militar no están dirigidos como antes a defender la hegemonía de los Estados Unidos frente al nazismo o la dictadura de la URSS como sucedió en el pasado, sino a defender a una élite internacional apátrida de judíos, árabes, chinos, coreanos, etc. Que no dudan en desplazar sus industrias hacia otras regiones y de fomentar la emigración ilegal. Ahora mismo existe un gobierno mundial al que nadie eligió y al que sirven como fieles lacayos los altos líderes políticos y los medios de comunicación. Quizá por ello Trump ha concentrado sus ataques en la deslocalización de empresas, en la emigración, en la política exterior errónea y en el ‘establishment’ de Washington.
La revolución neoliberal de Reagan y Tatcher fue concebida para derribar el supuesto socialismo y para modificar el reparto de rentas que venía de las luchas obreras y populares después de la Segunda Guerra Mundial, aunque ni siquiera tocó al imaginario liberal democrático. Pero Trump si lo toca y lo impugna a nivel global e intenta desenmascarar la doble moral de la élite política que es muy peligrosa. También trata de combatir la retórica sobre el género y sobre las etnias. Y al igual que en el fascismo aprovecha la reacción popular ante esa falsa retórica que se convirtió en el lenguaje oficial de las élites y acabó con todo lo real, además del anhelo de igualdad y democracia que había existido cuando se inició la construcción de la nación estadounidense.
No hay duda de que el neoliberalismo ha muerto y en los próximos años se derrumbarán muchos de sus falsos mitos sobre el fin del Estado y la política conciliadora que la izquierda social democrática llegó a creer. Lo malo de esta situación es que quién lo está demostrando es alguien más inmoral que un neoliberal. Ya que Trump no es un accidente ocasional, sino un psicópata enamorado de sí mismo que ha contado con el apoyo discreto de otros seres en el Planeta que piensan de forma similar a la suya, aunque no poseen el alto nivel de narcisismo y de insensatez de Trump para declararlo a nivel público.
Aún no tenemos una idea clara de lo que hará Trump y quizá él tampoco, pero no hay duda de que hará algo real, muy lejos de los sueños guajiros de la izquierda posmoderna o de la indecente y doble moral de los Clinton y la élite de macromillonarios del Foro de Davos quiénes se han quedado estupefactos, o por lo menos silenciosos, ante esta situación inesperada y quizá estén maquinando una nueva conspiración económica y política para recuperar su posición de ‘dueños del mundo’ que han disfrutado durante poco más de un siglo.
Por fortuna, dentro de este inesperado cambio en los rumbos de la geopolítica mundial se cuenta con la presencia de un joven de origen judío, yerno de Trump y de nombre Jared Kushner, quién parece será el principal organizador del complicado gobierno de transición que encabezará Trump. Este joven de 35 años está casado con la hija mayor de Trump y aunque es muy conciliador y muy hábil para los negocios no ignora la ciencia política y al contar con la confianza absoluta de su suegro es muy probable que ayude a resolver la primera fase de selección de los altos políticos que estarán al servicio de Washington en los próximos cuatro años.
Adenda: Aunque la conducta aparente de Trump sea la de un peculiar fascista de la extrema derecha, no se advierte que exista en su persona un odio hacia las demás etnias, sino más bien una especie de menosprecio que se conjura cuando se trata de sus propios familiares o empleados. Lo único que preocupa a todo el mundo sobre Trump es su falta total de experiencia en el mundo político y su dificultad para negociar con personas que no son de su jerarquía económica.
Por lo que tendrá que contratar a personajes del mundo político actual que ya conocen todos los mecanismos de negociación que se utilizan en el ‘establishment’ de los Estados Unidos y del mundo en general. A final de cuentas la realidad es que el ‘neoliberalismo’ está completamente agotado y tiene que surgir otro modelo económico y político que esté acorde con el nuevo orden mundial tripartita con China, Rusia y USA a la cabeza.
Quizá el único conflicto que Trump no logre asimilar es el del cambio climático, pero es muy probable que no sea tan crítico ese problema si los otros grandes líderes mundiales se ponen de acuerdo, dejando a EUA fuera del conflicto cuando su economía parece que ya no se recuperará nunca y su contaminación irá siendo menor cada día.