Reseña de “México profundo (el plateresco en Michoacán)” de Alfonso Elizondo. Parte II.

El ensayo profundiza en la complejidad de esta interacción cultural, destacando que, a pesar de la opresión y el intento de supresión de la cultura indígena por parte de los colonizadores, los purépechas y otros grupos indígenas no solo adoptaron elementos del plateresco sino que también los adaptaron, infundiéndoles su propia visión del mundo y simbolismo. Esta fusión de influencias resultó en una forma única de expresión arquitectónica que, aunque arraigada en el plateresco español, es distintivamente mexicana.

Elizondo utiliza el viaje de Adrián como una metáfora del viaje intelectual y espiritual que muchos mexicanos pueden emprender para comprender mejor su identidad cultural. A través de sus exploraciones, Adrián descubre que la esencia de lo que podría considerarse el “México profundo” es una amalgama, un tejido de influencias múltiples que no se pueden desenredar fácilmente para identificar una fuente pura y autónoma de expresión artística.

Sin embargo, Elizondo también señala una cierta melancolía en esta conclusión. La búsqueda de Adrián por un arte puramente indígena detrás de las fachadas platerescas resulta infructuosa, lo que sugiere que el proceso de sincretización cultural puede haber borrado irrevocablemente algunas de las formas artísticas originales de los aborígenes mexicanos. Este reconocimiento lleva a una reflexión más amplia sobre cómo las culturas dominantes y las fuerzas de la globalización pueden diluir y transformar las identidades culturales.

“México profundo (el plateresco en Michoacán)” es, por tanto, más que un ensayo sobre un estilo arquitectónico o una región de México. Es una meditación sobre la identidad, la memoria y la resistencia cultural. Elizondo, a través de la historia de Adrián, nos invita a considerar cómo las expresiones artísticas y arquitectónicas son testimonios vivos de la compleja historia de interacciones humanas, conflictos y reconciliaciones. Este ensayo es un recordatorio de que, aunque la búsqueda del “México profundo” puede no revelar una esencia pura e inalterada, el viaje para entender nuestra herencia compartida es en sí mismo un acto de descubrimiento y afirmación de nuestra humanidad compartida.