Elizondo aprovecha la fascinación de Adrián por el churrigueresco para explorar la complejidad de este estilo arquitectónico, que se caracteriza por su ornamentación exuberante y su capacidad para evocar lo divino y lo terrenal de manera simultánea. La preferencia por la pilastra estípite sobre la tradicional columna salomónica revela un punto de encuentro entre la influencia europea y la interpretación indígena y mestiza del barroco, ofreciendo una visión única del sincretismo cultural en la Nueva España.
A través de la experiencia de Adrián, Elizondo reflexiona sobre cómo la arquitectura churrigueresca y la obra de artistas como Lorenzo Rodríguez y Fray Junípero Serra, con sus contribuciones a la Catedral Metropolitana y las misiones en la Sierra Gorda, respectivamente, simbolizan un legado artístico profundamente enraizado en la historia y la identidad mexicanas. Este legado, sin embargo, no solo se limita a la estética sino que también implica un diálogo continuo entre el pasado y el presente, entre las tradiciones europeas y las visiones indígenas.
“México churrigueresco” es, en esencia, un homenaje a la riqueza cultural y artística de México visto a través de los ojos de un individuo que vive profundamente entrelazado con el arte. Elizondo utiliza la figura de Adrián para ofrecer no solo una apreciación de la belleza artística sino también un comentario sobre cómo el arte y la arquitectura reflejan y moldean la comprensión de nuestra propia identidad y cultura. Este ensayo es un recordatorio de que la búsqueda de la belleza es también una búsqueda de entendimiento, un viaje que puede llevarnos tanto hacia adentro de nosotros mismos como hacia las profundidades de nuestra herencia cultural.