Por un México libre y sin violencia

Desde la Conquista de México por la monarquía española del siglo 16, hasta su Independencia a principios del siglo 19, la nación mexicana sufrió la explotación desmesurada de sus riquezas naturales utilizando la mano de obra de sus grupos indígenas y de los sectores más pobres de los mestizos que operaban en condiciones de absoluta esclavitud gracias a la asociación entre los funcionarios del virreynato, los altos jerarcas de la iglesia católica y los líderes políticos de las monarquías que gobernaban al gran Imperio Español durante ese período de tiempo. Como es conocido, los conquistadores de México tuvieron que ser echados del País mediante la violencia bélica de los insurgentes y el apoyo diplomático de dos grandes potencias de esa época, como fueron el caso de Francia y en menor grado el de la naciente nación norteamericana de los Estados Unidos de América.

El México independiente transitó casi un siglo por etapas de saqueo, violencia interna, traiciones de líderes políticos y la intervención militar de los Estados Unidos y de Francia con un saldo muy cruento – de varios millones de muertos – y la pérdida de poco más de la mitad de su territorio original de 4.3 millones de kilómetros cuadrados que quedó reducido a 2.1 millones. En dicha pérdida se incluyeron California y Texas, dos de los estados más ricos en reservas minerales y petroleras de todo el Continente Americano. No hay duda de que el héroe más destacado de ese período fue Benito Juárez y la nación mexicana parecía haber logrado una identidad nacional a través de la aplicación de un sistema político inspirado en los conceptos de la Ilustración y de la Revolución Francesa.

La muerte de Juárez permitió a los latifundistas y a los grandes consorcios mineros tomar el control político y económico de México durante las dos últimas décadas del siglo 19 y la primera del siglo 20, mediante la creación de una dictadura militar encabezada por Porfirio Díaz donde se reinstalaron poderes fácticos similares a los del virreinato con familias de aristócratas y políticos mexicanos. También ese período histórico de México fue resuelto por la vía de la violencia y durante las poco más de dos décadas que duró la lucha revolucionaria, la población total de México fue reducida casi a la mitad en virtud de la cruenta guerra civil que se desató por todo el País y de la maléfica y solapada intervención del gobierno de los Estados Unidos. Todo este largo período de violencia llegó a su término durante el mandato presidencial de Lázaro Cárdenas, quién retiró al Ejército de los campos de batalla y logró la consolidación de una nación con un ínfimo grado de violencia mediante la alfabetización de los mexicanos, la creación de instituciones en todos los ámbitos de la vida política, social y económica del País, además de la recuperación de las enormes riquezas petroleras de México. Esto generó una situación de paz y desarrollo que convirtió al país mexicano en la nación más próspera de Latinoamérica y fue considerado entonces – entre 1936 y 1970 – como ‘el milagro de América’.

Toda esta situación cambió cuando se colapsó la Unión Soviética, que generaba el equilibrio mundial con los Estados Unidos y surgió momentáneamente un mundo unipolar controlado totalmente por los norteamericanos que trató de imponer su visión de un mundo capitalista liderado por ellos y mediante el documento conocido como el ‘Consenso de Washington’ encaminó a toda la sociedad humana hacia una errónea realidad donde los bienes materiales y el dinero son los únicos paradigmas del ser humano, destruyendo todos los demás valores intangibles como la libertad, la conciencia moral, la solidaridad, la generosidad, la igualdad étnica, el respeto a los derechos de los demás seres humanos, a sus creencias y a la conservación del equilibrio de la naturaleza.

Eso ocasionó que la mayoría de los funcionarios públicos mexicanos y sus descendientes acudieran a las universidades occidentales en busca de elementos prácticos para poder sostener la condición económica privilegiada de la clase política dirigente. Y quiénes tomaron la ruta de sus padres ni siquiera dudaron un poco sobre la visión del mundo de Washington y de sus aliados, para quiénes esta situación del mercado abierto y de los paradigmas materialistas no va a cambiar nunca. No obstante, al mismo tiempo, muchas personas tomaron la ruta de la oposición al Gobierno y se inició una lucha partidaria buscando un régimen institucional con libertad y justicia, dejando de pensar en la conquista violenta del poder. Por fortuna no ha sido una lucha inútil, ya que se alcanzaron posiciones de gobierno a diferentes niveles y en ocasiones hubo gestiones útiles y honestas. Aunque en medio de esos espacios ganados con gran esfuerzo haya habido una mezcla de incompetencia y corrupción similar a la de todos los aparatos de gobierno.

Surge entonces el enigma político de siempre, de si es posible armar una sociedad armónica con una docena de líderes honestos y talentosos, con alta escolaridad y experiencia para dirigir ‘desde arriba’ la transformación de una sociedad. Hay que aceptar que ese enfoque de Lenin está obsoleto, no sólo por la experiencia histórica universal del fracaso de las fórmulas de transformación social que se intentan desde arriba, sino porque los grandes cambios sociales nunca han sido asunto de personas en lo individual, sino de instituciones. Decía Carlos Marx que de nada servía conquistar los dispositivos creados para controlar y dominar una sociedad para tratar de convertirlos en democráticos y libertarios. Sin importar su conciencia moral y sus maravillosas cualidades, quien conquiste las instituciones de una sociedad se volverá esclavo del aparató que tomó. Por lo que Marx señalaba que el Estado tendría que desmantelarse por completo y empezar desde su base para que pueda haber un cambio profundo en la sociedad.

Es obvio que desde esta visión de la realidad social se desanimen muchas personas que buscan de forma honesta y pacífica la transformación de la sociedad. Aunque siempre existen quiénes sin abandonar sus ideas libertarias intentan crear otros géneros de militancia al margen de los partidos políticos, tratando de reorganizar a la sociedad desde abajo y poniéndose en manos de quiénes históricamente han sido los revolucionarios. No pretenden dirigirlos sino que acuden en solidaridad, con la idea de aprender y de servir en línea horizontal con los demás sin tratar de establecer ninguna jerarquía. Estos personajes siguen avanzando por los caminos de la libertad y de la conciencia moral enfrentando todo género de dificultades que incluyen a la violencia física y a la intimidación. Pero de alguna manera esa solidaridad de los justos se va convirtiendo en un motor invisible de la transformación de la sociedad mexicana y del mundo global.

Adenda: Esta breve síntesis de la historia de México y de la lucha política sin violencia se aplica a personas como Cuauhtémoc Cárdenas o López Obrador que desde hace varias décadas intentan cambiar la vida política del País por los cauces institucionales, sin recurrir a la violencia.