Otra Historia de la Política

En mi más reciente visita a la región norte de España pude visitar tres de sus más importantes monasterios románicos, dos de ellos aún en funciones, los cuales conservan la verdadera historia de los acontecimientos políticos, económicos, bélicos y religiosos de la Alta Edad Media: el Monasterio de Santo Domingo de Silos en Soria, el Monasterio de Las Huelgas en Burgos y el Monasterio de San Zoilo en Carrión de los Condes en la provincia de Palencia. Los dos primeros fueron regulados por la orden del Cister y el de San Zoilo perteneció a la orden de Cluny.

Lo difícil de entender es que los principales monasterios de Europa fueron controlados por dos órdenes religiosas nacidas en Francia que llegaron a liderar cientos de monasterios en toda Europa durante los siglos X al XII. Aunque en los tres casos los edificios fueron iniciados desde mediados de los siglos V y VI y vivieron etapas de crisis durante la invasión de los árabes que les hicieron desistir de sus labores durante varios siglos para luego reiniciarlas hacia mediados del siglo X, cuando se consolidaron los poderes de los señores feudales y de los diferentes linajes de soberanos y de líderes religiosos que reinaron durante la segunda mitad de la Edad Media y varias centurias más.

La idea del presente artículo no es tanto hacer una apología de la arquitectura de la Edad Media que deja mucho que desear en materia estética, sino tratar de comprender como fue que el control político, económico, bélico y religioso en gran parte de la Edad Media se debió a la monarquía carolingia, proveniente de los germánicos que llegaron a Europa hacia mediados del siglo VIII y se instalaron principalmente en los actuales territorios franceses, logrando controlar a todos los Estados Europeos que estaban dentro del viejo imperio romano hasta 1453, cuando cayó en manos de los turcos.

Hacia mediados del siglo VIII, la monarquía merovingia vivió sus últimos días. La decadencia existente en la familia real y en su reino provocaron el fin de la dinastía. A raíz de esa decadencia, los miembros de otra familia aristocrática que realizaba las labores de mayordomía en el palacio del rey merovingio se alzaron con el poder. Tras el ‘golpe de estado’ incruento, perpetrado por Pipino ‘El Breve’, quién destronó al Rey Childirico III, se inició la monarquía carolingia, donde Carlos, hijo de Pipino, logró expandir el reino y estrechó la relación con el papado, llegando a ser investido emperador con el nombre de Carlomagno.

El ‘golpe de estado’ de Pipino ‘El Breve’ no fue el resultado de un hecho repentino, sino la culminación de un proceso de afirmación del linaje de los mayordomos del palacio. Para consolidar su poder, Pipino ‘El Breve’ decidió apoyarse en el papado a fin de legitimar su linaje y contrarrestar la influencia de la dinastía merovingia. Este circunstancial interés en el papado radicaba en que al romper la fidelidad al rey se ponía en entredicho su linaje y necesitaba limpiar su reputación. De modo que con el apoyo del papa Zacarías, Pipino llevó a cabo un plan hacia finales del 751, reuniendo a toda la aristocracia franca, erigiéndose como su rey y deponiendo a Childirico III, el último merovingio, quién fue tonsurado y llevado a un monasterio. Luego Pipino se sacralizó mediante la ‘unción regia’ que era un rito originario de los reyes de Israel recuperado por los visigodos.

La posterior coronación de Carlomagno y su exitoso ejercicio en el poder durante más de cincuenta años convenció a todos los europeos que para gobernar a una nación con éxito se requería de sangre divina en las venas del soberano, por lo que desde entonces se crearon los monasterios con el propósito de preparar a los sucesores de las dinastías de monarcas y señores feudales que gobernarían con la autorización divina, siendo los dueños absolutos de todos los territorios bajo su mando, de las vidas de sus pobladores y de las labores que tenían que desempeñar para sus patrones sin paga ni estipendios.

Al mismo tiempo que se atendían todos las reglamentaciones establecidas por la orden de Cluny desde el siglo X sobre la selección de los herederos del monarca, sobre la ubicación de toda su descendencia y sobre los diferentes cambios en la liturgia y en las leyes cristianas en boga, los monasterios eran una especie de abrigo para los caballeros del reino que cobraban los impuestos y canonjías a los demás aristócratas y señores feudales dentro de su reino, mientras controlaban por la vía de las armas a la población en general. Ya en los siglos XI y XII fue la orden de Cister la que controló la vida política, social y cultural de Europa hasta la toma de Constantinopla por los turcos en 1453 y la secesión de la iglesia cristiana iniciada por Martín Lutero en (1520)

Aunque en la Alta Edad Media no existió un avance relevante en la ciencia, en la tecnología y en los desarrollos culturales de la sociedad humana, de alguna forma se iba gestando el maravilloso proceso cultural del Renacimiento desde principios del siglo XV y se iba integrando el mundo de la Modernidad con los más grandes artistas de la Historia y con el cuestionamiento a las reglas bárbaras que habían establecido los monarcas y los señores feudales en Europa desde mediados del siglo VIII. De lo anterior se puede concluir que fueron los reyes francos Pipino ‘El Breve’ y su hijo Carlomagno quiénes encontraron los mecanismos de control político, económico y bélico de la Europa Medieval, cuyos elementos esenciales fueron el mito de la existencia de sangre divina y la eficacia en las acciones militares y policiales en los gobernantes.

Adenda: Podría decirse, sin sarcasmo, que Pipino y Carlomagno fueron tan brillantes políticos que su forma de controlar a la sociedad aún persiste en los días actuales con cambios menores: el mito de la sangre divina ha sido sustituido por el de la democracia parlamentaria y las acciones bélicas ahora se hacen mediante el control del dinero.