La forma de comunicación populista ha tomado el control de la política. Reemplazó al lenguaje racional que inicialmente trataba de construir estabilidad y consensos. El hecho es que la estructura maniquea y confrontadora del populismo no puede ser de ‘centro político’.
Los populistas crean la idea de que hay una crisis general, que la nación está cayendo, que hay una dictadura o una tiranía en naciones democráticas o que hay un reino corrupto. O situaciones que semejan una guerra, una invasión de inmigrantes y de la ruptura del orden social o moral.
Con esta visión exaltada y complicada de la política se toman decisiones extremas que no se llevan bien con la democracia liberal. Todo resulta válido en nombre del interés superior del pueblo, el autoritarismo y la supresión de las libertades fundamentales de los demás son inclinaciones recurrentes.
A decir de Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, los populistas contemporáneos tienden a ser autoritarios e intolerantes con los procesos asociados a la separación de poderes y cuando están en el poder se saltan las normas del juego democrático y rechazan los puntos de vista opositores. Se les hace muy difícil respetar el Estado de Derecho y toman decisiones de manera arbitraria.