El joven Adrián permanecía sentado todas las noches frente a una mesita de madera donde apoyaba los raídos libros que le había prestado una biblioteca pública de Monterrey con una duración máxima de diez días. Con el propósito de controlar su lectura, Adrián había inventado una especie de artefacto mecánico que iba separando, una a una, las páginas leídas durante la noche y le indicaba al día siguiente el lugar exacto del libro donde se había quedado dormido la noche anterior.
Eran tantos y tan variados los relatos y personajes surgidos de las lecturas nocturnas que la mente de Adrián quedaba atiborrada por completo y suspendía todas las actividades cerebrales durante sus cortas horas de sueño. Al día siguiente se sorprendía de las largas y tortuosas historias que narraban sus hermanas y compañeros del Colegio quiénes decían haberlas concebido durante las horas del sueño, por lo que en plena vigilia matutina inventaba relatos peregrinos similares a los soñados por los demás.
Adrián hubiera deseado ser el héroe incólume de las narrativas mitológicas de los griegos y romanos, de las novelas rusas y francesas o de las maravillosas historias de los escritores del ‘deep south’ norteamericano que llenaban por completo su acelerada juventud. Pero esto nunca sucedió ya que su mente proclive a la belleza se prolongó durante varias décadas y se conservó hasta su avanzada edad actual, donde aún pervive la ilusión de alcanzar los espacios de la belleza metafísica con el albor de cada mañana.
Desde los primeros años de la infancia de Adrián, el cine de Hollywood ya se había convertido en una gran industria de alcance mundial y en la principal fórmula de transmisión del poder desde 1908. Aunque a México empezó a penetrar hasta los años treinta, cuando se promovía en el País una visión nacionalista que exaltaba los principios de la Revolución Mexicana y el valor de las producciones artísticas y artesanales de los mestizos mexicanos que muy pronto fue destruida por Hollywood.
La formación cultural individual de Adrián estaba sustentada en una confusa mezcla entre la literatura que provenía de Francia y España, donde se recreaban los mitos greco-romanos, buena parte de la protohistoria, los dos grandes escritores de la Modernidad (Cervantes y Shakespeare) y todas las corrientes políticas y sociales magníficas que surgieron de la Ilustración. Coexistían con esa cultura literaria, la particular visión positivista que el Gobierno de México transmitía a través de su sistema educativo institucional y la visión religiosa ‘mariana’ que recibía a través de su madre.
En la cultura colectiva de Adrián coexistían también diversos y contradictorios elementos: los que dejaron en su mente las reiteradas liturgias católicas que se expresaban en latín, la sociedad rural mexicana en plena decadencia, la confusa visión del mundo de los vecinos norteamericanos y quizá lo más importante de todos que había sido la irrupción del cine en el ámbito privado de los individuos. Por lo que Adrián vivía en la contradicción permanente del mundo machista que impulsaba el cine mexicano en la etapa más brillante de su historia y la dulzona e hipócrita versión de la sociedad norteamericana que para su preservación utilizaba una justificada y discrecional violencia bélica a través de todo el mundo.
Adrián no lograba comprender la presión reiterada de la educación institucional que proclamaba la existencia de un ‘México Profundo’, impulsaba a los artistas de todos los géneros a expresarlo en sus obras y como último recurso utilizaba una cooptación disimulada pero bien remunerada. A pesar de la consabida visión nacionalista que trataron de exhibir todos los gobiernos postrevolucionarios, cuando Adrián visitó en plena adolescencia la ciudad de México, pudo constatar que esa visión mexicanista había generado muchos elementos positivos, como las Escuelas Plásticas, las Escuelas de Música, las Escuelas de Teatro, los murales extraordinarios instalados en los lugares públicos y una especie de exultación desmesurada hacia todo lo que se consideraba de origen mexicano. Al mismo tiempo se prohijaron bloques de artistas especuladores – sobre todo en el ramo de la Plástica y de la Arquitectura – que han medrado con la venta de sus visiones ‘mexicanistas’- hasta los días actuales.
En el ámbito nacional de las actividades artísticas Adrián percibía que para mediados del siglo 20, las únicas expresiones musicales sobrevivientes eran las de alto contenido hispánico, como los mariachis jaliscienses y algunas bandas de música veracruzana cuyos temas centrales estaban asociados con ritmos españoles o flamencos. Todas las demás expresiones genuinas de las etnias mesoamericanas apenas sobrevivían con el apoyo de instituciones nacionales que creadas por el Estado para la preservación de las culturas aborígenes. La mayor parte de ellas durante el mandato de Lázaro Cárdenas.
El caso particular de la música del noreste de México, donde había nacido Adrián tenía una explicación totalmente distinta al resto del País. Por una parte la invasión francesa de 1862 había dejado soldados abandonados después de su retiro de tierras mexicanas y en el caso particular de Nuevo León se avecindaron en tierras de los municipios de Santiago y Allende, donde difundieron el uso de sus instrumentos musicales favoritos, como el acordeón y algunos de sus ritmos más populares. El otro factor histórico regional, más importante aún, fue el proceso de migración de los habitantes de los municipios del norte de Nuevo León y Tamaulipas hacia el Sureste del Estado de Tejas. De ahí surgieron los principales grupos norteños, cuya inspiración provenía de la nostalgia hacia su tierra natal aunada a la cruel discriminación que recibían de los tejanos blancos. Los municipios de Nuevo León que más contribuyeron a esta etapa de auge de la música norteña fueron China, Terán y Los Ramones.
Pero detrás de toda esa herencia cultural genuina de la nación mexicana estaba la marca inexorable del dominio de Norteamérica a través de Hollywood, no sólo en México y Latinoamérica, sino en gran parte del Mundo Occidental. Adrián se admiraba de que en sólo unos años, Hollywood había desaparecido todos los remanentes de cuatro siglos de cultura mesoamericana, había destruido toda la normatividad judicial y los principios básicos de la operación del estado moderno surgidos de la Ilustración y había impuesto una visión del mundo totalmente ajena a la genética, la memética, la política y la cultura tradicionales de la nación mexicana.
En el momento en que Adrián hizo contacto con los miembros de la siguiente generación de mexicanos pudo observar de inmediato que el cine norteamericano había logrado cambiar por completo la tradicional visión del mundo de los mexicanos y les inculcó nuevos paradigmas, donde lo único deseable son los bienes materiales, por lo que deberían adquirir la cultura básica de las universidades norteamericanas, donde se demuestra con las cifras de ingresos de los ciudadanos promedio, que sólo una educación tecnificada con los últimos desarrollos puede proporcionar seguridad futura a los seres humanos, ya que contarán con fuentes de trabajo bien remuneradas redundando en nuevas familias progresistas que serán la base de una familia feliz ‘ab eternum’.
Adrián nunca aceptó – ni en grado de hipótesis – esta mesiánica y patética visión del mundo, donde se mezclaba el ingenuo creacionismo de los cuáqueros con las absurdas teorías francmasónicas de una raza superior, seleccionada por ciertos dioses extra bíblicos para conducir al resto del mundo por la ruta de su verdad inequívoca. Aunque la vocación masoquista de la mayoría de los mexicanos los ha conducido siempre a la búsqueda de líderes extranjeros que les muestren con firmeza el camino a seguir, Adrián siempre condenó esa naturaleza subordinada e intentó crear mecanismos de liberación para su persona y las personas cercanas a él.
Además del dominio silencioso del norteamericano sobre la mente colectiva de los mexicanos, el cine de Hollywood impuso el criterio de que la violencia ejercida en diversas regiones del mundo siempre ha sido justificada y lo sostiene reiteradamente mediante la exhibición películas que fluyen por todo el mundo. No obstante, los mexicanos, en su gran mayoría, nunca han descubierto su doble moral, su hipocresía cínica y su despiadada xenofobia.
Esta serie de contradicciones del Imperio, condujeron a Adrián a la búsqueda de reductos arquitectónicos, plásticos y artísticos en general, donde no estuviesen presentes los ridículos paradigmas de ética y belleza de los norteamericanos que lo condujeron a sitios maravillosos y a regiones del mundo donde la asexual Columbia es despreciada o por lo menos desconocida.
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