La vida de los mexicanos siempre ha estado supeditada al dominio de otras naciones extranjeras desde que fue colonizada por España a principios del siglo 16. Sólo pueden excluirse de ese oprobio las extraordinarias culturas del preclásico y el clásico mesoamericano, como los olmecas, teotihuacanos y mayas, para solo citar a las etnias más destacados entre los siglos 10 a.c y 6 d.c.. que ahora están considerados como grandes paradigmas entre las culturas más antiguas porque a pesar de coincidir en el tiempo con otras grandes culturas de Europa y de Asia como los griegos y los persas, estas maravillosas sociedades instaladas en territorios del México actual nunca recurrieron a la violencia para resolver sus problemas internos y externos de subsistencia y de convivencia.
En función de esa historia de dominio permanente por entidades divinas y razas superiores, la edad mítica de la mente del mexicano nunca ha podido crear una cultura política, social y artística autónoma. Los únicos momentos de la historia moderna de México cuando se buscó la autonomía política y económica fueron durante el período de Benito Juárez, quien intentó la liberación de Francia buscando el apoyo de los Estados Unidos, cuya cultura política provenía de la mitología francmasónica mezclada con la cuáquera y de ninguna manera era aplicable a la cultura mexicana. El único caso de nuestra historia cuando se logró un cierto nivel de autonomía fue con Lázaro Cárdenas, quien pudo vislumbrar una oportunidad de desafiar el dominio americano cuando acercó a la Unión Soviética a México y le permitió el único período de autonomía política y económica de toda su historia, de 1936 a 1970.
Esta visión nacionalista de Cárdenas propició la etapa de mayor desarrollo económico y social de México, convirtiéndolo en ese tiempo en el país líder de Latinoamérica y en un ejemplo para todas las naciones bajo dominio extranjero. Ahora mismo, varias naciones de Sud América, como Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador y Bolivia están realizando alianzas con otras potencias enemigas de los Estados Unidos (China y Rusia), mientras se encaminan a crear sus propias estrategias políticas, económicas y sociales congruentes con sus historias. Quizá la más acertada de todas es la de Brasil, ya que por su extensión territorial, su clima y su alta disponibilidad de agua está creando un verdadero emporio agrícola y ganadero que podrá proveer de alimentos básicos a la totalidad de su población y exportar hacia aquellas naciones sin terrenos agrícolas como sucede en algunos países de Europa, Japón y Corea, además de países como México que cedieron sus terrenos agrícolas y sus fuentes acuíferas a los grandes empresarios norteamericanos y nacionales como Nestlé, Bachoco, Bimbo, Coca Cola y Kimberly Clark para solo mencionar las más conocidas, además de la infinidad de grandes empresarios extranjeros que industrializan, los aceites comestibles, los azúcares vegetales, las frutas, verduras y cereales.
Aun cuando la etapa de libertad política y economía de poco más de tres décadas se hubiera podido prolongar después de los años setentas debido a que se había instalado la guerra fría entre EUA y la Unión Soviética, la mente colectiva de nuestros gobernantes – desde Miguel Alemán – ya había sido cooptada por el imperialismo norteamericano y de manera absurda inició un período de industrialización en un país que todavía no salía de su período agrícola y debiera haber intentado su etapa de industrialización, como había sucedido en todas las naciones autónomas del mundo. Sin conciencia de su propia cultura, Alemán intentó emular el auge industrial de los norteamericanos, mientras generaba una educación superior que también imitaba los conceptos de la sociedad norteamericana de los ‘baby boomers’ con familias ávidas de conseguir los nuevos satisfactores domésticos y haciendo una apología de los héroes de la Segunda Guerra Mundial a través del cine de Hollywood. Fue tan perfecto el dominio cultural de los Estados Unidos sobre México que hasta se crearon héroes mexicanos – ‘El Escuadrón 201′- que participaron en esa extraordinaria guerra para liberar al mundo del nazismo.
El dominio político y económico de los Estados Unidos sobre México permaneció más o menos oculto durante los períodos presidenciales de Ruiz Cortines, López Mateos, Diaz Ordaz y Luis Echeverría, cuando todos los mexicanos pensaban que vivían en un país autónomo. Fue en el período de López Portillo, cuando una mezcla de su megalomanía y de su falsa información sobre las reservas petroleras de México coincidió con la presencia de un Secretario de Estado norteamericano (Kissinger) que no aceptaba insurrecciones en sus Colonias dejó sentir con claridad el dominio de su Imperio y dispuso una bancarrota total para el Estado Mexicano en función de su deuda con el Banco Mundial y empezó a imponer a todos los funcionarios de alto rango en Hacienda y en el Banco de México que establecieron las actuales políticas económicas.
A partir de entonces, no sólo los altos funcionarios de Hacienda y del Banco Central fueron designados por Washington, sino que lo mismo sucedió con los Presidentes, desde Miguel de Lamadrid hasta Peña Nieto, sin excluir a los dos panistas Fox y Calderón. Cuando Salinas perdió su candidatura frente a Cárdenas, Washington montó un teatro fingiendo que se habían perdido los controles electrónicos del proceso electoral y lo instaló en la silla presidencial sin mayor recato y sin protesta de la mayoría de los mexicanos manipulados por los medios electrónicos y por la mass media en general. Al poco tiempo, se perdió por completo la anécdota de esta terrible intervención de los Estados Unidos y Salinas se aprestó a firmar el más absurdo pacto comercial con los Estados Unidos el famoso Tratado de Libre Comercio (TLC), donde México garantizaba la legalidad de todos los actos de comercio realizados con una nación de un poder económico (PIB) 25 veces superior y resolviendo las diferencias que pudiesen surgir en los tratos comerciales en su territorio y con sus leyes.
Si Salinas convirtió a México en el patio de desechos de los Estados Unidos con el TLC; Zedillo les entregó por completo a toda la banca mexicana (93%) compartida con españoles e ingleses; Fox logró la exención fiscal de sus maquiladoras contaminantes que no obtenían permiso para operar en EUA y empezó a emplear las utilidades de Pemex en financiar una burocracia creciente e inútil; Calderón regaló a Estados Unidos el petróleo de Pemex hasta el 2026, mediante el fraude financiero de Pidiregas y diseñó el procedimiento de consolidación y condonación de los pasivos fiscales de las empresas más poderosas; mientras el actual Presidente pretende entregar las únicas reservas de gas y petróleo shale existentes, aunque oficialmente no han sido verificadas por nuestras autoridades energéticas y todos los datos proceden de la Agencia Internacional de Energía (EIA). En la actualidad México importa gas de Sud América a través de España para producir alrededor de una tercera parte de su energía eléctrica nacional, aplicando costos triples a los que resultarían si explotase sus propias reservas de gas ‘shale’. Mientras que la propuesta de la reforma energética plantea vender ese gas a los Estados Unidos a precios miserables.
Conclusión: Si todos los hechos de traición de nuestros altos jefes políticos son olvidados por los mexicanos con cultura histórica, no es difícil comprender que – casi sin excepción – nuestros coterráneos no se dan cuenta del dominio y tienden a analizar los hechos en el espacio limitado de sus vivencias personales, pero nunca intentan contextualizarlos en el espacio global. Prefieren indignarse o desdeñar a quiénes aún creemos en la libertad de pensar y en la búsqueda permanente de la autonomía de las naciones.
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