¿Llorará alguien por el año 2011 que hoy termina? Ha sido un año de crisis imparable y depresión económica profunda. Desde el tsunami que provocó la catástrofe nuclear en Fukushima, hasta la parálisis de los dirigentes europeos cuando la fe de los inversionistas en el euro comienza a hundirse. Existe muy poca razón para despedir el año viejo con algún sentido lamento.
Financial Times, diciembre 31 del 2011
El 2011 ha sido un año tan inesperado como negativo para todos los habitantes del mundo Occidental. Nadie esperaba que en sólo unos meses rodaran las cabezas de Ben Alí, Mubarak y Gadafi, ni que se derrumbaran los gobiernos de Berlusconi, Papandreu y Zapatero. Y menos aún que surgieran movimientos sociales genuinos y sin líderes específicos como ‘los indignados’ de España o el Occupy Wall Street en Estados Unidos. Tampoco se sospechaba que el euro quebraría en unos meses más.
Desde comienzos del 2012, la clase dominante expresaba su pesimismo sobre la economía, ya que todos sus intentos para impulsar nueva vida al sistema capitalista fallaron. Las enormes inyecciones de billones de dólares a los grandes bancos solo habían servido para aumentar el hoyo negro de las finanzas públicas tanto en los Estados Unidos como en las naciones de Europa.
Todos los capitalistas habían encontrado al recorte de los gastos públicos como única solución a la presente crisis global, destruyendo las conquistas laborales de más de cincuenta años de la clase trabajadora. No obstante, dicha estrategia no paliaría la crisis, sino que la profundizaría. Al reducir los salarios y las pensiones se reducía la demanda, agravando la crisis de sobreproducción existente.
Mientras tanto, los keynesianos abogaban por medidas de potencialización de la demanda para reactivar la crisis. Esa misma estrategia era pretendida por todos las facciones reformistas, desde los social demócratas hasta los comunistas ex estalinistas que buscan apartarse del comunismo mediante soluciones afines al capitalismo. A dichas personas ya no les gusta el comunismo actual, sino que intentan soluciones con un capitalismo más amable, más habitable y más humano al que llaman ‘realismo’. Algo totalmente contradictorio al concepto marxista original.
Estos autodenominados ‘realistas’ creen que la verdadera solución de la crisis actual es estimular las demandas, pero el problema fundamental de Estados Unidos y Europa es eliminar la enorme deuda pública que quedó desde el 2008, de modo que los gobiernos quebrados no pueden incrementar sus gastos sino desean destruir por completo al Estado.
La única solución visible podría ser que el Estado imprimiese grandes cantidades de dinero para cubrir el ‘agujero negro’ de las finanzas públicas, pero esta medida conduciría a una mayor inflación y a un nuevo colapso en muy poco tiempo. La situación global de la economía capitalista es tan crítica que cualquier grado de optimismo para el presente año se deshace de inmediato al leer el informe de enero del Financiar Times en que señala la desaparición de 6.3 billones de dólares del ámbito de los mercados financieros legales.
Por su parte, los ricos empresarios se quejan porque sus beneficios descienden y el valor de sus acciones cae en forma permanente. No obstante los capitalistas ricos se hacen más ricos y los banqueros que ocasionaron la ruina del sistema financiero mundial se están auto recompensando con millones de bonos, sin que nadie sea llevado a cuentas por la justicia, nadie es encarcelado y el dinero sigue fluyendo a los paraísos fiscales y hacia las economías sin regulación alguna. Mientras tanto millones de familias estadounidenses carecen de vivienda y cada día aumenta su desesperación.
Esta situación origina una reacción general de protesta mundial que rechaza al capitalismo. Cada día existe un número creciente de personas que sufren de inactividad forzosa, guerras interminables, racismo e injusticia. Pero lo más terrible es la desigualdad creciente que concentra una riqueza obscena en menos del 1% de la población, quienes controlan a la sociedad y conducen a las grandes mayorías a una vida de pobreza creciente, miseria y degradación moral.
Casi todos los actuales movimientos sociales en el mundo muestran características similares a las situaciones históricas pre revolucionarias. Esto no sólo sucede en Egipto, Libia o Grecia, sino también en España, Inglaterra y los Estados Unidos. Ahora mismo se habla de esa etapa de la revolución en la que las grandes masas, habitualmente no interesadas en la política ahora están protestando contra un orden social y político que ya no pueden tolerar.
La reacción de los inconformes de todos los tiempos siempre ha surgido de una experiencia directa dentro de los grandes acontecimientos sociales, como sucede en el presente. Estas experiencias son necesarias para sacar a las masas asalariadas de la apatía. En una vivencia pre revolucionario, el individuo aprende más en un día de acción que en veinte años de vida apática normal.
La historia señala que todas las revoluciones transcurren a través de etapas definidas con una sorprendente regularidad. La etapa inicial es siempre una fase de euforia en la que todo hace suponer que el movimiento social arrasará y para quienes la viven en carne propia es una experiencia fabulosa, ya que todo pare posible, mientras que la derrota parece imposible. Esa misma etapa se presentó en la revolución soviética de 1917, en la española de 1937 y en la Revolución Francesa de 1789.
En este año pasado del 2011 los derrocamientos de Mubarak, Ben Alí y Gadafi en Egipto, Túnez y Libia respectivamente siguieron el mismo trazo de todas las revoluciones clásicas, pero al igual que en ellas, no se obtuvo ninguna solución de los problemas fundamentales que señalaban los rebeldes y ahora tampoco nada cambiará mientras que la tierra los bancos y las grandes empresas sigan en las manos de una minoría privilegiada.
Ahora mismo, las clases propietarias de los bienes y del capital se están reagrupando detrás de oficiales del Ejército que poseen una gran parte de la economía egipcia y tienen grandes intereses creados para oponerse al cambio. Eso lo han entendido perfectamente los grupos rebeldes y actúan en consecuencia. Como siempre ha sucedido en el pasado, los jóvenes están en la primera línea de la lucha revolucionaria.
Cuando los reporteros internacionales les preguntan lo que harían si alguien trata de secuestrar la revolución a los jóvenes rebeldes de Africa del Norte siempre obtienen la misma respuesta de que realizarían una nueva revolución, mientras nadie habla de formar un partido político que represente a sus intereses. ‘Si la revolución fracasa, decía un joven rebelde egipcio al reportero estadounidense Thomas Friedman, no hay duda que intentaríamos otra ya que no tenemos nada que perder’.
Es un hecho irrefutable que el capitalismo ha empezado a romperse en su eslabón más débil. La crisis del mundo islámico es mucho más profunda y explosiva que la de Europa y los Estados Unidos, pero es la misma crisis donde crece el número de pobres y los poco ricos disminuyen en cantidad pero crecen en riquezas. Está claro que la revolución apenas empieza y todavía tendrá que transitar por una serie de etapas cuyas características son imposibles de predecir.
Los hechos que ahora estremecen al mundo islámico son apenas una de las expresiones más visibles de la crisis del capitalismo global. Ninguno de los problemas que enfrentan ahora los pueblos islámicos se pueden resolver dentro de los parámetros del capitalismo actual. Por esta razón la revolución de los pueblos árabes no parará hasta que se haya abordado el problema de fondo que es la propiedad privada de los bienes de producción y la estructura del Estado nacional, los cuáles son muy estrechos para poder contener el enorme potencial de las fuerzas productivas reales de dichas naciones.
Mientras que el movimiento actual no pueda ser llevado a un nivel superior es obvio que se desplomará en cualquier momento, decepcionando a los rebeldes. Por lo que habrá derrotas y victorias en forma alternativa, pero el capitalismo ha entrado en una fase final e irreversible. Algo muy parecido sucedió durante el largo período de la decadencia del Imperio Romano que basaba su sistema de producción en la esclavitud. Aunque hubo períodos en los que el Imperio parecía recuperarse, sólo eran los preludios de una nueva caída.
Los poderes fácticos de la sociedad capitalista actual, al igual que los líderes del Imperio Romano están luchando para evitar que surja un nuevo mundo de individuos independientes. No aceptan ceder ni una ínfima parte de su poder, de sus riquezas y privilegios y no se rendirán fácilmente sin ante librar una lucha feroz.
Adendo: Hasta este momento el análisis de las rebeliones islámicas puede hacerse con sustento en el más puro marxismo. Por desgracia la siguiente etapa ya no puede realizarse mediante la misma metodología, ya que ahora mismo se ha pulverizado el nivel de influencia de la clase asalariada en el contexto de la economía productiva y tendrá que buscarse otra forma alternativa de enrentar la problemática actual.
Trataré de buscar una solución probable en la siguiente colaboración.
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