Los símbolos ocultos de México, de Alfonso Elizondo

 

A través de los siglos, el hombre ha tratado siempre de descifrar el mundo que le rodea. Emprende búsquedas incansables hacia el encuentro de luz para desvanecer las sombras que inundan su ser espiritual. Su vida, sin embargo, colmada a veces de alegrías, tristezas o desencuentros fatales, enfrenta el enigma del existir con voz firme o silencio frustrante. Nace su filosofía, su manera de respirar el mundo, de asumir con equilibrio el acaecer de los hechos y la inevitable llegada de la muerte. Su pensamiento se transmite de muchas formas hacia el futuro, y en los conglomerados sociales que ha creado, desarrolla su inteligencia y su talento. Las manifestaciones del hacer humano le han permitido sobrevivir.

El mundo medieval en que vivió Europa, sumergido en las oscuras cavernas del prejuicio religioso y las ciudades crecidas y amuralladas en el hacinamiento y la insalubridad, el abandono y la explotación humana, inició una transformación en la que otras ideas del pensamiento científico, artístico, filosófico, cambiaron el destino del hombre, que arribaría en los siglos posteriores al nacimiento de un ser nuevo, con nuevos espacios y nuevos sentimientos. En América, del choque brutal e injusto se formó el nuevo tejido social que creció por tres siglos de coloniaje y provocó otra visión del mundo mesoamericano. Al surgir el mestizaje, las ideas se amalgamaron y la reflexión, antes serena y clara al entendimiento, se hizo confusa y difícil. Todo cambió y el sentimiento y la verdad filosófica que sostenían al mundo indígena se perdieron para siempre en los estancos del tiempo.

En este siglo que nos ha tocado vivir, hemos visto ya cómo las ideas se debaten por seguir. Por un lado los grandes consorcios económicos que desatan las guerras de odio e infamia, en que mueren miles y se desarrollan nuevas armas para abatir a países pobres y conquistar así sus recursos naturales, su territorio y su cultura. Por el otro, las organizaciones sociales y políticas, que surgen en defensa de la tierra, del petróleo, de la fuerza productiva del trabajador, del hombre del campo; sus banderas persisten desplegadas en muchos frentes de lucha por la libertad, la justicia y el saber de los pueblos.

En Los símbolos ocultos de México, su autor, Alfonso Elizondo, reflexiona sobre el desarrollo de un poder oculto que manipula la conciencia del hombre y que es puesto en práctica por quienes han detentado y hoy detentan, el poder político y económico en el mundo:

He podido comprobar con hechos indiscutibles, –dice Elizondo–, la existencia de un poder oculto a lo largo de la historia de la civilización humana que acota todas

las acciones del ser humano. Ese poder invisible no sólo se ha expresado en los hechos de mi vida cotidiana, sino que se ha extendido a toda la sociedad mexicana desde la Conquista.

Desarrolla a lo largo de este libro, las ideas acerca de la “mediología”, del escritor y filósofo francés Regis Debray, quien aborda el estudio de las funciones sociales tales como la religión, la política, la ideología, en su relación con las estructuras técnicas de transmisión de la información. Le interesa cómo en una sociedad, ciertos símbolos producen efectos concretos. Debray describe la cultura actual desde esta nueva mirada: el Estado da menos importancia a las mediaciones simbólicas e institucionales en provecho de la inmediatez emotiva de la imagen-sonido: la transmisión en directo prima sobre la efectuada en diferido, el breve sobre el largo plazo, las personalidades visibles sobre las invisibles (que no aparecen en la pantalla). De aquí proviene la manipulación de la conciencia.

Ubicado en el Monterrey de los años cuarenta y cincuenta, el autor hace cruzar a su personaje, el joven Adrián, –él mismo–, por un mundo de carencias en una ciudad adolescente que recibía la influencia desplegada en la posguerra por los Estados Unidos. Nacido de una familia de clase media en el oriente de la ciudad, es educado en un colegio liberal, lo que ayudó notablemente a su formación. Ama la filosofía, la literatura, la que apuró a grandes dosis en su temprana juventud, y vive atento a los cambios que ofrece la vida. Ingresa a las aulas universitarias para estudiar, primero el bachillerato y después Ciencias Químicas. Su pasión por el arte literario lo lleva a reunirse con otros jóvenes, unos cuantos, que confrontaban su manera de pensar para crecer en el estudio y la discusión de las nuevas ideas. Asiste al accionar de aquel grupo de maestros universitarios de ideas liberales y de izquierda, –algunos de ellos fueron sus maestros–, que bajo la guía y la visión de Raúl Rangel Frías, construyeron el andamiaje filosófico, científico y artístico sobre el que creció una nueva Universidad de Nuevo León, Casa de Estudios aletargada desde su inicio, en 1933, por la somnolencia del oscurantismo y los ecos del Siglo XIX.

Hace notar en el capítulo “Los símbolos del poder en Mesoamérica”, el estudio de las religiones y el pasado de las etnias mesoamericanas, de sus dioses, que a diferencia de otras culturas, fueron creados a imagen y semejanza de los seres humanos; visión cosmogónica de un mundo que desplegaba armonía entre los seres, progreso y desarrollo social, educación y arte, y que prevaleció en muchos núcleos humanos de aquel tiempo iniciado en el siglo XV a.C.

En el repaso de acontecimientos de la vida política en nuestro país, Elizondo habla de la Independencia y señala, del primer movimiento libertario mexicano de 1810:

“…nunca existió en los hechos ni significó un mínimo grado de liberación para los mexicanos, sino fue el confuso resultado de una serie de maniobras y arreglos entre los jefes del Estado norteamericano, la masonería americana, la monarquía española, el clero mexicano latifundista, los ricos aristócratas del virreynato y quienes buscaban el poder político en México.”

Dice que en el tránsito de acontecimientos políticos y sociales de México, sólo Benito Juárez, en el siglo antepasado, y Lázaro Cárdenas, años después del triunfo de la Revolución, condujeron con patriotismo y serenidad a la nación mexicana, y son símbolos permanentes del proceso histórico de nuestra Patria.

Juárez rescató al país de la dictadura imperial de los Hapsburgo, con la idea de que México fuera tierra de leyes y libertades. Cárdenas inició la lucha, antiimperialista también, e incorporó al país en un camino de educación, mexicanista, de regreso al estudio de nuestros antepasados, tan necesario en su tiempo.

Libro importante para futuros encuentros de la historia, la filosofía, la política y la literatura, Los símbolos ocultos de México contribuirá con sus aportes, a una nueva explicación y revaloración, polémica sin duda, de la historia de nuestros días. Cuarto libro de Alfonso Elizondo, a quien deseamos éxito en esta nueva aventura cultural. Bienvenido.

Monterrey, marzo 22 de 2013

(Imagen tomada de Internet / Derechos reservados por el autor)