Globalización o fragmentación

 

Aunque el concepto de la modernidad histórica tiene su origen en la Alta Edad Media, durante el Renacimiento de Italia en los siglos 13 y 14, este concepto se refuerza con los grandes pensadores de la Ilustración hacia fines del siglo 18, con la posterior creación del Estado republicano sustentado en la democracia y el nacimiento de la sociedad industrial a principios del siglo 19. Es importante conocer el punto de vista de los grandes pensadores actuales Anthony Giddens, Alan Touraine y Karl Polany, para quiénes esta época se inicia hasta el siglo 19 con el sistema de producción capitalista que a su vez desarrolla un carácter dual en el ser humano: por un lado le impone el racionalismo y por otro le incrementa su subjetividad y egoísmo.

Desde una perspectiva ideológica y cultural, el fenómeno cultural conocido como ‘postmodernidad’ se origina como una pérdida de credibilidad en los metarelatos e ideas de la modernidad, o como un simple desencanto sobre sus paradigmas tradicionales y sólo con eso se demuestra que ya se vive en una nueva época. No obstante, Giddens señala que aunque ya existe un espíritu diferente en el ser humano se percibe la existencia de cosas nuevas en el entorno político, social y cultural, mientras se va descubriendo un mundo muy diferente al de la modernidad. Pero eso no significa que el ser humano viva en una nueva época histórica, sino considera que sólo vive una ‘modernidad radicalizada’.

Esto significa que existen fuertes transformaciones que van más allá de las instituciones de la ‘modernidad’ pero que no alcanzan a modificar la naturaleza competitiva y expansiva del capitalismo financiero actual, que estimula el desarrollo tecnológico y no se aleja del ámbito de la política, sino por el contrario tiende a controlarlo en una dimensión institucional. Esto es cada día más visible en el proceso de manipulación de los medios violentos y de información que son las herramientas básicas del control de todos los tipos de Estados nacionales, incluyendo a las dictaduras.

Aún cuando el capitalismo inició el proceso de globalización desde fines del siglo 19 hasta mediados del siglo 20, tanto Lyotard como Giddens coinciden en que la posmodernidad – surgida hacia los años setentas – con todo su proceso de fragmentación o desglobalización debe considerarse como un fenómeno cultural dentro de la modernidad. Otros pensadores, como Zygmunt Bauman, ven a la posmodernidad como una especie de modernidad en su etapa final donde se ha liberado de la falsa conciencia moral y genera una nueva visión social marcada por la institucionalización de los rasgos fundamentales de la modernidad, tanto en su visión del mundo como en sus modelos directivos.

Al desintegrarse todas las formas existentes de cohesión social, como la familia, la nación, la identidad étnica, etc., ven la posibilidad de una explosión de las verdaderas características del carácter del ser humano que han sido reprimidas durante siglos. La actual destrucción de los lazos sociales que aún subsisten induce a la libertad total del individuo. Dentro de las libertades y cambios de paradigmas que contiene la nueva sociedad humana avanza el capitalismo financiero actual apoyándose en las grandes innovaciones tecnológicas y en una liberación constante de todas las normatividades existentes. Aún cuando el capitalismo industrial generó un fuerte crecimiento económico y propició grandes transformaciones en el mundo de la economía, presentó grandes dificultades para la distribución equitativa del ingreso.

En el presente, la globalización total del capital financiero impide la autonomía verdadera de los países, ya que controla sus finanzas y sus economías. Cualquier evento notable en el mercado financiero de una nación repercute de inmediato en el mercado financiero internacional. La globalización financiera se aceleró mucho debido a los avances tecnológicos en materia de informática y a la liberalización total que impulsó el FMI. Desde hace varios años se calcula que en todo el mundo existen cerca de dos billones de dólares de transacciones financieras realizadas sin ninguna regulación, donde el 90% de ellas se realizaba en menos de una semana. Con estos dos elementos se identifica el carácter especulativo de estas operaciones, ya que con dichas cantidades se superan con mucho los requerimientos financieros del comercio internacional y de las inversiones directas provenientes del extranjero.

Dentro de esta nueva realidad, las instituciones financieras alcanzan un poder tan grande que en muchas ocasiones supera al del Estado. Asimismo, los grandes emporios internacionales obtenían hasta antes de la crisis financiera del 2008, mucho más beneficios en sus operaciones financieras que con las actividades productivas específicas para las que habían sido creadas. No obstante, en el momento en que cayeron las grandes instituciones financieras, como bancos, inmobiliarias y aseguradoras estadounidenses, su Gobierno realizó importantes rescates que les permitieron de inmediato recomponer sus estados financieros y al poco tiempo volvieron a tener enormes ganancias y a pagar sueldos abultados a sus funcionarios, cancelando cualquier intento de regulación o de sanción por parte del Estado.

En Europa la situación fue algo diferente, ya que el Banco Central Europeo y el FMI impusieron ajustes económicos a los países del sur de Europa e Irlanda y no aceptaron reestructuraciones de deuda como la de Grecia que pudieran afectar a los dos bancos centrales acreedores de Francia y Alemania. Esto produjo un fuerte descenso en la demanda interna de toda Europa, grandes dificultades para crecer, fuerte desempleo y en algunos casos se originaron procesos recesivos. Aunque en Estados Unidos Obama aceptó que su gobierno pagara fuertes rescates a los grandes bancos especuladores fijó una política fiscal para generar empleos, pero al final, los requerimientos de los organismos financieros predominaron sobre los objetivos sociales y la generación de empleos. De esto se ha derivado un debate político sin racionalidad en el que los demócratas pretenden atender a la sociedad de bajos ingresos, mientras que los republicanos intentan conservar la impunidad total en las actividades financieras y los bajos impuestos de sus líderes capitalistas.

Al margen de lo que suceda en Estados Unidos y en Europa con el enfrentamiento político entre radicales conservadores y progresistas, por el momento el euro se está tambaleando y existen varias naciones de la eurozona que quieren abandonar a la Unión Europea para poder regresar a sus antiguas monedas nacionales que les permitían un mejor nivel de vida. Mientras tanto, el dólar no solo persiste como moneda dura sino que gracias a su demanda internacional sigue imprimiéndose sin control alguno, logrando por una parte devaluar su enorme deuda externa internacional y por otra, permitiéndole competir en el comercio exterior contra cualquier moneda del mundo.

Es obvio que China ha tenido la gran oportunidad de encabezar las finanzas del mundo, pero por diversas razones no lo ha hecho, permitiendo que tanto Estados Unidos como Reino Unido sigan controlando a placer los mercados financieros globales. Hasta ahora nadie sabe lo que sucederá en el orden financiero global. Ya que mientras existe una pequeña élite capitalista que pretende establecer un imperio financiero global, existen innumerables pequeñas y medianas naciones que buscan una total fragmentación del mundo en el que puedan sobrevivir con sus escasos recursos propios y no tener que recibir las migajas y el desprecio de los ricos.

Por los hechos que han acontecido durante las últimas décadas en el campo de las mitologías, de las ciencias naturales, de las artes y de las ciencias políticas donde los Estados y sus normatividades se han debilitado y fragmentado, predomina la hipótesis de que el fenómeno de fragmentación que ha existido en las relaciones básicas del ser humano se extienda al capitalismo financiero a la economía y a la política. Podría pensarse que el mundo entero va hacia una fragmentación política, social y económica en vista de que la globalización del capital financiero ha dañado como nunca a los sectores de la sociedad de menores ingresos.

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