Según Stiglitz, el laureado Premio Nobel de Economía, los inciertos manejos del problema del euro han empeorado con el tiempo, al grado de que los expertos en economía del mundo occidental ya no discuten solamente sobre su permanencia, sino que estudian cómo evitar el caos si llegase a desaparecer. En su opinión, gran parte del problema es debido a la falta de conocimientos adecuados de quiénes lideran los problemas financieros y persisten en hacer funcionar una moneda única en la mayoría de los países de Europa.
Cuando se estableció el euro, los líderes de esta estrategia pensaban que bastaba con una disciplina fiscal que evitara un déficit fiscal excesivo y una deuda pública muy alta con relación al PIB, para que la moneda única funcionara para siempre. Sin embargo, España e Irlanda tenían bajo control ambos factores desde antes de la crisis, pero cuando ésta llegó se convirtieron en enormes déficits fiscales y en deudas nacionales muy elevadas en relación a la capacidad real de crédito y pago de sus economías.
Dice Stiglitz que a pesar de esa conocida evolución de las deudas públicas y de los déficits de España e Irlanda, los líderes de la Banca Europea y del eje Francia-Alemania opinan que la única solución a la crisis del euro es la de mantener controlados los gastos de cuenta corriente que ejercen los Gobiernos de la zona, sin intentar distinguir los buenos déficits y deudas de los que son malos y riesgosos.
El distinguido economista no se explica cómo podrían controlarse los déficits de los gobiernos que generan un clima favorable en la economía productiva y en la inversión extranjera directa y menos aún a los déficits que son ocasionados por la especulación, sin que para ello se legalice una importante intervención del Estado en el sector privado, lo cual se considera contrario a las teorías neoliberales que se impusieron en el mundo occidental durante la etapa cuando se estableció el euro en Europa.
Stiglitz opina que el Estado debiera tratar de restringir algunos géneros de de inversión contrarios al desarrollo de la economía como son los casos de las inmobiliarias y de las empresas contaminantes. Señala que después de cada crisis surgen explicaciones que luego no pueden aplicarse a las crisis subsiguientes. Recuerda el caso de la crisis latinoamericana de la década de los ochentas que fue atribuida al exceso de endeudamiento, no obstante, en la subsiguiente crisis de México en 1994 se adjudicó a la falta de ahorro.
Otro tanto sucedió con la crisis posterior del Lejano Oriente que ya no se pudo explicar por falta de ahorro, sino que se atribuyó a la falta de control del Gobierno, que ya se había aplicado a los países escandinavos unos años antes; a pesar de que dichas naciones cuentan con una ‘gobernanza’ excepcional, cuya transparencia la convierte en un ejemplo para todo el mundo. De hecho, el único factor constante de todas estas crisis ha sido la conducta caprichosa de los sectores financieros, públicos y privados que no han sido capaces de evaluar con precisión la capacidad de pago y los niveles de riesgo de los países europeos aún cuando esa sea su principal función.
En el mundo capitalista actual – dice Stiglitz – el control de los tipos de cambio, de las tasas de interés y del nivel inflacionario no influyen en los problemas básicos que son el desempleo, la falta de crecimiento económico y el descontrol de la actividad financiera. Ya que todo esto no podrá lograrse mientras no se establezca una autoridad fiscal a nivel global que permita restablecer el flujo de las inversiones de riesgo nacionales y extranjeras en condiciones de libertad e igualdad para competir en toda la Unión Europea.
Otro aspecto muy importante en la crisis del euro señalado por Stiglitz es la aprobación en algunos países de la libre circulación de la mano de obra, donde los hijos de los deudores pueden decidir entre pagar o no pagar la deuda de sus padres, huyendo a las irracionales obligaciones de rescate que fueron impuestas por algunas naciones europeas.
Aunque Stiglitz considera que la migración libre entre países de la eurozona podría tener un lado positivo, debido que proyecta a los trabajadores hacia zonas de mayores rendimientos en las empresas, más en el fondo atenta contra la productividad de ciertas naciones ya que algunos países podrían despoblarse, o en su defecto, llegar a una profunda devaluación interna.
Dice Stiglitz que las principales potencias europeas se han equivocado al pensar que con una disciplina fiscal austera podrían hacen funcionar al euro, ya que no se resuelve el problema real de las enormes deudas de algunos países menores de Europa que fueron errores pasados de los jefes financieros públicos y privados que ahora tendrán que replantear la situación dentro del nuevo marco actual del euro.
La conclusión final que se obtiene de esta visión de un experto en la economía y las finanzas globales es que la intención del eje Alemania-Francia de recortar el presupuesto ejercido por el sector público y la hipócrita actitud de interés por los asuntos de Europa que fingen las autoridades financieras de los Estados Unidos, sólo están propiciando que la economía de Europa vaya hacia una recesión más profunda que la actual, más no evitará la desaparición del euro. Esta actitud moralizadora de los grandes líderes europeos socios de los Estados Unidos ha sido una característica constante a través de la historia de la civilización humana, donde los imperios pretenden durar cuanto sea posible, aún rompiendo con la normatividad internacional.
La verdadera intención detrás de esta falsa moral de las autoridades financieras del mundo occidental ha sido y será la de no aceptar ninguna normatividad a las operaciones del capital financiero global hasta que el actual orden mundial deje de funcionar y todas las naciones busquen de común acuerdo un nuevo orden mundial. Solo pretenden extender su jugosa etapa de ilegalidades y poder seguir medrando en la más absoluta impunidad.
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